Richard Wurmbrand: “El comunismo es una posesión demoníaca colectiva”

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Desbrozar genéricamente la figura histórico-filosófica de Marx es un tostón. Pero hay algunos recovecos que, todavía, nos pueden arrojar luz sobre por qué el “meme” marxista ha tenido tanto éxito… para mal. En breves palabras, el recorrido filosófico de Karl Marx, después de estudiar derecho en las universidades de Bonn y Berlín, y de doctorarse en filosofía en Jena, en 1841, se inicia a sus 25 años, en 1843. Friedrich Engels, un acaudalado empresario textil, escribía los “Umrisse”, o sea, los “Esbozos de una crítica de la Economía Política”, en 1844, y ese trabajo impactó en Marx y determinó el camino que llevaría su pensamiento. Marx estudiaba por esa época la Revolución Francesa, ocurrida apenas medio siglo antes. Ese mismo año Engels publicó otro artículo y una crítica a Carlyle, y Marx hizo sus pinitos con “Sobre la cuestión judía” y un “Para la crítica de la filosofía del estado, de Hegel”.


Siguieron ambos escribiendo, e iniciaron larga correspondencia, hasta que Marx fue expulsado a Paris, el 3 de febrero de 1845, a sus 27 años. Karl Marx firma su primer contrato con el editor Leske, en julio de 1845. Leske adelanta a Marx 1.500 francos. En mayo de 1845 había publicado Engels “Condición de la clase obrera en Inglaterra”, y Marx estudia a los economistas ricardianos, y terminan juntos, Engels y Marx, escribiendo “La ideología alemana”. En julio de 1846, el editor Leske le pide a Marx que le devuelva el anticipo de los 1.500 francos, por incumplimiento… y éste lo sigue torpedeando hasta 1847, año en el que se materializa la ruptura entre Leske y Marx, quien se queda con el dinero de aquél.


Marx lee, en 1847, a sus 29 años, a Proudhon, y responde a su “La filosofía de la miseria” con una obra a la contra: “Miseria de la filosofía”. Del 16 al 18 de setiembre de 1847 se celebra un Congreso Internacional de Economistas, en Bruselas, pero Marx no es admitido, a pesar de que preparó una ponencia, la cual terminó publicando con el título de “Los proteccionistas, los librecambistas y la clase obrera”. A partir de ahí se multiplicaron sus conferencias a los trabajadores alemanes. En 1849, Marx llegó a Londres, fundó una nueva revista, “NRZ-Revue”, y siguió dando conferencias, a trabajadores y activistas de la Liga Comunista.


Karl marx et satan




En 1852, Marx empieza a colaborar con el “New York Daily Tribune”, a sus 34 años, y logró un ingreso recurrente para su economía. También escribió en el alemán “Neue Oder Zeitung”, gracias al editor Lassalle: se explayaba en la Guerra de Crimea, las crisis políticas en Europa, en especial en España, e inició sus trabajos sobre “Dinero, crédito, crisis” (“Geldwesen, Kreditwesen, Krisen”), que constituirán los principios nutricios de las “Grundrisse” (publicadas por vez primera, en dos volúmenes, en Moscú, entre 1939 y 1941), origen a su vez de “Das Kapital”, al punto en que, modernamente, se acostumbra estudiar críticamente ambos textos a la vez.


En 1857, sobreviene una crisis que le toca directamente el bolsillo, y sus honorarios se reducen a la mitad. Publica su primer libro sobre economía política, en 1859, con 1.000 copias, en Berlín (“Contribución a la crítica de la economía política”). En 1861, con 43 años, escribe varias cartas a Engels, donde se le pueden seguir sus elucubraciones: la transformación del dinero en capital, la plusvalía absoluta y la relativa, la renta de la tierra, la teoría de la renta de Ricardo, la igualación de las tasas de ganancia y los precios de producción, la acumulación del capital y las crisis económicas, el capital mercantil y el capital monetario, y ya se va adivinando “Das Kapital”. En 1866 se termina el borrador final de la obra, comienzan sus achaques más serios (se infesta con carbunco, ántrax), y se agudizan sus problemas económicos. En setiembre de 1867 publica los primeros 1.000 ejemplares de “Das Kapital” con el editor Meissner. En toda esta batalla, lo que sí echan de menos Engels, Marx, y sus amigos, es una especie de resumen que haga tragable a “Das Kapital”. El método dialéctico ha de ser resumido brevemente para los trabajadores. Es así que adviene un resumen de Most, que se extiende en medios ingleses, y otros resúmenes por parte de Carlo Cafiero, en italiano, o de Nieuwenhuis, en holandés.


