La esclavitud

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                                                     La hormiga esclavista Polyergus breviceps, roja, 

                                               esclavizando a las hormigas Formica argentea, negras.

 



    En el curso de los siglos XIX, XX y el ya comenzado XXI, multitud de intelectuales, deseosos de que una particular forma de justicia que dimana del sustrato religioso en el que nuestra cultura se ha desarrollado, han apostado por generar una visión del mundo, una “Weltanschauung”, en la que, unas veces el Espíritu nacido de Dios, y otras veces el Antiespíritu nacido del Pueblo, repartieran todas las cosas en igualdad, aunque, para el caso, sempiterno, de que no haya cosas para todos, lo que se reparta sea la escasez, el hambre, o la necesidad. Es como lo del Cristo y el Anticristo: ninguno puede existir sin el otro, pero ambos cubren una pulsión bien explicada en “Das Unbehagen in der Kultur”, en 1930, por Sigmund Freud. 


     La cuestión es que una de las características de las que disfruta el ser humano es la de poder autoabastecer su ansiedad vital, su “Angst”, creyendo el mito del Utopía (casi literalmente: No-hay-tal-lugar). Y evidentemente, la justicia humana es un mito que está exclusivamente conformado sobre los humanos para entontecerlos y dominarlos a través de La Culpa, el engrudo que produce que todos los seres antrópicos vayan en tropel siempre hacia un lugar donde hay un Líder, un “Caesar”, un “Führer”, lo mismo que hacen, con perdón, las hormigas volonas. La cuestión es que uno de los sistemas dialécticos más vendibles, desde la filosofía y desde la propaganda, desde el “agitprop”, es el de que el ser humano comenzó conformándose en sociedades, como la romana, que se valía de los esclavos, luego mutó en sociedad feudal, con los siervos de la gleba, atravesó los absolutismos, llegó a la industrialización capitalista con las clases transformadas en proletariado, y a partir de ahí, con la noción intelectual de clase deberían haber alcanzado un final de la historia, un mundo desalienado y feliz. Los casi centenar de países que han probado esa ingeniería social lo que sí han conseguido es probar la amargura de las hambrunas, mortandades y morbilidades masivas, en unas escalas casi nunca vistas en la historia conocida de la humanidad. Por eso, hoy día, en el mundo libre, se investiga continuamente en pos de una explicación. Puede que esté en que la naturaleza de la sociedad sea eternamente la de que unas clases superiores se basan en la explotación de otras inferiores, como en el cuerpo de los mamíferos, que nace con una célula que se divide en dos y así sucesivamente, y siendo todas iguales, resulta que unas se convierten en tejidos, otras en neuronas, otras en materia ósea, etcétera, y siguiendo un orden natural se diferencian unas como células de elite, y otras, como las que forman las uñas o los pelos, como células necesarias pero más inmediatamente desechables, y si no, no hay cuerpo. 


     Observando, pues, la naturaleza, y con independencia de que sea divina o diabólica (esto es la forma mítica que conforma la subconsciencia humana para que su conciencia quede momentáneamente anestesiada ante el universo predatorio en medio del que pervive), encontramos una muy buena explicación en otros seres vivos, también sociales como el ser humano, y de los que, por ejemplo, ha hablado Richard Dawkins en su “The Extended Phenotype”, publicado en los ochenta pero con edición revisada en 1990. Resulta que explicando acerca de la “Monomorium santschii”, Dawkins comenta de una especie de hormigas parásitas que transportan hacia sus propios nidos a otras hormigas: “estas son las llamadas hormigas esclavizadoras. Las especies esclavizadoras tienen obreras, pero estas obreras dedican parte de su energía, o toda en algunos casos, a expediciones en busca de esclavos. Asaltan los nidos de otras especies y se llevan las larvas y las pupas. Posteriormente estas larvas eclosionan en el nido de las esclavizadoras, donde trabajan con normalidad, proveyendo forraje y ocupándose de todas las crías, sin darse cuenta de que, de hecho, son esclavos. La ventaja de la forma de vida esclavizadora es, presumiblemente, que se ahorra la mayor parte del coste de alimentación de la mano de obra en la fase larvaria. Este coste corre a cargo de la colonia en la que han sido capturadas las pupas esclavas”. Dawkins dio en esta obra el salto definitivo desde la tesis del gen egoísta a la del fenotipo extendido, de forma que el bien a proteger no es el gen por el individuo, sino más allá, es la conducta misma engarzada dentro de la sociedad en la que se desarrolla el ser individual, la que trabaja para mayor gloria del gen: es el fenotipo extendido. Y el tema es más complejo, ante, por ejemplo, la revolución de las hormigas esclavas. Las mutaciones adaptativas surgen dentro de grupos de seres reproductores, pero se da el caso de que las hormigas esclavas son obreras estériles, pues es la reina de su hormiguero la que se reproduce, lo cual impide las mutaciones adaptativas para este caso, es decir, el posible caso, señala Dawkins, “de un gen mutante que causa que las esclavas obreras se pongan en huelga. Sería un sabotaje muy efectivo del nido de las esclavizadoras, podría incluso suponer su eliminación total. Y ¿con qué resultados? La zona en cuestión tiene ahora un nido menos de esclavizadoras, lo cual es, presumiblemente, algo positivo para todos los nidos que son víctimas potenciales”. Pero esta contramedida no puede llevarse a cabo por las obreras estériles: “en realidad, el hecho mismo de que las esclavas no puedan desarrollar contramedidas suele reducir la posibilidad de que las técnicas manipuladoras desarrolladas por las esclavistas sean muy sofisticadas: el hecho de que las esclavas no puedan, en un sentido evolutivo, tomar represalias, significa que las esclavistas no necesitan invertir recursos caros en manipulaciones adaptativas elaboradas y sofisticadas, porque las sencillas y baratas servirán igualmente”. Todo está previsto en las relaciones de los seres sociales para con las clases que los conforman, reinas y obreras, por ser parcos. ¿Y pretendemos, contra natura, hacer que las clases desaparezcan? Sí, y también que nazcamos sin dientes ni uñas. Y al final resulta lo más cruel, como es de esperar de una naturaleza depredatoria: que quienes venden esa mutación memética (tal cual es el relato de la dialéctica histórica socialista) son, justamente, los que mayor ingeniería social, y con más crueldad y fiereza, desarrollan luego la labor jerárquica y clasista, reduciendo al individuo a la más atroz esclavitud del cuerpo y del alma.


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