Octubre 1917: Filosofía y Revolución

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Juan Ezequiel Morales


Probablemente no se vuelva a ver en siglos un caso como el del libro de Karl Marx, “Das Kapital”, el de mayor éxito, aunque lo hayan leído y estudiado sólo unos pocos. Nunca antes el pensamiento se había aliado a las masas revoltosas de forma que las condujera a una trampa tan absolutista, cual si se tratara de una hipnosis global. Antes de entrar en el meollo de esa filosofía viralizante, pongamos un ejemplo. Que el pensamiento comunista es dogmático es algo que no se discute desde el stalinismo. Y en ese sentido, por ejemplo, es claro que Stalin ordenó que se siguieran las teorías del ingeniero agrónomo Trofim Lysenko en cuanto a la genética, incluso ordenó matar a los genetistas Agol, Levit y Nadson, o envió a Nikolai Vavilov a prisión, por sus ideas genéticas anti-revolucionarias; se denominó a la genética “prostituta del capitalismo” y se la clasificó como una “ciencia fascista” por sus devaneos con la eugenesia. En 1948, en la década de las purgas, se le declaró oficialmente “ciencia burguesa”, los genetistas se quedaron sin trabajo o arrestados, y hasta los años sesenta no hubo posibilidad de hacer ciencia genética, con el consabido atraso comunista en dicha disciplina, por orden política. Es que es lícito pensar que una ideología que prohíbe la ciencia más fascinante y representativa de la vanguardia tecnológica contemporánea, ante el éxito de la genética gracias al capitalismo, debe considerarse una ideología muerta, periclitada y fracasada.


Pasemos, entonces, a echar un vistazo a la filosofía que generó el éxito de esta locura colectiva. El pensamiento humano, a lo largo de su historia, se ha batido entre dos fuerzas, por así decirlo. Una ha sido la de la dialéctica, el diálogo, con Sócrates y Platón, el Tao, Hegel o Marx, y el entusiasmo que cada pensador ha tenido para con la observación de que la naturaleza funciona por la dinámica de los opuestos, ya sea naturaleza pura o naturaleza social o histórica, es el que ha ido conformando el ritmo o el aspecto de cada tiempo, su Volkgeist. La otra fuerza representativa de la evolución del pensamiento ha sido la libertad del mismo para pensar más allá, para pisotear los dogmas, para pensar con absoluta libertad; si esto no es posible, no hay ciencia ni filosofía que sean eficaces para el conocimiento. Dialéctica y libertad, pues, son los motores de la filosofía.


Y la filosofía existe siempre en un medio histórico, de forma que ambas, filosofía e historia, se nutren mutuamente, siendo que la filosofía interpreta en función de lo que ocurre en cada tiempo, y la historia se conduce por la vía que los pensadores van construyendo, como ingenieros del conocimiento, de la “episteme”.


Es así que nos encontramos en un país, la gran Rusia, a finales del siglo XIX, que arrastra casi trescientos años con los Romanov, Pedro el Grande, Catalina, los Alejandro y Nicolás, junto a  una suerte de elite muy rica y cruel para con sus siervos, y que dispone de decenas de millones de esclavos. La tecnología avanza incesante y provoca la industrialización del planeta, y los avances tecnológicos son recibidos por las elites, pero sólo para ser disfrutados por ellas mismas, y el sometimiento represivo de las masas esclavas o las trabajadoras es cada vez mayor.


Una de las primeras revueltas fue la de los decembristas, en 1825, recién fallecido el Zar Alejandro I, y ya pedían la liberación de los esclavos y la promulgación de una constitución, surgían las primeras filosofías socialistas, como la de Alejandro Herzen, quien propugnaba en su revista “Campana” la revolución con guillotina, emulando la que treinta años antes había tenido lugar en Francia. En 1849 la presión para liberar a los siervos se hacía cada vez mayor, y fueron detenidos en una tertulia y condenados a muerte, de la que les indultaron en el último momento, varios intelectuales, entre los que estaba Dostoievski. Los estudiantes, hijos de proletarios, también se levantaban con peticiones, abandonaban la religión y se entregaban a la creación de un hombre nuevo y sometido a leyes científicas. Las nuevas tecnologías de trabajo hacían que mantener a los siervos no fuera buen negocio, era mejor pagar por trabajo a los proletarios, y así fue que, en 1861, el Zar Alejandro II, abolió la esclavitud y liberó a entre 50 y 60 millones de personas de su estatus, aunque no de su miseria.


