Markus Gabriel y el Imperativo Virológico

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Juan Ezequiel Morales




El filósofo realista Markus Gabriel viene de nuevo a Canarias a una disertación acerca del tema de su último libro traducido al español, “Moralischer Fortschritt in dunklen Zeiten” (Ullstein Buchverlage, Berlín, 2020): Ética para tiempos oscuros. Atendiendo a su estructura de campos de sentido, propugna que existen “hechos morales” y, en consecuencia, surge de su propuesta el concepto “imperativo virológico” como la forma de enfrentar éticamente la pandemia que asuela el mundo humano desde 2019 a la actualidad.


Markus establece que la percepción de que nos hallamos ante un laberinto inextricable de complicaciones éticas es engañosa, y que “cuando se observa la situación con cuidado, en realidad los dilemas éticos no existen; no hay situaciones irresolubles en las que hagamos lo que hagamos contraeremos una deuda moral”. Si fuera así, dice Markus Gabriel, la ética dejaría de existir y nos quedarían meros “cálculos estratégicos”, pero “no nos encontramos en medio de una gran tragedia en la que todos, como Edipo, seremos culpables en contra de nuestra voluntad y por mucho que nos esforcemos”.


Markus observa que en el comportamiento de los humanos se percibe un progreso moral, por ejemplo, en el reconocimiento de los derechos de los animales, la protección infantil, el matrimonio no heterosexual, la igualdad entre hombres y mujeres, etcétera. El progreso moral es esa tendencia, pues, en la que se percibe que los humanos actuamos como “deberíamos” actuar, se van descubriendo cada vez más hechos no morales y se sustituyen por otros hechos con relevancia moral. Dice Markus: “una sociedad en la cual la mayoría de nuestras acciones fueran malas se destruiría a sí misma”, como resumen de una moral kantiana. Por ejemplo, los seres humanos más horrendos actúan a veces moralmente, aunque sea solo en relación a un grupo afín (y pone los ejemplos de Mao Tse Tung, Hitler o Kim Jong-un).


Portada etica para tiempos oscuros en aleman

Edición alemana de "Ética para Tiempos Oscuros",

de Markus Gabriel, 2020



Los valores universales son la expresión de que existe una realidad moral. Markus contempla que la crisis del coronavirus ha mostrado que los gobiernos son capaces de tomar decisiones que, aunque impliquen extraordinarias pérdidas económicas, están encaminadas a proteger la salud, lo cual es un comportamiento moral: “esto ha generado una oleada de solidaridad y de unión y cohesión social”. Markus propone un “universalismo”, contrario a un “relativismo”, un único sistema de valores con tres categorías: bueno, neutro y malo. Markus dice que el progreso moral no concluye en una meta, sino que es un proceso que no termina nunca, un proceso evolutivo. En definitiva, “la ética estudia las estructuras universales de la cohesión social e intenta obtener a partir de aquí ideas con las que mejorar nuestra situación moral”. 


Gabriel analiza la pandemia Covid y dice: “No basta con apuntar al imperativo virológico, que exige proteger del coronavirus al mayor número posible de vidas humanas”, y a la manera en la que ha argumentado también el filósofo francés Bruno Latour, señala que “anteriormente la política en general ya se ha enfrentado indebidamente a crisis mucho mayores, en primer lugar la crisis climática; por ejemplo, ha demorado mucho el paso a la movilidad eléctrica, anteponiendo el valor de la industria automovilística alemana a la calidad de vida de los alemanes”. Y en este momento es cuando Markus Gabriel, como también ha hecho Latour, se lanza a señalar que es moralmente reprobable no actuar para evitar el cambio climático. 


Y aquí llega Greta, Greta Thunberg, con uno de sus mandatos éticos a que están obligados los mortales. El penúltimo ha sido el de provocar, como en Francia, la prohibición de tomar el avión en trayectos inferiores a dos horas en tren, una prohibición que se traduce en un determinado ahorro en emisiones CO2 por el diferencial entre el gasto del aeroplano en comparación al ferrocarril. Y el último mandato de la justiciera climática Greta lo ha emitido en la OMS, el pasado 19 de abril, exigiendo a las naciones ricas que no vacunen a sus ciudadanos para que no exista una desigualdad flagrante con los ciudadanos de las naciones pobres: “no es ético que un país con altos ingresos vacune a gente sana y jóvenes, a expensas de personas más vulnerables o sanitarios en países con menos ingresos”, e informa de que en los países ricos se vacuna 1 de cada 4 y en los pobres 1 de cada 500 personas. Esta rueda de prensa ha sido previa a la inauguración, por el presidente Joe Biden, de una Cumbre climática virtual, para renovar el Acuerdo del Clima de Paris. Puestos a poner sobre la mesa cálculos, el director de la OMS dice que los muertos causados por el Covid son 3 millones en el planeta y por el cambio climático rondan los 7 millones de personas al año, y también dice, cómo no, que Greta “es una inspiración para muchas personas y nos ha ayudado a entender mejor cómo la crisis climática afecta a la vida de las personas”. Es un gran milagro ético que una adolescente enfadada y con problemas psíquicos se sobreponga a los posibles consejos de miles de ingenieros cuando se trata de buscar un diagnóstico y su solución al presunto problema del clima. Hace apenas diez días, el 5 de abril, Pete Buttigieg, Secretario de Transporte de Joe Biden, llegaba a la Casa Blanca a dar ejemplo, y fue visto cuando se apeaba a los 200 metros de su vehículo contaminante para subirse a una bicicleta que descargaron sus asesores, seguido de varios todoterrenos que le escoltaron hasta llegar a su despacho en la Casa Blanca, sudoroso por el esfuerzo supuestamente hecho desde su casa para cumplir con el imperativo climatológico. 


Markus Gabriel hace un extenso excursus, en su “Moralischer Fortschritt”, sobre la ética relativista, una ética que no considera los universales. La cuestión a dilucidar es si estas trampas de los justicieros climáticos Greta, Biden y Buttgieg, se corresponden a un rodamiento relativista de los principios éticos, o a un ocultamiento tramposo de los principios éticos universales. El problema ya está planteado. 


Por cierto, el recientemente fallecido Duque de Edimburgo, en 1988, dijo a la Deutsche Press: "En caso de que me pudiera reencarnar, me gustaría hacerlo como un virus mortal, para ayudar a resolver el problema del hacinamiento”. Pues ésa es la ética sometida al test de la "reductio ad absurdum". Greta propone paralizar los transportes aéreos, Buttgied de Biden nos miente en bicicleta, el Duque quiere transformarse en virus mortal para producir un genocidio beneficioso, y todos en favor de la Tierra, que se ha convertido en la cabeza de los humanos que la pisan en el nuevo sujeto dialéctico y de derecho, por detrás de sus pobladores.



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