La cuestión, y paramos aquí para proseguir por otros derroteros, es que “Das Kapital” es una obra enciclopédica que no se vale por sí sola para multiplicarse en “praxis” en la cabeza de los trabajadores, y por tanto exige ser resumida, de forma que existe “El Libro”, con un misterio como el de los misterios religiosos, y luego pequeños resúmenes o eslóganes que son los que se extienden por las cabezas de los trabajadores, quienes saben que hay algo “sagrado” que permanece en “El Libro”. Un mecanismo genuinamente religioso.


Karl Marx podría resumir su intención filosófica en su frase: “los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”. Pero veamos el trasfondo de esta tarea titánica. Marx nació en la actual Trier, en Alemania, cerca de Luxemburgo, un paraíso fiscal. Su padre, Hirschel Marx, era abogado del tribunal supremo, y se convirtió en cristiano evangelista a los 35 años, tal vez para eludir la discriminación a los judíos tras la caída de Napoleón. Karl Marx era un derrochador. Es famoso en su biografía que se gastaba 700 táleros anuales, más del doble de lo que gastaba un estudiante de su edad, y por ello le recriminaba su padre Hirschel (carta de su padre de 1837: “a veces me hago a mí mismo amargos reproches por haberte aflojado demasiado la bolsa y he aquí el resultado: corre el cuarto mes del año judicial y tú has gastado ya 280 táleros; yo no he ganado todavía esa cantidad durante todo el invierno”). Nunca ganó holgadamente, aunque incluso jugó a la bolsa. Enfermo crónico de reúma y neuralgias, desahuciado en Londres de su casa, con su esposa padeciendo crisis nerviosas, y teniendo un hijo ilegítimo con la empleada doméstica Helene Demuth, al que no reconoció. Marx murió a los 65 años de tuberculosis, en Londres.


La expresión marxista “la religión es el opio del pueblo”, venía de Bruno Bauer, uno de sus amigos de la izquierda hegeliana. Pero lo que nos interesa aquí es su incursión antirreligiosa, al punto de no ser a-teo, sino contra-teo. No descreía de Dios y el Diablo, sino que más bien se puso a favor del Diablo. Veamos. Friedrich Daumer, fallecido en 1875, era otro de los hegelianos de izquierda que publicó, en 1847, “Secretos de la antigüedad cristiana”, cuyo contenido defendía que Jesucristo, para reformar el judaísmo, practicaba el canibalismo, que atraía a los niños para sacrificarlos, y que la última cena fue una comida caníbal en la que Judas Iscariote se negó a ser partícipe. De este nivel eran los izquierdistas hegelianos, a la hora de criticar la religión cristiana. Karl Marx propala la tesis de Daumer en alguna de sus conferencias, y la denomina “el último golpe dado al cristianismo”. Decía: “Daumer demuestra que los cristianos, efectivamente, han degollado a los hombres, han comido carne humana y bebido sangre humana”.


Ha de hacerse notar que Bruno Bauer, el teólogo que influyó en la pérdida de la fe en Engels, decía: "Pronuncio conferencias aquí en la univer­sidad ante una gran audiencia. No me reconozco a mí mismo cuando pronuncio mis blasfemias desde el púlpito… Según voy dictando mis blasfemias, me acuerdo de cuán píamente trabajo en la casa escribiendo una apología de las Santas Escrituras y del Apocalipsis. De cualquier forma, es un demonio maligno que me posee cada vez que asciendo al púlpito, y soy tan débil que me siento obligado a rendirme a él" (Carta de 6 de diciembre de 1841 a Arnold Ruge).


En los textos muy tempranos de Marx se observa una relación con la religión que tendía a la blasfemia, nada extraña en muchísimos de los pensadores de la época, una vez el Siglo de Las Luces había penetrado en las mentes y socavado la fe, con la mostración de ciertas explicaciones de la ciencia, cerrilmente negadas por los creyentes supersticiosos. Marx escribe poesía, y cosas como ésta: “Deseo vengarme de Aquel que gobierna en lo alto” (“Des Verzweiflenden Gebet”, o “Invoca­ción de un Desesperado”). El poema dice, también: 


“Pues un dios ha arrebatado de mí todo

En la maldición y tormento del destino,

Todos sus mundos se han ido irrevocablemente

Solamente me resta la venganza.


Construiré mi trono en las alturas,

En una cumbre inmensa y fría.

Por su baluarte - supersticioso espanto. 

Por su alguacil - la más negra agonía.


Quien lo mire con ojos sanos,

Regresará mudo, con palidez mortal,

En garras de mortandad ciega y fría.

¡Que su felicidad prepare su tumba!”.


Un poema satánico. Los de Aleister Crowley, el Mago Negro de principios del Siglo XX, eran más mojigatos. Es de risa, pero el comunistólogo Richard Wurmbrand (14 años en los campos de trabajo rumanos), recuerda que Lucifer, en Isaías 14:13, dice: “Subiré al Cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono”. Purito satanismo, pues.


