Los Príncipes de Serendip

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PODCAST: LOS PRÍNCIPES DE SERENDIP




Un término a caballo entre la casualidad y el azar, concepto preferido por la ciencia que no llega a explicar casi nada, es “serendipia”, una palabra que acuñó el conde y escritor Horace Walpole, en 1754, a partir de una leyenda oriental (siria dicen unos, persa otros), titulada “The Three Princes of Serendip”, donde unos príncipes de la Isla de Serendip, la actual Sri Lanka, encontraban la solución a sus problemas a través de las causalidades. El anglicismo, con el uso, se deterioró hasta dar, en español, “chiripa”, que entendemos bien que se refiere a las increíbles casualidades. En base a este misterio voy a contar una experiencia propia. 



Chiang mai tres príncipes

Tres príncipes (esculturas en Changmai, Thailandia)



En verano de 1996 me hallaba, con dos amigas, camino a Avebury, en el sur de Inglaterra, uno de los asentamientos neolíticos más antiguos de Europa, donde hay construcciones datadas en siete mil años por el cómputo arqueológico académico. Llegamos allí adoptando el siguiente plan: las mujeres ponían su energía en la búsqueda incesante, en tanto yo, masculino, serviría de contrapeso y haría que se pararan ante algún evento sobre el que ellas pasaban como avionetas. La energía femenina es como ir en un vehículo al campo: si no acudimos en ese refugio de cuatro ruedas, no llegaremos a ningún lado, pero si seguimos en él lo único que alcanzaremos es ver a los árboles pasar. La energía masculina por sí sola es inútil para llegar, pero una vez llegados a alguna parte, se baja en el lugar y lo penetra. Precisamente, hicimos un descubrimiento similar en las propias piedras de Avebury, unas más masculinas y puntiagudas eran menos propensas al acercamiento, en tanto que las de carácter femenino invitaban inmediatamente a sentarse o permanecer en sus recovecos, y en eso estábamos cuando ocurrió que una agraviosa tormenta nos sacó del lugar y nos hizo volver con urgencia al pub en el que nos alojábamos. 


Al llegar allí tropezamos con una extraña pareja de norteamericanos, él callado y misterioso, y ella comunicativa y abierta. Constituían otro claro ejemplo de energías masculina y femenina en acción; inmediatamente, a la vista de que llevaban cierta información en la mano, se lanzó sobre ella una de mis dos amigas y pudo averiguar que había dibujos misteriosos de reciente formación en los campos de heno, y que sobre todo esto hallaríamos información en otro pub situado más allá de Silbury Hill, donde se reunían todos los que estaban al tanto de estas formaciones que llamaban “crop circles”. Me senté en una esquina del bar a degustar una sopa vegetariana recién hecha cuando una de ellas empezó a recitar una experiencia de lucidez sonambúlica ocurrida hacía unos años y, mientras la atendía, vi por el rabillo del ojo que la otra amiga saltaba como un gato a la parte opuesta de la habitación donde había localizado a alguien que aportaba información en un pequeño círculo a varios contertulios, en medio de una iluminación leve e indirecta. Nuestra amiga había dado con el sabio. Al final terminamos hablando con Ulrich, un amable personaje que conocía la ubicación de todas y cada una de las formaciones de “crop circles” en el lugar. 


Arrancamos, pues, a medianoche, hacia una formación circular coronada por una media luna y por cinco líneas curvas que salían de la parte opuesta del círculo, en tanto que de la parte baja salía, a su vez, una espiral dirigida al centro. Ulrich llevaba un año estudiando el caso de los “crop circles” como un escéptico hasta que, al dormir una noche completa dentro de uno de éstos, el llamado “Double Helix”, en Alton Barnes de Wilshire, hacía unas semanas, había sido presa de un vórtice de fuerza invisible y desconocida que le había mostrado que en aquel lugar existían inteligencias de otro nivel. Algún tipo de shock había sufrido aquel exescéptico Ulrich, quien, en el momento álgido de su arrebato, y propulsado por las informaciones canalizadas que le estaba proporcionando mi amiga la que había saltado como un gato, se propuso, a las doce de la noche, cerrado el cielo por la oscuridad y por las estrellas, llevarnos al mismísimo centro de uno de los “crop circles”. Así fue. Por un intrincado pasaje llegamos a un lugar cercano a un poste de luz eléctrica, en medio del descampado. Nos bajamos, y Ulrich nos pidió papel y un bolígrafo para dibujarnos la forma del “crop circle” en el que íbamos a entrar, que era el que describí anteriormente. Le di papel y un rotulador y nos hizo el dibujo. Al devolverme el rotulador no me devolvió la tapa, y metí el rotulador en mi pantalón. 


Nos fuimos adentro del campo de heno y tras un pequeño trotar por entre las espigas llegamos, efectivamente, al “crop circle”. Mis amigas se sintieron presas de un fuerte frío y tiritaban, pero Ulrich y yo no teníamos frío alguno, y quedamos fascinados por una luz que descendía a lo lejos desde el cielo al suelo, y la cual, a pesar de que tendría alguna explicación racional, estuvimos un rato opinándole varias teorías de origen extra, ultra o intraterrestre, y nos fuimos de allí con exacerbación. 


Al día siguiente, cuando me levanté y fui a ponerme los pantalones vi que tenían un extraño dibujo. Lo había formado la tinta desparramada del rotulador que le había prestado a Ulrich y que, sin haberme percatado del hecho, había introducido yo sin tapa en el bolsillo del pantalón. Guardé celosamente aquella información y la comenté con Ulrich al día siguiente, quien se la llevó bastante emocionado aludiendo a la teoría de la sincronicidad de Carl Gustav Jung, quien la había tomado, a su vez, de Paul Kammerer. A los tres años de estos sucesos, y en una sesión de estudio del IChing, rescaté de mis archivos el dibujo que la tinta desparramada del rotulador había formado. Se trataba del hexagrama 54 del IChing, “La muchacha que se casa”. Y había resultado que, a la vuelta del viaje a Avebury, conocí a la que se convirtió en mi segunda esposa, y nos casamos en dos meses y veintisiete días. Los Príncipes de Serendip habían hecho escuela.

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