6G

|




Una película de 2018, “Anon”, contracción abreviada de “anónimo”, del director neozelandés Andrew Niccol (también director de “El Show de Truman” y “Gattaca”), nos señala, ya casi con retraso, lo que está a punto de pasar en el planeta humano, en la antroposfera del antropoceno. Con independencia del relato personal, el Gran Big Data se introduce en las personas, en sus cerebros, memorias y ojos, de forma que los humanos pasamos a poder ser manipulados en tiempo real. 


Fuera de la película, contemporáneamente, la cerdita “Gertrude”, de Elon Musk, ya ha mostrado a través de su empresa Neuralink, en agosto de 2020, que con un “chip” integrado debidamente en su cerebro, se le pueden dar órdenes telemáticas. Esos “chips” ya preocupan tanto a los propios neurocientíficos, que estos quieren introducir una serie de “neuroderechos”, como lo ha propuesto el Profesor Rafael Yuste en la nueva constitución chilena, a través del senador Guido Girardi. 


Como todo en tecnología, lo que se usa hacia un lado termina usándose hacia el otro lado, y las órdenes exo-cerebrales que llegan al ciudadano, harán que éste, como ya se augura en la mentada película “Anon”, no termine sabiendo si sus pensamientos son propios o impostados. De hecho, filosóficamente, mantengo que, sin adminículos integrados en el cerebro, ya los humanos funcionamos al albur del Leviatán en el que estamos insertos, del humanero, y pensamos en el idioma y de la forma lógica que nos ha sido implantada desde nuestro nacimiento. No somos naturalmente individuos libres. Y con el advenimiento del chip de Gertrude perfeccionado, seremos indistinguibles de los robots. Para concebir una sociedad así, en la que la libertad individual quede cercenada y reducida a unos metros cuadrados dentro de los que ronda la maquina biológica que somos, ya dichas tecnologías deben estar implantándose desde las sociedades más comunitaristas. 


En efecto, y a eso vamos, la agencia Xinhua, de la República Popular China, comunicó que China, en noviembre de 2020, en medio de lo más cruel de la pandemia del virus de Wuhan, ha enviado a órbita el primer satélite 6G del mundo, que incorpora tecnología de altísima velocidad para conseguir las metas de la Sexta Generación de Internet. El satélite fue lanzado desde el Centro de Lanzamiento de Taiyuan. La tecnología del satélite, según Xinhua, incorpora monitorización de cultivos y bosques. Corea del Sur había previsto el lanzamiento de su satélite 6G para 2026, pero China se ha adelantado un lustro. El 6G incorpora la realidad aumentada (miramos a una persona u objeto y disponemos de un archivo completo sobre su existencia, nacimiento, desarrollo y caducidad), la holografía de alta definición o intercomunicación en 3D, la inteligencia artificial de redes neuronales adversas, y nuevos conceptos de energía de larga duración y consumos muy bajos. Esto, en comparación, implica velocidades cinco veces superiores al 5G y latencias de 0,1 milisegundos para refrescar contenidos, con picos de 1.000 Gigas por segundo. 



Taikonautas chinos llegados del espacio

Taikonautas chinos llegados del espacio terrestre



En el discurso del centenario del Partido Comunista Chino, el uno de julio de 2021, el Secretario General Xi Jinping, manifestó en Tiananmen, que China ha dejado atrás el retraso y está en periodo de revitalización, ha culminado la construcción de una sociedad modestamente acomodada, y avanza hacia la consecución de un poderoso país socialista moderno. Jinping lo ha declarado como “fenómeno en la historia económica mundial” y se ha considerado por Xinhua el cumplido a su favor de Elon Musk, dueño de Tesla, Paypal, Xspace y otras multinacionales, como Neuralink, la que ha implantado el primer chip intracerebral a la cerdita Gertrude. China es ya un imperio activo a la ofensiva, no una nación pasiva a la defensiva. Una actitud comunitarista como la de China, por la propia naturaleza del humanero, será necesariamente exitosa, y lo será a costa de cercenar las libertades individuales y engrandecer el abstracto concepto del “bien común” o el “pueblo”, en cuyo nombre cualquier sacrificio atroz de los individuos es irrelevante, siempre que consecuencialmente el objetivo común sea exitoso. 


En el último número de la revista alemana “Philosophie”, Océane Gustave ha publicado el texto “La filosofía china para el espacio”, en el que señala: “Desde hace algo menos de dos semanas, tres astronautas chinos se encuentran en la estación espacial Tiangon, que se traduce como Palacio Celestial. Su tarea consiste en completar ciertos módulos y prepararlos para la investigación de los futuros taikonautas, como también se llama a los astronautas chinos. Al igual que otras naciones, el programa espacial chino tiene una fuerte carga narrativa, casi mítica. Estados Unidos presenta su expansión hacia el espacio infinito como la superación de una nueva frontera final, una última frontera de verdad con préstamos de la conquista del entonces nuevo continente. La Unión Soviética, por su parte, operaba con el marco de la ciencia ficción marxista y el cosmismo ruso, invocando así también su propia historia ¿Qué mito utiliza ahora China para su incursión en el espacio?”. Océan Gustave cita a la sinóloga Anne Cheng, del Collège de France: “Durante más de dos milenios el país se ha visto a sí mismo como Tiānxià, literalmente: todo lo que hay bajo el cielo. Sin embargo, en contra de lo que sugiere un prejuicio más extendido, China no presume en absoluto de ser el centro del mundo, sino que se presenta como el mundo mismo. Este espacio universal del Tiānxià estaba tradicionalmente gobernado por el Tiānzǐ: el Hijo del Cielo, otro nombre para el emperador. Así, en el imaginario chino, siempre ha existido una conexión entre el gobernante político y todo el cosmos”. Y entonces, se pregunta Océan Gustave en “Philosophie”, si China es todo bajo el cielo, ¿para qué conquistarlo? ¿No es eso una paradoja? Realmente se trataría del “último paso hacia la realización del ideal de armonía entre el cielo y el mundo de los hombres. La mejor manera de hacerse uno con el cielo sigue siendo llegar a él, literalmente. En este contexto, el nombre de la estación espacial, Palacio Celestial, también resulta comprensible: el poder del gobierno chino ha alcanzado su cima temporal, que en su propia percepción supera el espacio terrestre”. Estamos siendo testigos de una singularidad histórica antropocénica, en la que China es un gran paradigma. 


¡Despedíos, amigos, de vuestra individualidad!



Sin comentarios

Escribe tu comentario




No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.