Uno de los razonamientos filosóficos más certeros para enfocar el problema duro de la conciencia, de qué es la conciencia, lo han dado los misterianos. Elijamos al misteriano por excelencia, al filósofo Colin McGinn, que tuvo como profesores a los grandes, al positivista A.J.Ayer, del “Wiener Kreis”, a P.F. Strawson, o a Donald Davidson. Fue McGinn quien formalizó el concepto de “cierre cognitivo”, es decir, la marca de una frontera a nuestro conocimiento. El ser humano llega adonde llega al captar el sentido de las cosas, argumenta como argumenta, capta como capta, en función de sus sentidos y aptitudes cognitivas, pero hay algo que siempre se le va a escapar: la conciencia. Es naturaleza de los seres humanos, dice McGinn, su incapacidad para resolver el problema de la conciencia. A esto se le ha denominado Misterianismo, sobre todo por las pullas de Owen Flanagan, otro filósofo de la mente, quien definió a los “Nuevos Misterianos”, en 1991, explicando las tesis de Thomas Nagel (en 1974, “¿Qué hacer para ser un murciélago?”) y Colin McGinn (en "¿Podemos resolver el problema de la mente-cuerpo?", 1989, revista “Mind”).
McGinn razonaba el cierre cognitivo así: “Un tipo de mente M se cierra cognitivamente con respecto a una propiedad P (o teoría T), si y sólo si los procedimientos de formación conceptual a disposición de M no pueden extenderse a una captación de P (o una comprensión de T). Concebir en las mentes se da en diferentes clases, equipadas con diversos poderes y limitaciones, sesgos y ojos ciegos, por lo que las propiedades (o teorías) pueden ser accesibles a algunas mentes, pero no a otras. Lo que está cerrado a la mente de una rata puede estar abierto a la mente de un mono, y lo que está abierto a nosotros puede estar cerrado al mono”. Los humanos, en fin, pueden captar el problema de la conciencia, pero no pueden entender su base causal (lo que significa explicar el problema mente-cuerpo, la identidad del yo, los fundamentos del significado, el libre albedrío, el conocimiento apriorístico): el problema de la conciencia es "el perímetro de nuestra anatomía conceptual, que se hace sentir". Existe un Misterianismo Antiguo, menos epistemológico que el Nuevo Misterianismo, que afirma que la conciencia es inherentemente sobrenatural. Contrariamente, McGinn supone que puede existir algún tipo de persona no humana (hoy diríamos un trans-humano) que sí pueda epistemológicamente entender la base causal de la conciencia.
McGinn advierte: “No se puede simplemente dar por sentado que la facultad de razonamiento humano es naturalmente adecuada para contestar preguntas filosóficas: las preguntas y su materia son una cosa; y la facultad racional, como rasgo humano, es otra cosa distinta” (Colin McGinn, “Problemas en la filosofía: los límites de la investigación”).
Otros estudiosos de la mente lo vieron desde distintas perspectivas: Noam Chomsky cuando explicaba que la biología limita las capacidades de los individuos, de forma que un roedor no hablará nunca como un humano, y de la misma forma podemos entender que los humanos tendrán cosas que escaparán a su entendimiento. O el filósofo William James, con el ejemplo de la lectura, una actividad humana que se cierra a la mente de un perro, aunque ambos seres puedan vivir y compartir la misma casa, de forma que hace sospechar ese hecho el que como humanos tengamos límites a la comprensión de ciertos niveles del universo, así como el perro lo tiene respecto a nosotros. O Steven Pinker: "El cerebro es un producto de la evolución, y así como los cerebros de los animales tienen sus limitaciones, nosotros tenemos la nuestra. Nuestro cerebro no puede contener un centenar de números en la memoria, no puede visualizar el espacio de siete dimensiones y tal vez no puede entender intuitivamente por qué el procesamiento de la información neuronal observada desde el exterior debe dar lugar a la experiencia subjetiva en el interior”.
Nuestro McGinn señala que “Cuando las mentes humanas interactúan con los problemas filosóficos, especialmente los de la forma ¿cómo es X posible?, entran en uno de los cuatro estados posibles. O bien (i) intentan domesticar el objeto que produce la perplejidad proporcionando una teoría reductiva o explicativa; o (II) declaran al objeto irreducible y, por lo tanto, no abierto a ningún argumento nivelador; o (III) se sucumbe a una historia mágica o imaginativa de lo que parece desconcertante; o (IV) simplemente eliminan la fuente de problemas por temor a la vergüenza ontológica... Básicamente lo que encontramos, en general, es la amenaza de la magia”. El camino de McGinn, y más el de los Antiguos Misterianos, es terrible para la filosofía, contiene lo suficiente como para perimetrar la conciencia como algo incognoscible, y tal vez, contiene lo que han explorado los estudiosos del transhumanismo, y constituyó una mis frecuentes discusiones con Markus Gabriel en sus estadías en Gran Canaria: la existencia de mentes superiores a las de los humanos, que tengan algún tipo de posibilidad de acceder a lógicas superiores, o no captables conceptualmente por la mente humana, lógicas super-humanas o trans-humanas.
Existen esfuerzos como los de Owen Flanagan, de la Universidad de Duke, antes citado, otro de los importantes filósofos contemporáneos del problema de la conciencia, que sí entienden que la conciencia puede ser estudiada y explicada, pero para ello propone una metodología natural, una nueva ciencia de la mente que cuenta con elementos como el enfoque a la subjetividad de las experiencias conscientes, los “qualia”, unido al inventario de resultados de los sistemas neuronales que producen conciencia. Se le agradece, pero puede esperar sentado, hasta que lleguen los Super-humanos.
Colin McGinn, filósofo británico, especializado en misterianismo y estudioso del asco
Si tuviéramos mas filósofos en este país y seles escuchara, iríamos mucho mejor.
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