Las técnicas modernas de agricultura no evitaron las hambrunas, los bancos propiedad de extranjeros, las fábricas concentradas en Moscú, San Petesburgo y Baku, y el resto del territorio era rural, con una vida durísima en manos de los kulaks o terratenientes. En 1894 sube al poder el Zar Nicolás II, hombre sin liderzago, al que sucesivamente, en la paz y en la guerra, se le ve como un estafermo. Y veintisiete años antes Marx publicaba los primeros 1.000 ejemplares de “Das Kapital”. La historia y el pensamiento ponían sobre el tablero los mimbres para uno de los dogmas víricos, o memes más letales y fanáticos de la humanidad, junto a sus oponentes, los opios del pueblo, las religiones monoteístas.


Nikolái Chernyshevski, filósofo socialista influido por Feuerbach y Fourier, autor de la novela “¿Qué hacer? Los hombres nuevos”, en 1862, inspiró a Lenin. En el pensamiento de ese tiempo todo advenía en el hombre nuevo, el hombre desalienado, el pensamiento socialista era un caldo de cultivo introducido por la industrialización, con la cual la esclavitud no convenía y el hombre liberado, nuevo, podía dar un salto para soltarse las cadenas. Ese era el sueño, la tierra prometida.


Desde 1879 las organizaciones revolucionarias, terroristas y anarquistas, pululaban y crecían por todo el país, se propusieron asesinar al zar Alejandro II, lo cual consiguieron, seguido de una cruel represión más, pero ya las células comunistas empezaban a desarrollarse en competencia con las anarquistas. Aquí surge Bakunin, cuyo enemigo Marx le acusa de ser un espía del Zar. Marx postulaba apoderarse del estado, crear la dictadura del proletariado, y cambiar el régimen para construir uno nuevo camino al hombre desalienado. Bakunin, por lo contrario, buen anarquista, creía que el estado era el gran enemigo, que lo que había que hacer era destruirlo para obtener la sociedad libre, y si se dejaba generar el estado proletario habría una nueva forma de dominación absolutista. Así fue, y el sueño se trocó en pesadilla.


En 1905 ocurrió lo inevitable, la primera revolución en la que el monstruo de las masas se despertaba. Los japoneses apalizaron a los rusos en 1904, los obreros del Cáucaso se levantaron y en San Petesburgo también, y tomaron el Palacio de Invierno, con unos cien mil manifestantes, contra los que cargó la caballería matando a cientos y cientos de ellos. También se sublevaron los soldados del buque más moderno de Rusia, el Acorazado Potemkin, todo lo cual asustó al Zar, que frenó las reformas y se empleó en una gran represión.


En 1914, nueve años después, Rusia entra en guerra con Alemania, y los comunistas, en ese periodo, socavan la estructura del estado, deteriorada en medio de una estructura estatal donde los súbditos no reciben gracia alguna sino miseria. La guerra diezmaba a la población, casi dos millones de muertos y siete millones de heridos. El invierno de 1916 es durísimo, las mujeres se manifiestas en San Petesburgo, las multitudes atacan a la policía y se llevan las armas, el Zar saca al ejército, hay enfrentamientos, pero al final gran parte de los soldados se pasan al lado de los sublevados, ya que, desde principios de siglo, poco a poco, Lenin había infiltrado en el ejército a cabecillas revolucionarios. Lenin manda en el soviet (consejo de obreros, soldados y campesinos) de San Petesburgo, Petrograd, y se genera en Moscú un gobierno provisional presidido por Kerenski, socialista, pues el Zar ya había abdicado el 2 de marzo de 1917. Bolcheviques unos y mencheviques otros. En julio los acontecimientos se dispararon, la revolución estallaba, los bolcheviques se alzaban y Lenin no podía apenas frenarlos, querían acabar con los “ministros capitalistas” del gobierno de Kerenski. Lenin tuvo que ocultarse porque fue ordenada su detención por el gobierno de Kerenski. Fue en esa época que surgió Stalin, quien se entusiasmó con el marxismo, al que consideraba no sólo una teoría sino una cosmovisión, un sistema filosófico.


