Varones deconstruidos

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Recientemente, los varones de casi todas las opciones políticas existentes, se han manifestado feministas, de forma que los vemos liderando propuestas novísimas sobre la liberación de la mujer, pero siempre distinguimos a un líder varón acompañado de una hueste de hembras detrás, adornando. La forma con la que, con mayor desparpajo, se manifiesta de que esto se trata de la reaparición de sujeto histórico, la expresó hace poco el líder Pablo Iglesias en un diálogo con el filósofo psicoanalista argentino Jorge Alemán, ambos declarados “varones deconstruidos”. Iglesias habla de que el feminismo no apunta sólo a elementos que tengan que ver con la igualdad de la mujer y, consecuentemente, con la deconstrucción del varón patriarcal, sino que es el movimiento social que representa “la vanguardia de los avances sociales” del siglo XXI, a lo que Jorge Alemán precisa: “o sea, en condiciones de encarnar el nuevo sujeto histórico”, entendiendo como sujeto histórico, no el individuo o la élite, sino, en pleno sentido dialéctico histórico marxista, la visión centrada en protagonistas colectivos de la historia, es decir el pueblo, al igual que lo han sido Iglesia y Estado en momentos anteriores.


Como dice Iglesias, el feminismo es el sujeto histórico que “señala el corazón de la estructura económica, que abre posibilidades de imaginar nuevos espacios comunitarios de construcción de lo común” y que está permitiendo la socialización política en un sentido más interesante que el actual patriarcal, y ocupa el rol histórico que en el pasado tuvieron otros sujetos sociales como la clase trabajadora. Se repregunta el líder Iglesias (el mismo que expresó “la azotaría hasta que sangrase”, refiriéndose a una periodista de buen ver): “¿cómo podría articularse el estilo de masculinidad feminista? ¿Existe tal cosa?”, de aquí pasa a la frase gamberra de ciertos sectores feministas como, por lo pronto, la mejor solución: “los hombres feministas follan mejor”. 


No sería nada difícil explicar que esta posición equivale a la del lobo de Caperucita que se hace pasar por la Abuelita, pero eso les corresponde a las representantes del nuevo sujeto histórico, que por lo pronto siguen necesitando líderes varones que se declaren feministas, en una especie de evolución dialéctica histórica y, también, histérica. El panorama histórico emancipador propuesto es asumible, excepto porque abstrae todo a un lugar común: el del denominado progresismo de izquierda. La llamada izquierda lo es en tanto reúne una serie de tópicos, la mayoría fracasados, pero en nada es progresista, porque, como diríamos en el esquema de las comunidades científicas, ha sido sustituido su paradigma por el laboratorio histórico: todos los experimentos en todos los países en los que han tenido lugar han falsado su validez emancipatoria. 


En todo caso, si alguna izquierda ha tomado el mando es la izquierda imperialista, la china, que para sobrevivir ha adoptado el capitalismo heteropatriarcal con la mayor violencia y firmeza que nunca se recuerda, y gracias a la violencia ejercitada por su par: el heteropatriarcalismo de occidente. Es entre esos dos monstruos entre quienes la batalla se libera, sin sujetos históricos feministas impostados. 


La filósofa, de izquierda, Clara Serra, en un estudio recientemente publicado, “Manual Ultravioleta” (Ediciones B, 2019) hace un interesante recorrido antropológico por temas que atañen a la situación social de la mujer, en la historia y el la prehistoria, por ejemplo, explica la prohibición del incesto (“si el incesto supusiera un descalabro inmediato ¿por qué ocurre con normalidad entre los animales?”, dice, y bucea luego en la razón antropológica apoyándose en uno de los más sabios en el tema, Lévi Strauss, como una solución social a los pactos entre familias y pueblos, con la mujer como moneda de cambio). Serra dice: “esto nos conduce a una pregunta fundamental: ¿ha supuesto la paz entre los hombres una victoria sobre las mujeres?”. Serra se complica, pero la respuesta es clara: sí. Pero no por una maldad ínsita, sino por los equilibrios biológicos de la fuerza, de forma que, como el propio Lévi-Strauss descubrió: “las culturas tienden a concebir a la mujer como representación de la naturaleza en el interior de la cultura”, y esa tendencia simbólica es ahora atacada por la deconstrucción del varón. Esa loable labor cultural deconstructiva se atreve contra una impostación biológica, y por eso será tan difícil labor como la de discutir que “los hombres tienen pene y las mujeres tienen vulva”, algo cromosómico, por mucho que se empeñen los reformuladores del pensamiento estatal. 


