“Vejez, divino tesoro”, un Congreso dirigido por Antonio Puente

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George brown old memories 3 390x207Old Memories, de John George Brown, 1883





     Antonio Puente dirigió el seminario “Vejez, divino tesoro”, que tuvo lugar la semana del 10 al 14 de febrero de 2019, en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, y que inauguró el sabio filósofo Aurelio Arteta. 


     Definida filosóficamente, la vida es una guerra que empieza, si se tiene suerte, con salud y fuerza. Luego la muerte acecha y termina ganando. El miedo, la claridad y el poder, van tomando posesión del individuo y llega la última batalla, que siempre se pierde: la vejez. Es buena cosa estar pendientes de la última batalla, en la que se da la oportunidad al futuro vencido, de destrozar todos los arquetipos con la espada del más allá de la que cada uno disponga. La vejez, como la enfermedad, no hay forma de entenderlas como algo bueno, son malas "per se", aunque tal vez a efectos vitales y no a efectos trascendentales. Ganar al final, haciendo trampas a la parca, es una posibilidad, aunque el éxito es siempre nulo, al menos en tanto supervivencia. Si a la vejez le añadimos la falta de salud mental, el panorama es desolador. Dense por muertos. Ahora bien ¿qué salida podemos entrever? La del ser heideggerianamente entendido, la de aquello que está al fondo de todo y más allá del tiempo y el espacio: por eso "Sein und Zeit". Junto a la vejez convive el miedo, el olvido de sí y el olvido de los demás, lo horrible respecto a lo joven vivo, y surge la esperanza que da una fe religiosa, que entendemos como materialización del miedo transferido al Ser Superior Social, lo cual es una trampa para el individuo, y a la vez, un beneficio para el Ser Superior Social, que seguirá existiendo. 


     A todo esto ¿y la salud mental en la vejez? Es claro ¿cómo tratamos a los niños cuando no entienden? los cuidamos hasta que se hagan autónomos. Pues a los mayores también: cuidarlos hasta que mueran, y punto. Acerca de esto no hay mucho más que decir. 


     Esta es la realidad, empero, vayamos a una fotografía de la vejez entre los canarios, acudamos sociológicamente a “Los misterios de la Psique de la población canaria”, el análisis del "Estudio sobre la visión del canario de sí mismo y de su entorno", llevado a cabo por Hamalgama Métrica, en 2008, con 1520 encuestas en todo el territorio. Se planteó a los encuestados el gradiente de miedo que tienen respecto a la enfermedad. En las franjas de edad, el 46,40% de los mayores de 65 años fueron los que más miedo manifestaron tener a la enfermedad, siendo los más jóvenes, de entre 18 y 30 años, los que en mayor cantidad manifestaban no tener miedo alguno a la enfermedad (un 14,40% de ellos). Se planteó a los encuestados el gradiente de miedo que tienen respecto a tener un accidente: en las franjas de edad el 45,90% de los mayores de 65 años fueron los que más miedo manifestaron, siendo los más jóvenes, de entre 18 y 30 años, los que menos miedo tenían al accidente, un 12,40%. El miedo al crimen o al robo, o a actos de violencia, vuelve a ser mayor entre los mayores de 65 años. También se analizó el miedo a perder a un ser querido, siendo que casi todas las categorías se colocan por encima del 70,00%, uno de los miedos más grandes entre la población canaria, pero lo más alto entre los mayores de 65 años, con un 81,60%. En cuestiones de divorcio o separación matrimonial, el miedo de la población canaria era casi nulo. La edad donde es mayor el miedo es 31-44 años (10,70%), y donde el miedo es casi nulo es entre los mayores de 65 años. Respecto al miedo a quedarse en paro fue nulo, evidentemente, entre mayores de 65 años. Por tanto, la edad es un aspecto que genera un perfil psicosocial básico: frente al miedo, la juventud es menos temerosa a enfermedades, accidentes, crímenes, o situaciones de paro, que el resto de la población de más edad, excepto frente a perder la libertad, cuestión que resulta psicológicamente catastrófica para los más jóvenes. También son altamente sensibles los jóvenes, con la misma emotividad que los mayores, a la pérdida de un ser querido. En cuanto al perfil de edad, por tanto, no hay nada especial en la idiosincrasia del canario: de joven es vital, hedonista y confiado en que no le va a pasar nada, cuando madura un poco se hace más conservador y valora el trabajo, el dinero y la pareja como formas de estabilidad, y de mayor, en torno a los 65 años, la enfermedad, y la seguridad en todos los sentidos, marca su fragilidad, y empieza a ser su mayor preocupación. Aún así, nos resultó algo extraño que una cuarta parte de la población mayor de 65 años siga practicando ejercicios calisténicos o gimnásticos a edad avanzada, cosa que mide la vitalidad de la población y su buena atención social. El adulto mayor, pues, es un personaje vencido, al que lo mejor que le puede pasar es una jubilación digna, como un recostarse para preparar el sueño eterno, “Il dolce far niente”. Y en ese sentido, la cercanía durante toda la vida al problema del más allá, de cualquier forma, reporta una tranquilidad añadida a la ataraxia propia del ser vencido, cansado de luchar y desilusionado para con los premios, hitos y vanidades de la vida. El que haya estado investigando sobre el Más Allá, es ahora, con el fin, cuando comienza una gran aventura. Una de las estupideces más grandes cometidas en nombre de la filosofía lo constituyó la elección de Sócrates de la cicuta para cumplir la ley de Atenas, pero cuando nos damos cuenta de que lo hizo cuando tenía 70 años, que es como tener hoy 100 años, tal vez hizo trampa, que es lo que hay que hacer con la vejez y la muerte.


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