Hipocresía Verde

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¡Ja ja ja! Excúsenme la risa. COP26, en Glasgow, es decir, “Conference of the Parties” (Conferencia de las Partes), es la reunión de las Naciones Unidas que tiene lugar recurrentemente desde 1992, para tratar el Cambio Climático, y ha pasado, entre otros eventos, por el Protocolo de Kyoto y el Acuerdo de Paris. Casi treinta años han dado para dos cosas: a) que el tejido empresarial mundial se prepare para ganar mucho dinero con la transición energética, y b) que países como China, y otros protoimperios, adopten la estrategia de, cuando los cumplidores hayan destrozado todas sus infraestructuras actuales de combustibles de CO2, hayan eludido alternativas potentes como la energía nuclear, y estén entrando poco a poco en las nuevas energías denominadas sostenibles, entonces ellos, los que no firmaron ese pacto castrante, dominen el mundo, aunque sea un mundo sucio.


La juerga de la COP está alentada por los primeros ministros de los países que la coforman (los más contaminadores del mundo, Rusia y China, no), además del personal de Naciones Unidas, y de observadores autorizados como supuestos científicos, representantes de organizaciones sociales ambientales, sindicatos, organizaciones empresariales, y de gobiernos locales, y en especial, cómo no, colectivos de mujeres y género y pueblos indígenas. Es como una nueva religión, una religión que pone por encima del humano al medioambiente en el que vive.


Lo bueno viene cuando llegan a Glasgow los nuevos hipócritas verdes. Jeff Bezos, de Amazon, llegó en su jet privado, el “Gulfstream Aerospace G650ER” (de 70 millones de euros); el propio presidente de la Cop26, Alok Sharma, visitó 30 países en siete meses con un recorrido equivalente a 350.000 kilómetros; el presidente Joe Biden, de EEUU, llegó con un séquito de cuatro aviones (incluido el Air Force One y el helicóptero Marine One), con 26 vehículos más el suyo propio, blindado; Bill Gates llegó procedente de Turquía, donde celebró su 66 cumpleaños en el yate de lujo Lana, emisor de unas 7.000 toneladas de CO2 al año y que se alquila por 1,8 millones de euros una semana. Los mandatarios de Nigeria, Mauritania, Kuwait, Emiratos, Mónaco, y el príncipe Carlos de Inglaterra, llegaron todos en jets privados. Llegaron hasta 400 jets, según informa “The Daily Mail”, donde se dio el cálculo de que los jets privados de COP26 generan unas 13.000 toneladas del CO2, equivalente a las emisiones de 1.600 británicos en un año. 


El documental “El Planeta de los Humanos”, de Michael Moore y Jeff Gibbs, de hace unos tres años, fue un buen mazazo a la hipocresía verde, ese desagradable Pensamiento Único Ecologista, gestionado por la no menos desagradable Greta Thunberg. Moore y Gibbs generaron sospechas sobre la producción de vehículos eléctricos, placas fotovoltaicas y molinos eólicos, que no solo no evitan el uso de combustibles fósiles como el petróleo o el carbón, sino que empeoran la producción de CO2. 


Comienzan el filme documental en un festival ecologista en pro de la economía verde, en el que la energía surge de una huerta de placas fotovoltaicas, pero ocurre que comienza a llover y la luz se apaga y se recupera, Gibbs va a comprobar y ve que la fuente fotovoltaica ha sido suplantada por una estación de biodiesel. La tormenta sigue, el biodiesel se acaba y entonces se terminan conectando a la red eléctrica. Este proceso lo muestra Gibbs a lo largo del filme un par de veces más. 


Gibbs repasa cómo a la llegada de Obama surgen tres trillones de dólares para las políticas energéticas, de los cuales cien billones van a las energías verdes. Como no puede ser de otra manera, llega Richard Branson, el empresario británico que comenzó con el sello musical Virgin, junto a Al Gore, y entre otros se lanzaron a cubrir dicho negocio con la lluvia de dinero público. Aparecen en el filme en un gracioso momento de postureo en el que uno pregunta a Al Gore si es un “profet”, de lo que Branson se carcajea y dice que al menos es un “profit”, palabra inglesa que significa beneficio empresarial. 


