Teoría del golpe de estado

|

Juan Ezequiel Morales


Recientemente hemos observado cómo una retórica que conlleva la exterminación del contrario se empieza a instaurar en los discursos políticos. En el caso español, por ejemplo, se ha hecho famosa la frase publicada en un grupo de Whatsapp formado por militares retirados: “no queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”, consecuencia de la lectura previa de unos hechos leídos en una obra de historia. No muy distinta es esta otra frase de Adolfo Ranero Serrano, candidato en Madrid por el partido político Podemos en 2015 y 2016, en un tuit: “Si se desata una guerra civil debemos exterminar sistemática y totalmente a todo miembro y votante de Vox, C’s o PP”. También Francisco Largo Caballero dijo: “Hay que apoderarse del poder político, pero la revolución se hace violentamente: luchando y no con discursos” (en el Congreso de las Juventudes Socialistas), y dijo: “No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad” (discurso en Ginebra, 1934), y dijo: “la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución” (mitin en Linares, 20 de enero de 1936), y dijo: “Si triunfan las derechas, nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada” (escrito en “El Liberal”, 20 de enero de 1936). Es, pues, la retórica que se carga antes de las acciones violentas, como cualquier pelea se va calentando con exabruptos y amenazas. Estas locuciones indican un nivel de tensión importante y, en tiempos no muy lejanos, en un contexto menos globalizado, se pensaría en golpes de Estado.


El combustible que incendia esos enfrentamientos violentos y dicotómicos es la imagen líder, de un ser humano que represente y mitifique la rabia y el valor de las multitudes; se construye, o más bien, surge un relato de agravio y desagravio, de amigos y enemigos, que es verbalizado por las elites políticas que estén, y si los ánimos se caldean, ya sea por la evolución de la técnica, por las crisis comerciales, o por las derivas poblacionales que producen choques de razas o de civilizaciones, salta la chispa y sobreviene la autoridad total, la militarización de la vida y el aupamiento de la clase militar al mando del Estado o su presencia tras las bambalinas. Y como el proceso sigue, cuando el liderazgo, por cualquier desenlace, puntual o temporal, se cae, el muñeco se desinfla, con lo que vemos casos como la caída del Muro, la transición española, o el cambio de régimen en la URSS. Además, en momentos pacíficos del ciclo histórico, virajes comerciales en medio de contextos equilibrantes como el de la China comunista reconvertida en el país más capitalista del planeta, consiguen erradicar la revolución. 


Malaparte 9


Curzio Malaparte


Curzio Malaparte fue el nombre, por oposición a Napoleón Bonaparte, con el que escribió durante años el ensayista italiano Kurt Erich Suckert, fallecido en 1957, a los 59 años. Participó en la Primera Gran Guerra, en el ejército francés, en el que llegó a ser un capitán condecorado, y luego fue corresponsal para el “Corriere della Sera”, en el frente del Este, con la Segunda Gran Guerra. Ya en 1922, como periodista, se alistó a la Marcha sobre Roma de Mussolini, fue miembro del Partido Nacional Fascista, y fundador del periódico “La Conquista dello Stato”, que tuvo influencias en el fascista español Ramiro Ledesma. Su continua elucubración sobre el Estado en aquellos convulsos tiempos, no obstante, le hizo publicar, en 1931, su conocidísima “Tecnica del colpo di Stato” (“Técnica del Golpe de Estado”), obra en la que se insolentaba contra Hitler y Mussolini, consiguiendo ser expulsado del Partido Nacional Fascista y exiliado a la isla de Lipari, durante cuatro años, hasta 1938, aunque luego siguió siendo encarcelado intermitentemente hasta 1943. De su corresponsalía en el frente del Este salió su libro “Kaputt” (donde los invasores ya no son los alemanes, sino los estadounidenses que ganaron la guerra), incluido en el “Index Librorum Prohibitorum”, del Vaticano. Curzio Malaparte cambió y, proviniendo de un trasfondo fascista mutó en izquierdista, y militó en el Partido Comunista Italiano, llegando a ir a China para contemplar el éxito de la revolución maoísta. Enemigo declarado de la burguesía, falleció en medio del enconamiento marxista que lo poseyó en los años cincuenta. Los autoritarismos son excrecencias formales de las sociedades de masas, que se dan cíclicamente en el tiempo y en la geografía, con sus altos y sus bajos. Curzio Malaparte, con tendencia al autoritarismo, pese a sus discusiones y crisis ideológicas, comulgó con todos ellos, los de derecha y los de izquierda, en medio del “mare magnum” que provocaron las dos Grandes Guerras y los equilibrios de una Postguerra con el Telón de Acero de por medio.