El 25 de octubre de 2017 se hicieron los bolcheviques con el poder, y se promulgó la abolición de la propiedad privada de la tierra, la jornada de trabajo de ocho horas, la supresión de la nobleza, la prohibición de la discriminación por raza o religión, y quedó fundada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Rusia se retiró de la guerra con Alemania, pero recientemente se ha sabido, con la apertura de los archivos rusos a partir de 1990, que este cese de la guerra con Alemania fue resultado de una estrategia con intereses personales de Lenin, quien había sido ayudado financieramente por Alemania, mientras vivía huido en Suiza, para socavar desde dentro el régimen del Zar, y con ello devolvió el favor. Fue, al fin, Alemania quien dio la puntilla al régimen zarista pagando bien al judas Lenin. Cien años después el engaño sale a la luz. El mito tiene siempre sus alcantarillas, y los dioses también dan de cuerpo.


Se gestó, no obstante, una guerra civil que duró casi tres años, rojos contra blancos, los cuales venían apoyados por 175.000 efectivos aportados por Gran Bretaña, Japón, EEUU, Polonia, Rumanía, Grecia y Francia, y que poco a poco fueron retirándose. Les unía el temor al comunismo rampante. Al final ganaron los bolcheviques, a los que se fueron uniendo cada vez más soldados. A principios de marzo, en el Báltico, se sublevaron fuerzas soviéticas anarquistas contra Lenin, unos 15.000, pero fueron aplastados por otros 50.000 enviados por el Soviet Supremo, y llevados a campos de concentración o fusilados, el resto huyó a Finlandia. Ya los bolcheviques enseñaban sus dientes, el estado era el absoluto, los anarquistas cayeron en la trampa y el vacío: el nuevo totalitarismo acababa de llegar para quedarse.


Sesenta mil muertos a cada bando costó la contienda, Lenin impuso el comunismo de guerra, todo se trabajaba y se apropiaba para la guerra, las huelgas prohibidas, los productos propiedad del estado, los reclutamientos forzosos, obreros y campesinos a pasar hambruna.


En enero de 1924 murió Lenin y llegó Stalin. Se procedió a las expropiaciones masivas de territorios en 1932 y 1933, haciéndose desaparecer a todos los terratenientes, lo que causó un desequilibrio productivo y una hambruna con seis millones de muertos más. Hitler, entre tanto, surgía en Alemania. Stalin se empleó en aumentar la producción industrial y la mano de obra industrial, en su primer plan quinquenal, y en el segundo plan quinquenal propuso a los obreros desgañitarse produciendo para que su competitividad marcara la meta moral del hombre nuevo. En 1934 comenzó la era estalinista del Gran Terror, que llegó hasta 1938, donde se mandó a matar a obreros, campesinos, militares e intelectuales, por miles. La dictadura del proletariado de Stalin se sostenía gracias al terror. La estudiosa Mira Milosevich calcula que 35.000 oficiales del Ejército Rojo fueron encarcelados. Hitler invadió Rusia, aprisionó a tres millones de soldados soviéticos y llegó a las puertas de Moscú. La psicopatía de Stalin hizo que, incluso, dejara a su suerte a un hijo suyo, soldado capturado por los alemanes, quienes le habían ofrecido canjearlo por otro oficial alemán, a lo que su padre, Stalin, se negó. Los soviéticos ganaron la guerra, Stalin compró a científicos norteamericanos y pudo obtener la bomba atómica, fascinado por el arma norteamericana, y generó una carrera nuclear ya conocida.


