El Conde Kuki

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Vivir de la filosofía es difícil, tanto como vivir del arte. En los años noventa hice casi unos veinte diálogos con artistas, a los cuales les llegaba a preguntar, un tanto provocativamente, si la venta de sus obras podía compararse a la venta por una persona de su cuerpo a cambio de estipendio. Mis amigos artistas, bien espabilados, me contestaron y discutieron en términos filosóficos, y me dieron ejemplo de que la cosa no es tan simple, y que el arte tiene varias dimensiones, donde la dimensión intimista es solo una de ellas, de la misma forma que en un matrimonio (hetero, homo, neutro o fluido, pues las cuatro formas existen actualmente) también podríamos ver que los cuerpos se venden uno al otro, pues cómo si no se explica el propio contrato y sus dotes: es una prostitución reglada. 


Bien. El tema es que en estos días le he dado vueltas a qué pasa con los filósofos. Filósofos los hay no académicos y académicos. Cuando decimos académicos nos tenemos necesariamente que situar más acá de Petrus Abelardus, pues la academia como constructo universitario ha ido tomando poco a poco la forma actual desde hace unos mil años aproximadamente. En todo ese tiempo hubo Spinozas o Descartes que no vivieron justamente de filosofar, sino por sus respectivas famas y por otras habilidades. Sirva de ejemplo que Spinoza vivía de pulir lentes para instrumentos ópticos, entre ellos su amigo el científico Christian Huygens, y Descartes fue militar, vendió sus posesiones y se dedicó a viajar para vivir de sus discusiones y propuestas. La lista es larguísima, hasta que vamos llegando a los siglos XIX y XX, en los que las universidades empiezan a ser el foco en el que las diversas escuelas de pensamiento plantan sus semillas y recogen sus frutos. 


Pero ¡Ah, el Gaudeamus Igitur! Las peleas para llegar a las cátedras son letales. No vamos a fijarnos en casos como el del contemporáneo Pedro Sánchez, que es un doctor copión y se le premia por todo un país sin vergüenza siendo presidente del gobierno, sino que vamos a fijarnos en casos más elaborados y elegantes, dentro de la tarea de los pensadores, y a principios del siglo XX, sólo por poner unos ejemplillos. 


Ludwig Wittgenstein era de familia riquísima, estudió en Cambridge, se fue a la primera gran guerra, sufrió un patatús místico mientras guerreaba y escribía el Tractatus, y cedió toda su fortuna a sus hermanos de forma irrevocable; cuando se vio, en aquellos tiempos, sin dinero para comer, se buscó un empleo de maestro de escuela en el que estuvo unos diez años, hasta 1929, año en el que volvió a Cambridge a intentar conseguir un sueldo más propio y estipendioso; pero no podía ser profesor sin ser doctor, por tanto, como se le temía por su saber, Bertrand Russell y George Moore, a su vez dos monstruos filosóficos, le ayudaron diciéndole que presentara el Tractatus como tesis, y así lo hizo. Ellos le examinaron protocolariamente, con la intención de aprobarlo summa cum laude, y al final, cuando le confirmaron su aprobado, él se levantó, se dirigió a ellos, les dio golpecitos en las espaldas y les dijo: “No se preocupen, sé que jamás lo entenderán”. Y fue profesor y volvió a tener un digno sustento. 


Ernst Cassirer sí que era rico, pero añoraba una cátedra para realizarse; llevaba trece años como profesor asociado en la Universidad Friedrich Wilhelm de Berlín, hasta ser nombrado catedrático extraordinario en 1919. 


Walter Benjamin era un desastre, intentó varias veces ser profesor universitario en Berna, Heidelberg, Frankfurt, Colonia, Gotinga, Hamburgo o Jerusalén, pero no lo logró, por antisemitismo o por inconstante. Su tesis summa cum laude no le valió para conseguirlo, se empleó en ser crítico de arte en suplementos culturales de varios periódicos, con lo cual subsistía. Tampoco lo dejaron entrar al club de Warburg, donde había intentado introducirse con la recomendación de Hugo von Hofmannsthal, pero Erwin Panofsky y Ernst Cassirer lo impidieron. Wittgenstein sí que había llegado a Cambridge con recomendaciones del club homosexual en el que estaban Russel y Moore, entre otros profesores. Pero el caso de Benjamin no arrastraba esa condición, sino la de su semitismo o su desorden. Lo más simpático en Benjamin era que se buscó una amante, Asia, y tiró su vida por la borda (“no es más que cabeza y sexo”, escribía quejumbrosa su mujer a su amigo Gerhom Scholem), se había gastado 120.000 marcos que le había prestado su mujer, con la que tuvo problemas a causa de ello. Hacía años que había escapado del servicio militar simulando una taquicardia después de tomar decenas tazas de café, recibía una paga de sus padres mientras estudiaba y vivía con su mujer, Dora. Terminó el doctorado, allá por 1919, pero como no disponía de trabajo, no dijo nada a sus padres para seguir cobrando y viviendo de la paga familiar, hasta que éstos llegaron sorpresivamente a Berna sospechando que pasaba algo, y lo cogieron con las manos en la masa, retirándole el dinero y conminándole a trabajar en algo útil. 


Martin Heidegger era hombre más prudente, intentó entrar en Friburgo, pero sólo consiguió, al principio, Marburgo. Gracias a Husserl, que intercedió ante el Ministerio alemán para que Heidegger pudiera tener un puesto de profesor asistente, y empezó Heidegger a enseñar en otoño de 1920, después de modificar su tesis católica para que pareciera más filosófica y menos religiosa. Heidegger era reconocido, cuando yo estudiaba en los años ochenta, como otro saltacamas, pero en 2005 se conoció que su mujer, Elfride, no se quedó atrás e, incluso, tuvo a su hijo Hermann con el rector de la Universidad de Friburgo, a la sazón. Haidegger y Elfride se amaban y quedaron en seguir adelante. Pasaron juntos la crisis económica de los años veinte, que les puso contra las cuerdas en 1922. Hasta Karl Jaspers, que invitaba a Heidegger a su casa a parlar, le pagaba el viaje, pues Heidegger estaba sin blanca, y Jaspers era catedrático y disfrutaba de un buen sueldo. A pesar de que ambos hablaban sobre la resistencia contra la academia, a la cual menospreciaban, a Heidegger le hacía falta un puesto de funcionario, y se lo consiguieron Jaspers y Husserl, de forma que tuvo su plaza de profesor en la Universidad de Marburgo. Previamente le hicieron sufrir haciéndole esperar, hasta el 18 de junio de 1923, fecha en la que recibió el nombramiento de profesor extraordinario con sueldo de profesor titular, salvándose por la campana. Semanas antes de esto, y ante el agobio económico con su familia, iba a dar clases de filosofía, como profesor particular, a un aristócrata japonés, el Conde Kuki. 


En fin, de todos estos devaneos y anhelos, sólo queremos destacar que, cuando la necesidad aprieta, el puesto funcionarial se hace necesario y soluciona el sustento, pero casi todos estos pensadores, siempre, echaban pestes de la academia en sí, y la filosofía la hacían “adversus” Academia.



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Shūzō Kuki, filósofo japonés (1888 – 1941)

Foto de Wikipedia

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