En alemán se distingue “Der Staatsstreich” de Der Militärputsch, se distingue el golpe de Estado del golpe militar. El concepto de golpe de Estado surgió en el siglo XVII francés y se refería a la violencia usada por el Rey, contra la moral y el derecho común, a fin de deshacerse de sus enemigos en defensa del bien común o la seguridad estatal. Hoy en día, no obstante, con los tres poderes de Montesquieu en marcha, el autor del golpe acostumbra a ser el Ejecutivo. Se pasa a violar la Constitución, de forma que el Ejecutivo asume las funciones del Legislativo, a través de las denominadas leyes habilitantes.


La asonada militar, “Der Militärputsch”, como la parte armada del Ejecutivo que se mueve para la toma del poder, pasó a ser la fórmula de apoderamiento del gobierno, pero actualmente no es tan eficaz como el golpe político del Ejecutivo, asumiendo, pues, una violencia disuasoria, sin derramamiento de sangre, a través de las leyes habilitantes. Esta posibilidad ha acrecido enormemente con los actuales medios tecnológicos de vigilancia y propaganda.


Curzio Malaparte establece tres conceptos: golpe de Estado, guerra civil, y revolución. Es el golpe de Estado el menos cruento y el más sorpresivo, pues reduce "al mínimo el tamaño y la intensidad de la confrontación armada".

Concretando sobre “Der Militärputsch”, existe un texto clásico, de 1962, de Samuel Finer, “The Man on Horseback: The Role of the Military in Politics”, ampliado en 1975 (Peregrine Books), en 1976 (Penguin Books) y en 1988 (Westview Press), donde explica cuatro variedades de intervención militar: a) la presión, acudiendo a razonamientos o emociones; b) las advertencias o amenazas al gobierno civil, y entre ellas, acciones como amagos de dimisión, advertencia pública de retirada de apoyo o desacuerdo, desobediencia, y amenaza de levantamiento en armas. Finer habla de golpe de Estado tácito si estas presiones afectan a la independencia del Ejecutivo; c) desplazamiento violento del gobierno civil por otro gobierno civil; y d) suplantación de un gobierno civil por otro militar.


Hoy en día, a principios del siglo XXI, la técnica del golpe de Estado se ha formalizado en no hacerse evidente, en el uso de las crisis económicas -forzadas o sobrevenidas-, y la generación de caos, saqueos, huelgas y revueltas, unido al uso de la información, que es tecnológicamente muy veloz y manipulable. Los golpes de Estado, pues, son movimientos en la elite gobernante, sostenidos sobre el malestar de las masas, bien porque entran en revolución de unos sectores contra otros, a fin de cambiar el régimen de gobierno, o bien porque dos bandos entran en guerra, la cual puede extenderse en el tiempo.


La situación de la vigilancia y la fuerza de la propaganda, ambas potenciadas exponencialmente por los medios tecnológicos de información, han hecho que los golpes de Estado puedan llevarse a cabo con laxitud, impidiéndose que las guerras civiles sean habituales, excepto en casos recientes como el de Irak, Siria o Libia, que se encontraron ante un descabezamiento sin sustitución de sus anteriores líderes.


Esa laxitud es reforzada, además de por la vigilancia y la propaganda, por otro efecto tecnológico, el del uso de los mercados para provocar efectos masivos en la redistribución de los bienes entre la población. Surgen así las técnicas denominadas golpes de Mercado, con devaluaciones, fuga de capitales, hiperinflaciones, desabastecimiento, paro, incremento de los tipos de interés, embargo de deudas generadas con anatocismo, etcétera. Fue el diario “Ámbito Financiero”, en 1989, en Argentina, donde se acuñó el término de esta forma suave de golpe financiero, luego mejorado en este siglo XXI con la crisis de 2008. El golpe de Mercado surge del encontronazo entre la empresa privada y las decisiones estatales, las cuáles se contrarrestan retirando de la economía la vitalidad básica para que haya desabastecimiento, el cual genera malestar y caos en la población, que resulta empujada a tomar partido. No es de despreciar un nuevo parámetro, el uso de las alarmas sanitarias, como en el caso de la pandemia del Covid19, para entrenar el reforzamiento de la vigilancia y la promulgación táctica de estados de excepción, que cercenan las libertades y preparan el terreno para situaciones de golpe de Estado.