Y entretanto los intelectuales y la filosofía ¿qué? Nunca la filosofía impulsó con tanto denuedo las decisiones de los políticos y revolucionarios. Del pensamiento a la acción, a la praxis, con absoluta fuerza. Las complejas tesis del idealismo alemán evolucionado, mezcladas con el batiburrillo socialista y anarquista, llenaron de gasolina a los revolucionarios más analfabetos, y todos a una, una vez traducidos unos cuantos eslóganes, tomaron las armas y se lanzaron a la conquista del poder para revertir, no a sus personajes, sino también al sistema, al régimen, con el fin de instaurar el paraíso comunista en la tierra.


Todo había comenzado con la dialéctica, que se resume como diálogo y tensión entre dos posiciones. La pone en la mesa el filósofo alemán G.W.F. Hegel, principalmente en su obra “Fenomenología del espíritu”, de 1808. Hegel explica que en la realidad funcionan los opuestos, que éstos entran en conflicto, de forma que se genera un cambio, y así sucesivamente.


Karl Marx aplica esta visión hegeliana a la sociedad y a la historia, y en 1848, en el “Manifiesto comunista”, reduce a la lucha de clases la naturaleza dual y opuesta del cambio histórico: "toda la historia de la humanidad hasta ahora es la historia de la lucha de clases".


Realmente, en filosofía, el debate siempre ha ido por esos derroteros. Kant con las antinomias en el entendimiento que generan tesis y antítesis, que se solucionan con la crítica de la razón pura. Fichte con el yo y el no yo en oposición, entrando en contradicción y generando el movimiento tesis, antítesis y síntesis.


La solución de Marx fue el materialismo dialéctico: la tesis era la propiedad del capital acaparado por la clase burguesa, la antítesis el surgimiento del proletariado, una clase creadora de valor con su trabajo, pero despojada de los medios de producción, y la síntesis el comunismo, que haría que la propiedad de los medios de producción fuera común, social, comunista.


El discípulo de Karl Marx, Friedrich Engels, perfeccionó el materialismo dialéctico, principalmente en su obra "La transformación de las ciencias por el Sr. Dühring", de 1878, más conocida por el Anti-Dühring.


Que todo este pensamiento que se complejifica hasta decir basta, fuera el combustible de los revolucionarios, sólo se explica por la situación histórica, con la generación de un proletariado obrero industrial, propietario legítimo de su fuerza de trabajo, al que la fuerza del pensamiento, que en aquellos tiempos se veía como si de los sabios filósofos surgieran posiciones incontestables en tanto científicas, les daba la razón, una vez los propios Marx y Engels generaban las correspondientes frases o eslóganes en los que se resumía la acción, que era simple, armarse, atacar a la elite y sustituirla incluso en su régimen de gobierno, que pasaría a ser, por la conquista de las clases, inverso al hasta entonces soportado: el poder estaría en el pueblo, en los proletarios del mundo unidos.

Engels y Marx fueron recipiendarios del materialismo mecánico de Ludwig Feuerbach y del idealismo de Hegel. Pero el materialismo de Feuerbach lo combatieron en las 11 tesis sobre Feuerbach, de forma que dijeron: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Se trataba, pues, de pasar a la acción.


A finales del siglo XIX tenemos, asimismo, a Lenin haciendo filosofía y preparándose para la revolución y la guerra. Esta ilustración de los dirigentes en esa época es la que asombra en un mundo actual, así como en su pretérito, en el que los políticos acostumbran a ser intelectualmente subnormales.


Lenin discutió con filósofos positivistas como Ernst Mach y Alexander M. Bogdanov, quienes defendían el positivismo idealista por encima del idealismo y el materialismo, a lo que Lenin contestaba, en “Materialismo y empirocriticismo”, en 1909: “Materialismo es reconocer los objetos a sí mismos o fuera de la mente; las ideas y las sensaciones son copias o imágenes de estos objetos. La doctrina opuesta (idealismo) afirma que los objetos no existen sin la mente; los objetos son combinaciones de sensaciones”. ¡Y, entre tanto, se preparaba para la revolución!


Lenin, ya en 1915, dos años antes de hacerse con el poder, en sus “Cuadernos filosóficos”, propalaba la dialéctica como método hegeliano, pero sin olvidar a la par el materialismo, para no desembocar en un idealismo. Puso los cimientos a ese equilibrio entre dialéctica y materialismo que luego dominó el panorama del pensamiento comunista soviético.