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Richard Branson y Al Gore, con el mundo en sus manos



Sigue el filme con el lanzamiento de los grandes empresarios norteamericanos, como General Motors, a la fabricación del coche eléctrico. Gibbs pone en un aprieto a los representantes de General Motors cuando enchufan el primer prototipo a la corriente y les pregunta de dónde procede esa energía. No saben contestarle, pero al final reconocen que un 95 por cien de esa energía procede de centrales de carbón. Lo que hacen es tapar el ingente gasto energético con propaganda, para cumplir con los principios ecológicos de las Greenpeace y demás oenegés del coche eléctrico, alimentando así un gigantesco negocio más contaminante si cabe que el que ya estaba en marcha. 


Gibbs-Moore comienzan entonces a analizar los costos contaminantes de los parques eólicos y de placas solares construidos al albur de ese nuevo negocio, así como el origen de los biocombustibles o el hidrógeno, y siempre encuentran la base en una energía original que es la fósil. 


Resulta interesante y aplastante en el filme la aparición del investigador Ozzie Zehner, autor de “Green Illusions”, y que advierte de que se dice que los paneles solares se fabrican con arena, pero muestra que al final se usa cuarzo extraído y carbón de muy alta calidad, que se funden a 1000 grados, y entonces se precisa de más carbón para la mezcla, desechándose altísimas cantidades de dióxido carbónico, para finalmente obtener los metales siliconados. Los grupos ecologistas siguen contando una historia diferente: que el 25 por cien de las minas de carbón están cerrándose, pero realmente se está reemplazando cada planta de carbón por dos plantas de gas natural, y de hecho, esta campaña sustitutiva ha provocado mucho mayor gasto y contaminación de energía fósil a través del gas natural superando con creces los despilfarros de energía fósil de los años setenta. Además, estos sistemas se enfrentan a la intermitencia irregular de la energía eólica y solar, que provoca que la energía clásica fósil tenga que encenderse y apagarse generando un mayor gasto de combustibles. Dice Zhener: "sería mejor que simplemente se limitaran a quemar el combustible fósil en vez de fingir esta comedia".


La producción de coches de Tesla, dice Zhener, causa residuos radiactivos, se construyen con aluminio, lo que requiere ocho veces más energía que con el acero. Siliconas, polímeros, plata, cobalto, grafito, tierras raras, acero, níquel, azufre, cobre, cemento, litio, fósforo, galio, arsénico, indio, cadmio, petróleo... y cuando el resultado de todo este desastre depredatorio llega a la planta de ensamblaje de Tesla: disponemos del coche más moral que se haya fabricado nunca, el coche de la moral del pensamiento único ovejuno. Naomi Klein y todo el lobby ecologista protestaron y pidieron que se prohibiera este filme. Peligraban sus subvenciones y toda la economía parasitaria generada alrededor de la moralina del postureo de esa autodenominada izquierda, sin sentido ni valores, sino los de seguir a líderes difusos que les toman el pelo a los habitantes terrestres. 


Entre tanto, China, viendo que Occidente se da tiros en el pie, en favor de los bolsillos de sus filántropos como Gore y Branson que se ríen al confundir “profit” con “profet”, se plantea construir 150 nuevos reactores nucleares en 15 años, más que el resto del mundo en las últimas tres décadas. Doscientos gigavatios para abastecer 15 capitales como Pekín, más de la energía de toda Europa junta. 


Mientras, en Europa, y especialmente en España, se destruyen centrales hidroeléctricas para inutilizarlas en pro de evitar la huella de CO2 al mundo, mientras vientos lentos y escasas precipitaciones han roto el stock energético a la baja, haciendo necesarios más carbón y gas natural, y amenazando la convivencia con “blockouts” en todo el Viejo Continente.


El colofón de esta gigantesca farsa puede ser el espectáculo de octubre de 2019, en una reunión con votantes de su distrito de Nueva York, cuando la diputada demócrata estadounidense, del partido de Biden, Alexandra Ocasio-Cortez, estaba en ello y surgió del público una asistente que, imbuida plenamente en el peligro del cambio climático empezaba a gemir y balbucear: “¡Tenemos que empezar a comer bebés! ¡No tenemos tiempo! ¡Tenemos que empezar a deshacernos de los bebés, necesitamos comernos a los bebés!”, siendo que, a mitad de su discurso, se quitó la chaqueta y se veía claramente la camisa que llevaba esa asistente: “Salva el planeta, cómete a los niños”. El mecanismo racional era: sobran los humanos que provocando el cambio climático destruyen la tierra, por tanto, nos comemos a los niños humanos, así acabamos con la especie y salvamos al planeta.


Dicen que fue una intervención boicoteadora, una sátira auspiciada por los republicanos. Pero visto lo visto, lo mismo da.


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