Filósofos de extrema derecha y de extrema izquierda

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El “Bekenntnis der Professoren an den deustchen Universitäten und Hochschulen zu Adolf Hitler un dem nationalsozialistischen Staat”, es decir, el “Elogio de los Profesores de las Universidades y Colegios alemanes a Adolf Hitler y al estado Nacionalsocialista”, firmado el 11 de Noviembre de 1933, tenía la participación de dieciocho filósofos: Hans George Gadamer de la Universidad de Marburgo, Martin Heidegger de la Universidad de Friburgo, Otto Friedrich Bollnow de la Universidad de Gotinga, Arnold Gehlen de la Universidad de Koeninsberg, Johannes Erich Heyde de la Universidad de Rostock, Erich Jung de la Universidad de Marburgo, Gerhard Krüger de la Universidad de Marburgo, Kurt Leese de la Universidad de Hamburgo, Hans Lipps de la Universidad de Marburgo, Friedrich Reinhard Lipsius, Theodor Litt, Dietrich Mahnke de Marburgo, Hermann Noack de Hamburgo, Joachim Ritter de Hamburgo, Werner Schingnitz de Leipzig, Hermann Schneider de Leipzig, Wilhelm Wirth de Leipzig, y Georg Wohlmuth. 


Cada uno de estos filósofos siguió sus carreras, desarrollándolas algunos con éxito, y otros con menos éxito, pero casi hasta el final, y en todos los órdenes: filosofía del derecho, filosofía pura, filosofía y psicología, etcétera. 


Observemos que Gadamer y Heidegger marcaron escuela hasta el último momento de sus vidas. Uno de los que se revelaron en ese Manifiesto con mayor ardor fue Heidegger. Leemos directamente el libreto: “De tal origen nace también la ciencia. La misma está sujeta a la necesidad de la existencia auto responsable de los pueblos. La ciencia es, por tanto, la pasión educacionista del querer saber domado en tal necesidad, con objeto de hacerse sabedor. El ser sabedor nos significa: ser dueño de las cosas en claridad y estar dispuestos a la acción”. Añadiendo más ontología, Heidegger sigue: “Estamos seguros de que volverá la dureza clara y la seguridad firme del sencillo e inflexible preguntar por la naturaleza del ser”. Y terminamos con otra frase: “El preguntar nos significa: exponerse a la grandiosidad de las cosas y de sus leyes; nos significa: no estar sordos al pavor de lo indómito y del enredo de lo oscuro. Por amor a dicho interrogar preguntamos también y no estamos al servicio de los que se cansaron y de su cómoda manía de obtener cómodas respuestas. Sabemos que la valiente pregunta por conocer los abismos de la existencia y de soportar los mismos, es ya por sí sola una respuesta mayor que cualquier informe bien barato de los sistemas ideológicos de construcción artificial”.


Estas frases resumen los momentos de mayor vivacidad de las tesis y meta-tesis existencialistas de Heidegger, y se las dedicaba a sus compatriotas alemanes en los que buscaba el “Grosses Wesen”. 


En 1933, recién abolida las deudas que arrostraban a Alemania, liberado el país, por su propio empeño, de los compromisos del armisticio de la Primera Gran Guerra, con los coletazos del crack de 1929 que barrió por la bolsa de EEUU, lo que sentían los alemanes que se veían entrando en un Reich lleno de abundancia y poder, era lo que expresa ahí Heidegger.


Heidegger y Gadamer se estudiaban, hasta los años ochenta del pasado siglo, en todas las universidades españolas como dechados de virtudes existencialistas o hermenéuticas, pero sobre todo por la corriente izquierdista que inundó el pensamiento español, después de estar constreñido durante más de medio siglo. Ni se conocía bien el pasado de las ideas políticas de estos filósofos, ni se conocían bien, es más, se conocían más bien mal, las ideas marxistas llevadas a la práctica significando millones de muertos en hambrunas espantosas como las de Ucrania y Rusia en pleno stalinismo, o las de Mao en el Gran Salto Adelante.