El término “materialismo dialéctico” fue definido por otro revolucionario ruso, Georgi Plejánov. Eran un conjunto de pensadores peligrosos, que creían y se habían propuesto cambiar el mundo tomando sus riendas políticas.

Hasta el asesino y psicópata Stalin, exseminarista, se apuntó a la filosofía, y ordenó que el materialismo dialéctico se definiera como la aplicación de las leyes dialécticas a la naturaleza y el materialismo histórico como la aplicación de las mismas a la historia y a la sociedad.


La filosofía se había convertido en un modo de ejercitar el poder.


Por eso tenemos también a Trotsky, otro de los líderes de la Revolución de Octubre, que combate el dogmatismo de la doctrina oficial de la Unión Soviética, y separa el materialismo histórico del dialéctico, dando al primero una carta de naturaleza propia, de dialéctica subjetiva, contra el segundo, que constituye la dialéctica objetiva, aunque ambas dialécticas formen una unidad. Trotsky pone en marcha en la dialéctica subjetiva el concepto de revolución permanente, lo que Stalin considera una traición y ordena matarlo. En realidad, la visión de Trotsky, como la de los anarquistas como Bakunin, es la de que el estado tomado por los proletarios se convertirá en una elite dominadora, y el eterno cuento de explotadores y explotados volverá a campar.


Uno de los eslóganes utilizados por las masas proletarias para matar a todos los religiosos que se encontraran por delante, fue el de que la religión es el opio del pueblo. La frase de Marx era más compleja, y casi que está descontextualizada, lo que indica que los pensadores iban por su lado, en sus despachos, y los eslóganes de los revolucionarios iban por otro.


Lo que hay que advertir es que el desarrollo racional de esta fuerza filosófica en marcha a través de las armas proletarias, no obedecía tanto a razones como a pulsiones bien resumidas en frases pegadizas. Y casi que hay que entender que, en medio de un mundo entrando en un periodo de industrialización masiva los pensamientos de libertad de los siervos y proletarios eran de prever. Si no hubiera sido el comunismo, hubiera aparecido otra forma de ver las cosas, otro tipo de revolución, como la previa francesa procedente de una ilustración también en un momento de cambio histórico de los modos tecnológicos. Del batiburrillo de influencias marxistas podemos citar a Hegel, a los filósofos materialistas de la Ilustración, a los historiadores franceses de la Restauración para los conceptos de clase social y lucha de clases, al economista David Ricardo para la teoría del valor y el trabajo, al socialista francés Proudhon para la definición de la clase del proletariado, a las ideas sobre el régimen burgués de Jean Charles Leonard Simonde de Sismondi, a Ludwig Feuerbach la idea de la religión como autoenajenación humana, a Louis Auguste Blanqui para la dictadura revolucionaria, al cartismo inglés para la agitación obrera, al socialismo utópico para la abolición de las clases. En fin, el panorama estaba ya incendiado, sólo había que plasmarlo es eslóganes y ponerlo en acción en el país adecuado. Y fue Rusia. Marx vivió en Alemania y en Inglaterra, y está enterrado en Londrés, adonde se le puede visitar previo pago capitalista de unas libras, pero ni ingleses ni alemanes quisieron nunca poner en marcha sus ideas, porque el país era el que era: una Rusia preindustrial, agraria y esclavista.


Tras la revolución de octubre de 1917, la lucha filosófica se generó entre partidarios de la dialéctica y partidarios del mecanicimo, pero se fue gestando otra lucha filosófica más cruel, que se tornó violenta tras la muerte de Lenin, la de Trotsky partidario de una revolución mundial permanente y la de Stalin partidario del socialismo en un solo país, Rusia.


Cuando Stalin tomó el poder, en 1924, se acabaron las tendencias entre dialécticos y mecanicistas. Ya pronto dejaría de pensarse para empezar a obedecer el pensamiento único emanado del líder del estado soviético. Stalin emitió un decreto que ordenaba identificar el materialismo como base filosófica del marxismo-leninismo. La filosofía en la Unión Soviética se convirtió en un dogma, igual que los dogmas religiosos.