A una dictadura se puede llegar a través de un golpe de Estado o por la proposición de los parlamentarios o instituciones gubernamentales oportunas. En la Republica romana Julio César era nombrado por los optimates, al igual que lo fue Hitler en la República de Weimar, y luego los dictadores se instalaban en el mando sin someterse a votaciones. En España, las repúblicas primera y segunda se alternaron, a través de golpes de estado promonárquicos, con golpes de Estado, unos con confrontación guerracivilista, como el del general Franco en 1936, y otros no tanto, como con Pavía en 1874, Primo de Rivera en 1923, o Sanjurjo en 1932. El golpe de estado de Lenin en Rusia en 1917, la marcha golpista de Mussolini de Italia en 1922, el golpe de Estado de Fulgencio Batista en Cuba en 1952, el de Mohammad Reza Pahleví en Irán en 1953, el golpe de Estado militar en Grecia en 1967 que abocó a la Dictadura de los Coroneles, la toma de Libia a través del golpe de Estado de Muammar al Gadafi en 1969, el golpe militar de Pinochet en Chile en 1973, el golpe de Estado de Pol Pot en Cambodia en 1975, el golpe militar de Al Sisi en Egipto en 2013, han sido todos golpes de Estado exitosos, a los que han sucedido gobiernos dictatoriales. La naturaleza de todos estos golpes ha incluido la violencia militar. Sin embargo, Hugo Chávez, en Venezuela, con posterioridad a una intentona golpista fallida, un Putsch, inició un nuevo sistema de apoderamiento del aparato gubernamental del Estado, como lo hizo Hitler en 1933, a través de las urnas, en un país políticamente dividido, en el que una coalición le fue dando poderes habilitantes, y fue fortaleciendo el poder gubernamental ejecutivo, hasta disponer de una masa de militantes difícil de neutralizar salvo con un enfrentamiento guerracivilista.


Es este nuevo sistema, apoyado en las tecnologías gestoras de las elecciones, el monopolio de la propaganda y de la vigilancia, el que eterniza un golpe en principio incruento, pero que termina socavando los tres poderes de Montesquieu y convirtiéndolos en uno en manos del Ejecutivo.


Las reacciones militares actuales para apoyar golpes de Estado están en desuso en el panorama mundial, de la mano de los tratados de adhesión a la ONU y debido a un contexto consensuado de extensión del modelo democrático occidental como sello de calidad para las relaciones interglobales, con excepciones contadas como las de Cuba, Irán o Corea del Norte.


El ejemplo de cuatro sucesivas cartas enviadas al Rey o hechas públicas en España por parte de militares retirados, indica el malestar de las fuerzas armadas para con el gobierno actual, que debe ser numéricamente proporcional entre los mandos y tropa en activo, pero estos últimos no se hacen visibles por la prohibición expresa de la Constitución. Sin embargo, esas cartas son pleno ejemplo de que estamos ante el primer nivel de la clasificación de Samuel Finer, el de la advertencia o amenaza del estamento militar, previo a un golpe de Estado. Un grado ínfimo de riesgo, pero no nulo.


La posibilidad actual de que un golpe de Estado violento surja es equivalente y proporcional a la de capacidad de ruptura constitucional, a través de leyes habilitantes, por parte del gobierno elegido, antes de que se instauren milicias progubernamentales que se hagan dueñas de las armas disuasorias. Además, hoy en día, la estructura internacional imposibilita a los Estados-nación la flexibilidad necesaria para alterar el funcionamiento normalizado de sus instituciones. Para que ello ocurriera se haría preciso, por ejemplo, que un gran protagonista planetario, como la democracia norteamericana, sufriera algún tipo de alteración institucional o caos guerracivilista. Supongamos que las elecciones norteamericanas de 2020 se hayan celebrado fraudulentamente en un grado intolerable porque Staple Street Capital, empresa neoyorquina que adquirió la empresa de recuentos electorales Dominion Voting Systems en 2018, recibió 400 millones de dólares en octubre de 2020, un mes antes de las elecciones, procedentes del banco UBS Securities LLC, controlado por el Partido Comunista Chino, y supongamos que ello llevara a la condena por la Corte Suprema, y que la Constitución norteamericana pusiera en marcha sus sistemas de autoregulación, pero no fuera capaz de encauzar la violencia, el caos y los consecuentes desabastecimientos, y que ello llevara a una propuesta como la que acaba de hacer el exasesor de seguridad nacional, general Michael Flynn, es decir, la suspensión de la constitución, la declaración de ley marcial y la celebración de nuevas elecciones con vigilancia militar. Pues bien, este sería el caso de que el resto de estados nacionales en Occidente, que estén en un primer nivel de Finer, como el caso de España, subirían inmediatamente de nivel hasta tensar las instituciones y convertir en realidad lo que ahora produce solo perplejidad e incredulidad.

La propagación de los golpes militares sería semejante a lo que pasó con las denominadas Primaveras árabes o las Revoluciones de colores en los países del Este de Europa. Un efecto sociológico conocido.


Es, pues, solo si esto ocurre, que se puede entrar en un nuevo ciclo histórico en el que el golpe de Estado será una mera técnica, como titula Curzio Malaparte, para ajustar las elites gobernantes aprovechando la dinámica del caos de masas y por tanto la consecuente aplicación de estados de excepción, lo cual ya ha sido ejercitado globalmente con la situación pandémica del virus Covid19. La técnica del golpe de Estado es una técnica de usurpación de poderes envejecidos que cargan con la autoría del malestar social, y se procede a su renovación con el principio de que cuando no hay caos y malestar la alternativa es el cambio a y través de las elecciones democráticas, y cuando hay caos y malestar la alternativa es el cambio a través del golpe de Estado.

Sin comentarios

Escribe tu comentario




No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.