Marx había escrito, a sus 18 años, una obra teatral, “Oulanem”, cuyo significado es Emmanuel (“Dios con nosotros”), el Jesucristo niño, pero dicho al revés, invertido, como en la más genuina rabieta satanista. Veamos al escritor Karl Marx:


“Y ellos son también, Oulanem, Oulanem.

Nombre que resuena como la muerte,

Resuena hasta que perece, arrastrándose miserablemente.

Detente, ¡lo tengo ahora! Surge desde mi alma

Tan claro como el aire, tan fuerte como mis propios huesos.

Aun tengo fuerza en mis juveniles brazos

Para agarrarte fuertemente y triturarte

Con tempestuoso poder,

Mientras que para ambos se abre el abismo

desmesuradamente en la oscuridad.

Te hundirás y yo te seguiré riendo a carcajadas;

Murmurando en tus oídos, "Desciende,

amiga: ven conmigo”.


La amiga es la humanidad.


En otro poema marxista, de esas primeras épocas juveniles, intitulado “El Violinista”, Karl Marx vuelve a expresarse cual buen satanista:


“Los vapores infernales suben y llenan la mente,

Hasta que enloquezco y mi corazón es totalmente cambiado.

¿Ves esta espada?

El Príncipe de las Tinieblas me la vendió.

Para mí marca el compás, y da las señales.

Cada vez con más osadía, toco el baile de la muerte”.


Aquello era, no obstante, un aquelarre, otro de los fundadores de la Primera Internacional, el anarquista Mikhail Bakunin, escribió: "aquí entra Satanás, el eterno rebelde, el primer librepensador y emancipador de los pueblos”, o: "En esta revolución tendremos que despertar al diablo en las gentes, para provocar las pasiones más bajas" (Roman Gul, “Dzerjinskii”, Paris, 1936). Según Hans Enzensberger, el amigo anarquista de Marx, Proudhon, adoraba a Satanás (“Gespräche mit Marx und Engels”, Frankfurt, Insel Verlag, 1973). En efecto, Proudhon, en “Filosofía de la miseria”, escribe: "Ven, Satanás, calumniado por los pequeños y por los reyes. Dios es estupidez y cobardía; Dios es hipocresía y falsedad; Dios es tiranía y pobreza; Dios es maligno. Cuando la humanidad se inclina ante un altar, la humanidad, esclava de reyes y sacerdotes, será condenada... Juro, Dios, con mi mano extendida hacia los cielos, que tú no eres más que el verdugo de mi razón".


Marx vivió rodeado por enfermedades y en un estado continuado de ruina económica, alternado por épocas de alguna herencia sobrevenida. Engels lo ayudó durante toda su vida, era su sostén económico, además de su admirador más entusiasta. Mientras moría un tío de Marx, éste escribía a Engels: "Si el perro se muere, se me acaban los problemas" (carta de Marx a Engels, 27 febrero 1852), y Engels respondía: “Te felicito por la enfermedad del obstáculo de la herencia y anhelo que la catástrofe suceda enseguida” (Carta de Engels a Marx, 2 Marzo 1852). Murió el tío, y Marx vuelve a la carga en otra carta a Engels (8 de marzo 1855):  "Un evento muy feliz. Ayer fuimos notificados de la muerte de un tío de mi esposa, de noventa años de edad. Mi esposa recibirá unas 100 libras esterlinas; hubiera aún sido más si el perro viejo no le hubiera dejado parte de su dinero a la mujer que le adminis­traba la casa”.


Es interesante observar, asimismo, que la hija de Marx, Eleanor, casó con Eduardo Aveling, amigo de Annie Besant, fundadora de una importante rama la Teosofía, movimiento esoterista decimonónico. Aveling era conferencista teósofo, y trataba temas como como la inizquidad de Dios, y defendía el derecho a la blasfemia, o que Dios es "instigador de poligamia e incitador al robo" (Chushiehi Tsuzuki, “The Life of Eleanor Marx”, Oxford, Clarendon, 1967). Eleanor Marx nació en 1855, en Londres, activista sindical, profesora de un colegio de Brighton, fundadora de la Liga Socialista, traductora de “Madame Bovary”. Despechada por el adulterio de su compañero Aveling, quien, a lo visto, había casado en secreto con una actriz joven, se suicidó con ácido prúsico el 31 de marzo de 1898, a los 43 años. 


Otra hija, Laura Marx, nacida en Bruselas, en 1845, también militó en el movimiento obrero francés. En 1868, casó con Paul Lafargue, joven socialista español nacido cubano, y colaborador de la Primera Internacional. Tuvieron tres hijos, muertos todos muy pequeños, introdujeron el comunismo en Francia y España, sufrieron persecuciones continuamente, pertenecieron también a la Segunda Internacional, y en 1911, decidieron también suicidarse con una inyección de ácido cianhídrico.


Otros tres hijos de Marx murieron desnutridos.


Con la reserva humorística correspondiente, y siguiendo la opinión de Wurmbrand: “El comunismo es una posesión demoníaca colectiva”.

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