Lo extraño en las elites marxistas era que se convirtieron en mentes ilustradas, ilustradas por la dialéctica de clases, pero ilustradas. Tenemos en Lenin: “A qué herencia renunciamos” (1897), “El desarrollo del capitalismo en Rusia” (1899), “Un paso adelante, dos pasos atrás” (1904), “Materialismo y empiriocriticismo” (1908), “El imperialismo, fase superior del capitalismo” (1916), “El Estado y la revolución” (1917), “La economía y la política en la era de la dictadura del proletariado” (1919), y un sinnúmero de obras más. Tenemos a Iosif Stalin con "¿Anarquismo o Socialismo?" (1907), "El marxismo y la cuestión nacional" (1913), "Los fundamentos del leninismo" (1924), "¿Trotskismo o Leninismo?" (1924), "Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico" (1938), haciendo sus pinitos en "El marxismo y los problemas de la lingüística" (1950), su defensa de la genética de Lysenko, fusilamientos y ostracismos por medio, y hasta una entrevista, en 1934, que le hizo H. G. Wells. Tenemos a Mao Tse Tung con “Análisis de las clases de la sociedad china” (1920), “Contra el liberalismo” (1937), "El poder nace del fusil" (1938), “No atacar en las cuatro direcciones” (1950), “Método dialéctico para la unidad interna del Partido” (1957), “¿De dónde provienen las ideas correctas?” (1963), “El libro Rojo” (libro de citas, 1966), etcétera, y así hasta más de cinco tomos. Y seguimos con una ristra enorme de sátrapas, pero siempre ilustrados, aunque lo fueran en la dialéctica del vivo-muerto. 


Si comparamos a los dictadores del fascismo, no hay nada que hacer: Hitler o Franco, o los más tardíos sudamericanos, lo más que dejaron para el intelecto fueron obras como “Raza”, la película de nuestro dictador español. La tendencia criminal a matar a todo lo que se les ponía por delante se perpetuó en Abimael Guzmán (con un doctorado sobre Kant), o en José Luis Álvarez Santacristina, perteneciente a ETA, y con una tesis sobre la Teología de la Liberación. Si comparamos esto con las tesis de los actuales profesores insertos en Podemos, vemos que sus caminos son inversos: iban para profesores (aunque algunas de las tesis, como la de Íñigo Errejón, fueran autocopiadas en un buen porcentaje, en contra de las reglas). 


Obviamos aquí a Pedro Sánchez Castejón y su tesis, o su libro “Manual de resistencia”, pues, como no sabe escribir, o bien copia y plagia, o bien manda a escribir a otros por él -en este sentido es como Franco, muy vago para la comprensión lectora-. 


A lo que nos queremos referir, yendo a una filosofía profunda, arraigada en el ser, o a otra filosofía, también profunda, arraigada en la dialéctica histórica, y todo ello en contraposición a las ignorancias testadas de las dictaduras no marxistas del sur, es a que el tiempo de la épica apoyada en la meditación escrita de las ideas, el puro sustento de la ideología, ya pasó. 


Ahora ha advenido lo que ya hemos dado en llamar populismo, una serie de líderes como Donald Trump (que también tiene sus libros, pero más de autoayuda financiera, al estilo de Dale Carnegie), como Vladimir Putin (abogado y espía multilingüe), y menos Xi Jinping (un inteligente ingeniero químico hecho a sí mismo), etcétera. No son tiempos para líderes ilustrados, más bien lo son para estilos a lo Mortadelo y Filemón, si hacemos caso a un Cayo Lara, exdirigente del Partido Comunista español, que llegó a aludir eruditamente a Marx con una cita de internet que resultó proveniente de un semanario satírico yanqui. Hoy la hubiera tomado de “El Mundo Today”, como lo ha hecho Irene Montero para insultar al empresario Amancio Ortega. 


En resumen, con dotes de razonamiento o sin ellos, el liderazgo es como ser feo o guapo, o ser rico o pobre, no se estudia, sino que, de cuando en cuando, es algo que se lleva y otras veces, como en este erial democrático actual, queda bien ser político y burro a la vez, unos gritan “no pasarán” y otros “hemos pasao”, y ahí gana el mejor. Pero, por ahora, no busquemos mucho más detrás de esas cabecitas.



Celia%20Gámez.Ya%20hemos%20pasao

Propaganda de Celia Gámez y su canción "¡Ya hemos pasao!",

expresión de victoria de los nacionales en la Guerra Civil española de 1936


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Pancarta con el "¡No pasarán!" 

del bando frentepopulista y republicano,

en la Guerra Civil española de 1936





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