Se comenzó a tildar de revisionistas, es decir, retrógrados que querían volver a la ciencia burguesa, a una importante suma de intelectuales, entre los que cayó Georg Lukács, autor de “Historia de la conciencia de clase”, en 1923, ¡quién repudió su propia obra, porque para un revolucionario era más importante ser del Partido Comunista! Por censurar, Stalin llegó a hacerlo, en 1932, con las obras del primer Marx, los “Manuscritos económicos y filosóficos” (de 1844), por no haber renunciado completamente por entonces al idealismo alemán. Se promulgó el lysenkismo como doctrina científica, y en 1948 la genética llegó a ser declarada “ciencia burguesa”, como ya se indicó al principio. En 1951, todavía vivo Stalin, se declaró idealista la teoría de la resonancia estructural de Linus Pauling, y también declarada “pseudociencia burguesa”. Por su dificultad para ser incluida en el canon del materialismo dialéctico, también se cercenó la cibernética, que sólo pudo desarrollarse a partir de la muerte de Stalin. Stalin discutió y abatió, también, las teorías del lingüista Nikolái Marr, quien defendía que la estructura lingüística está determinada por la superestructura. En los años 40 la teoría de la mecánica cuántica y la de la relatividad fueron declaradas idealistas, no obstante, las purgas no fueron tan feroces, porque peligraba el programa nuclear. Al ser considerada la estadística una ciencia social, también resultó atacada, y se declararon falsas oficialmente la ley de los grandes números y la desviación estándar. Un gran estadístico como Kolmogorov, mundialmente conocido, abandonó sus investigaciones.


En fin, este dirigismo fue idéntico al de la Iglesia Católica en la época de Galileo o Servet, fue dogmático. Y las propias teorías comunistas en sí, empezaron prácticamente a ser sustituidas en occidente por sistemas de pensamiento igual de coherentes y, sobre todo, mucho más eficaces en su praxis. Es así que la socialdemocracia se hizo dueña de la economía occidental. Las ideas coetáneas en época de Marx, del alemán Eduard Bernstein, barrieron y provocaron el revisionismo, excepto en la órbita comunista sometida a la bota militar soviética. Sus únicas razones eran las de la fuerza. Bernstein señaló que el marxismo no es puramente ni materialista ni económico, que la teoría de la plusvalía es simple y abstracta, que la lucha de clases no es sólo vertical sino también horizontal, se da entre capitalistas y proletarios, pero también entre los propios capitalistas y entre los propios proletarios entre sí. Señaló que no hace falta una revolución violenta para llegar al socialismo, ya que está el sindicalismo y la acción política para conseguirlo.


Sartre, con “La Crítica de la razón dialéctica”, los posteriores Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse o Jürgen Habermas, con un marxismo antisoviético, Antonio Gramsci, Ernst Bloch… no pudieron escapar de ese sistema hipnótico, a pesar de que les mostraba su peor y más cruel cara, y aún hoy el comunismo es visto como algo a considerar siempre que las cosas se ponen feas y hay crisis nacionales o globales. Un subcomanadante Marcos, sociólogo, o un Abimael Guzmán de Sendero Luminoso, con su tesis doctoral sobre Kant, o un Pol Poth, proveniente de La Sorbona, son ejemplos de nuevos revolucionarios-pensadores que lo que consiguen al imponer el marxismo real es matar por decenas y centenas de miles, sobre todo a los campesinos, a mansalva.


Para quedar bien, dentro de esa corriente de pensamiento ovejuno que no se atreve a reconocer el fracaso de ese pensamiento, tenemos por poner ejemplos más contemporáneos, al materialismo cultural de Marvin Harris, o el determinismo geográfico de Jared Diamond; son restos de esa época en la que podemos decir que la dialéctica filosófica se extendió por el mundo con las armas y mató a cien millones de personas, directa o indirectamente. Una obsesión de estética filosófica como la de admirar el hongo de la bomba nuclear porque es simétrico. Nunca el mundo había estado en manos de filósofos revolucionarios ¡Nunca más!

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