Crítica de la Crítica Crítica

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Estaba releyendo días atrás uno de los panfletarios libros juvenales de Marx y Engels, “Die heilige Familie oder Kritik der kritischen Kritik”, de 1845, traducido como “La Sagrada Familia” y subtitulado “Crítica de la crítica crítica”, donde recoge su empeño contra los jóvenes hegelianos y su criticismo idealista (“Gegen Bruno Bauer und Consorten”). 


Por meterse, Marx embiste ahí también contra Proudhon, sobre todo porque éste y los jóvenes hegelianos consideraban a la masa como una especie de ser vivo no crítico, propio para “levantar un gobierno omnipotente del mundo en la esfera de las nubes ideológicas”, pero dirigido desde las voluntades de los individuos componentes, y Marx y Engel iban en busca de la apertura materialista de un abismo entre el espíritu y la masa, para hacerse con ella como la gran cómplice material y emancipadora. 


Los jóvenes hegelianos entendían que los individuos con espíritu crítico eran la fuerza motriz de la historia, y no la acción de las masas populares, el individuo estaba por encima del Pueblo, siendo el pueblo trabajador una masa gris sin fuerza activa. Justamente la negación del movimiento obrero, el preferido de Marx y Engels por la vía del materialismo. Fue ese el gran hallazgo malsano del comunismo marxista en su origen: desproveerlo todo de espíritu (contra la religión, como opio del pueblo, y contra el espíritu no religioso sino fenomenológico de Hegel) y, no obstante, por mor de un resto moral caído de no se sabe dónde, señalar a la masa obrera el objetivo de emanciparse y desalienarse. La gran estafa, llevada a cabo por los líderes de esa masa, los grandes estafadores. 


Lo que vino después, en más de cuarenta experimentos fallidos a lo largo y ancho del planeta, en todos los estados donde el comunismo sólo logró con éxito la generación de ríos de sangre a lo largo de más de un siglo, es ya conocido de todos. 


En medio de mi empeño de relectura, el padre del actual rey de España salió del país y las masas gritonas, esas que gustaban a Marx y Engels, inmediatamente empezaron a exigir república. Es propio de la humanidad el que, al igual que el humano es hobbesiano (“Homo homini lupus est”) y no rousseauniano (el humano pacta bondadosamente con la “volonté génerale”), se revele en ella, en la humanidad, la naturaleza misma de los seres vivos, masas biológicas depredatorias, y que, consiguientemente, las formas de gobierno exuden una realización “pro domo sua” de los que desempeñan el mando, a lo cual se denomina corrupción cuando los límites de los mandatos a los mandatarios se difuminan, como corresponde a la naturaleza depredatoria de sus componentes. 


El imperio romano era una sociedad enormemente corrupta, y hasta próceres morales como Séneca o Cicerón, hicieron sus buenos negocios de corruptela sin que ello empeciera sus respectivas propuestas sobre la “mos maiorum”. La labor de los estados es extraer rentas de la población, de los individuos, y siempre en pos de un bien común, un ente denominado “pueblo”, que nunca es el individuo, sino el símbolo del conjunto de individuos. Los mecanismos corruptivos, ya desde los romanos, nacían de las obras públicas y los suministros a los ejércitos, introduciendo sobreprecios y triangulaciones. 


Hoy día esto sigue igual, y depende el que lo sea en menor manera de la honradez de las personas que constituyen el país. El filósofo y profesor gallego Miguel Anxo Bastos, estudioso de la filosofía política, resume que da igual la forma del Estado, siendo que la justicia redistributiva siempre depende de que el gobierno esté ocupado por gente honrada. Y si vamos al republicanólogo García Trevijano, señala como pozo de corruptela la partitocracia, la constitución de un estado de partidos políticos, una oligarquía que ensucia la pureza de la libertad, y que otros filósofos políticos como Anxo Bastos han señalado que funcionan, al igual que los sindicatos, como empresas, exclusivamente dedicados a su subsistencia y crecimiento, con absoluta independencia del bienestar de los individuos a los que dicen representar. 


Ahora bien, todo este batiburrillo ¿adónde nos lleva? ¿adónde quiero que nos lleve? Al reconocimiento de que el estado de bienestar, como derecho inalienable de los individuos, y que hace de estos lo que son, seres libres y librepensadores, no surge de una república (que puede llegar a ser soviética o islámica, una “contradictio in adjecto”), ni de una monarquía (parlamentaria o no), ni de una dictadura (del proletariado o del “Caesar” o del “Führer”), sino que surge en cualesquiera de ellas, siempre que los líderes no ejerzan la crueldad gratuita y viciosa. 


Cuando vemos que en España quien quiere destronar al rey que ha constituido un símbolo que sacó a España de un oscuro y duro periodo de gobierno de salvación para introducirla en una democracia feliz, la democracia de la “movida” ochentera, cuando vemos que los destronadores son los cabezas de la partitocracia de los idiotas, de los del doctorado plagiado, de los violentos que “se emocionan al ver a encapuchados pateando a un policía” (el profesor Iglesias Turrión “dixit”), entonces nos preguntamos por qué, con independencia de que una monarquía parezca más obvia que una república, vamos a cambiar a quien simbólicamente se ha comportado con decoro por quienes vienen con toda la malicia posible a quedarse con “el dinero público que no es de nadie”, y además, sin estilo.


Son ciclos históricos a los cuáles se opone, como en un principio de Arquímedes inevitable, un baño de violencia de orden superior que los aplasta. Pero a lo que vamos, filosóficamente, es a cómo están cambiándose las tornas de la teleología histórica. 



August Von Cieszkowski 5240


August von Cieskowski




Casi una década antes de la “Crítica de la Crítica Crítica” ya había indicado August von Cieszkowski, filósofo y conde, que el pensamiento de Hegel señalaba una tercera etapa en la historia por la evolución del Espíritu primero de “an sich” (en sí), a “für sich” (para sí), hasta llegar al “aus sich” (fuera de sí), de forma que sobrevino el momento de la acción, de “die Philosophie der Praxis”. Esto terminó Marx convirtiéndolo posteriormente en la repetida tesis once sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. 


El pensamiento de Marx se hizo dueño de las masas, las mismas que derrocaron a los jóvenes hegelianos, que intentaron darles protagonismo como matrices de las que surgirían los espíritus críticos con una misión histórica, pero los dejaron en la estacada. Cuando se dieron cuenta de que la masa es eso, masa bruta y embrutecida, llegó Marx y prometió violencia y opresión, la dictadura del proletariado, la misma que emociona a los nuevos comunistas como Iglesias Turrión, y esa pulsión que nutre al malestar de la cultura, es la que siempre tendrá éxito, un éxito que pide líderes, y esos líderes diabólicos, cuya naturaleza cruel es la que los sostiene por emparentarse a la pulsión violenta, son los que han constituido esas sociedades comunitaristas, enemigas de los librepensadores, y redistribuidoras de la miseria, porque es la miseria la que las mantiene con un objetivo funcional. Téngase en cuenta que una crítica de la crítica crítica, equivale por reducción lógica, a una mera crítica, es decir, lo mismo, pero perdiendo fuerzas, y el espíritu volverá por sus fueros a destronar a la materia.



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