La aberración extrema de esta pulsión simbólico-biológica la encontramos en la ablación, una práctica que ejecutan, convictas incluso, las médicas de los países en los que está instaurada como hecho social y de aplastamiento simbólico del sexo femenino. Frente a esto es evidente que lo único que lo puede evitar es la persecución legal por la conquista y sojuzgamiento de esos pueblos, entendidos, sin prejuicios, como inferiores en su evolución social y, por tanto, sujetos de intervención por los más evolucionados, al igual que correspondería hacer con otros países de prácticas como la lapidación femenina. Ahí el sujeto histórico actuante debe ser el patriarcado occidental contra el patriarcado no occidental, que es el que patrocina esas prácticas salvajes, y por misma vía por la que actúan dichos países de inferior evolución social: por la de la fuerza. Como la propia Clara Serra advierte, citando a Kate Millett: “los principios del patriarcado son dos: el dominio del varón sobre la hembra y el que ejerce el varón adulto sobre el joven”, y evidentemente esas son relaciones de fuerza. 


Serra lo señala: “en un estado de guerra o de inseguridad, en los conflictos por el poder, los hombres hablan entre ellos a través de las mujeres. Eso tienen en común tanto el derecho de pernada como las violaciones de guerra o los crímenes de Ciudad Juárez”. Y sigue: “la violencia contra la mujer es un lenguaje”. Pero seguimos señalando empíricamente, contra Serra, que ese lenguaje nace de lo más profundamente biológico, no de lo cultural, al punto en que se ha ordenado así en todas las sociedades que hasta ahora han sido durante decenas de miles de años. Y es ahora cuando, con el advenimiento de la globalización planetaria, ha llegado el momento en el que no entender la igualdad entre los sexos para funciones sociales, equivale a una especie de discapacidad evolutiva en el pensamiento y en la acción. La igualdad de sexos en la actual sociedad humana global está garantizada por ser eusocial, y lo contrario tiende al fracaso. Lo más difícil de toda la cuestión es advertir su origen, a fin de saber cómo ha de tratarse la cuestión. Evidentemente que hay un componente genético, el mismo componente genético que hace que en la Mantis religiosa, después del acto sexual, la hembra mate y devore al varón que la ha fecundado, o hace que las abejas desechen a los zánganos como detritus una vez han cumplido la función de incluir el esperma donde es menester. 


El desarrollo social en los humanos es algo que está previsto por esa inteligencia biológica, no individual, escrita en los genes y en sus expresiones fenotípicas extendidas, como dice R. Dawkins. Ese es el motivo original de que la sociedad se haya desarrollado a través de unas formas culturales en las que las mujeres, por su menor fuerza física, se han visto sometidas a los caprichos sociales de los hombres, cuestión que en la sociedad moderna empieza a ser inasumible, donde las mujeres son iguales, mejores y peores, pero no como sujetos históricos, sino como expresiones fenotípicas extendidas. Esa es la cuestión, una definitiva solución de evolución genética, vinculada a la política como un elemento distorsionador y reaccionario, en vez de liberador. Estudiando las sociedades animales, los genes sexuales son en muchas ocasiones provocadores de la eusocialidad y el altruismo, de forma que podemos entender que los prejuicios sexuales detectados antropológicamente por Lévi Strauss en los grupos antiguos de humanos, pueden, a medida en que avanzamos a una sociedad humana global, reconvertirse en genes dominantes, y hacer que se distinga entre pueblos salvajes, en el sentido de Lucien Lévy-Bruhl, y pueblos racionalmente más avanzados, en un nuevo sentido del siglo XXI, incomparable con todo lo que, hasta ahora, hemos visto.



Clara serra y pablo iglesias

Logo de la carta enviada por Clara Serra

y Pablo Iglesias Turrión a las inscritas 

e inscritos de Podemos, 

el 7 de Noviembre de 2015, 

pocos meses después del Movimiento 15M

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