Juan Ezequiel Morales

Nuevo Orden

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Entramos en un nuevo tiempo que está predestinado por una explosión demográfica cuantitativa y cualitativa. De un lado, siete mil millones de humanos viviendo sobre la Tierra es algo que jamás hemos visto en la historia ni en la prehistoria sapiens. De otro lado, el entrelazamiento informativo, tanto en su complejidad como en su cantidad, ha superado lo que podríamos denominar matemáticamente el límite de Paul Erdös o el del mundo pequeño de Stanley Milgram, y todos los humanos se encuentran interconectados de forma brusca como en los procesos de gelificación. En octubre de 2016, la revista alemana Zeit entrevistaba a la neurolingüista Elisabeth Wehling, discípula de George Lakoff en la Universidad de Berkeley, antes de que Donald Trump fuera elegido, y advertía de que Trump se expresaba como un estudiante de cuarto grado, según un estudio realizado por su equipo de investigación, pero no lo hacía por su bisoñez, sino como una forma estudiada de influir en las clases básicas a través del lenguaje. En vez de decir: “vamos a frenar la inmigración”, decía: “construyamos un muro”. Trump se presenta como auténtico, en vez de como correcto, y eso hace que su aparente gamberrismo se convierta en un valor contra la hipocresía y el engaño. Wehling, en octubre, daba por ganador a Trump una vez analizó su retórica. El periodista Joaquín Rábago, hace un par de semanas, hacía alusión a un interesante experimento de Wehling: presentó un estudio ficticio de una supuesta Universidad de Tinneroy, a un grupo de norteamericanos indecisos, según el cual, con Trump, crecería el paro un diez por ciento en EEUU, y ello no implicó que se decantaran por uno u otro candidato; luego se les propuso que, en base al mismo estudio, con Trump volverían a ganar los valores de la disciplina y el esfuerzo, y en esta ocasión la balanza sí que se inclinó por Trump. Rábago sanciona: “la gente vota muchas veces guiada más por su instinto visceral que por lo que podrían ser sus intereses inmediatos”. Esta elucubración de Rábago equipara inadecuadamente disciplina y esfuerzo personal con instinto visceral, y ése es el error de la izquierda, del que no puede zafarse sin hacer añicos su ideario de corrección e hipocresía. Ahora pensemos en un mundo de siete mil millones de seres hablantes intensamente interconectado, en el que el 57 por cien son asiáticos, el 21 por cien europeos, el 8 por cien africanos y el 4 por cien americanos, el 30 por cien blancos, el 70 por cien no cristianos, el 11 por cien homosexuales, el 6 por cien poseedores del 59 por cien de la riqueza planetaria, el 80 por cien viviendo infrahumanamente, el 70 por cien analfabetos, el 50 por cien desnutridos, el uno por cien universitarios, 500 millones de personas sufriendo guerra, apresamiento, tortura o hambre, 3.000 millones perseguidos o acosados por sus creencias religiosas, el 75 por ciento sin disponer de comida en la nevera, ropa en el armario o casa, y donde solo el 8 por cien tienen dinero en el banco… en fin, un gigantesco laboratorio en el que los valores son un fuerte engrudo fáctico que pasa por sobre los logros económicos. Y los valores son un producto que manejan los líderes ahora denominados populistas, pero que de siempre fueron líderes a secas, habiendo ganado el adjetivo actualmente por contraposición a la elite correcta e hipócrita, frente a la cual los que van perdiendo fe democrática, sienten asco y rehúyen el voto, por mera ciclicidad histórica. Estamos entrando, pues, en una nueva era tecno-sociológica.

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