El planeta de los humanos
Juan Ezequiel Morales
Michael Moore ha salido rana. En efecto, el pensamiento único ecologista, similar en su seguidismo ciego a éste del coronavirus-2019, ha recibido un mazazo por parte del director de Fahrenheit 11/9, Michael Moore, quien ha producido, con la dirección de Jeff Gibbs, un nuevo filme, El Planeta de los Humanos, en el que pone en solfa que la producción de vehículos eléctricos, placas fotovoltaicas y molinos eólicos, no solo no evita el uso de combustibles fósiles como el petróleo o el carbón, sino que empeora la producción de CO2. Con estilo documental, Gibbs-Moore hacen un recorrido por todos los gerifaltes de la denominada economía sostenible.
Jeff Gibbs comienza su filme en un festival ecologista en pro de la economía verde, en el que la energía surge de una huerta de placas fotovoltaicas, pero ocurre que comienza a llover y la luz se apaga y se recupera, él va a comprobar y ve que la fuente fotovoltaica ha sido suplantada por una estación de biodiesel. La tormenta sigue, el biodiesel se acaba y entonces se terminan conectando a la red eléctrica. Este proceso lo muestra Gibbs a lo largo del filme un par de veces más.
Gibbs repasa cómo a la llegada de Obama surgen tres trillones de dólares para las políticas energéticas, de los cuales cien billones van a las energías verdes. Como no puede ser de otra manera, llega Richard Branson, el empresario británico que comenzó con el sello musical Virgin, junto a Al Gore, y entre otros se lanzaron a cubrir dicho negocio con la lluvia de dinero público. Aparecen en el filme en un gracioso momento de postureo en el que uno pregunta a Al Gore si es un "profeta", de lo que Branson se carcajea y dice que al menos es un "profit", palabra inglesa que significa beneficio empresarial.
Michael Moore, director y productor cinematográfico, en su discurso "Why Trump Will Win", 29 octubre 2016
Sigue el filme con el lanzamiento de los grandes empresarios norteamericanos, como General Motors, a la fabricación del coche eléctrico. En un remedo parecido a la idea de Ford de construir un coche, en su día, impulsado por energía nuclear, los empresarios se lanzan a la fabricación del coche eléctrico, sin ni siquiera calcular el costo contaminante de tal empresa, que es, al fin, lo que se quiere evitar. Gibbs pone en un aprieto a los representantes de General Motors cuando enchufan el primer prototipo a la corriente y les pregunta de dónde procede esa energía. No saben contestarle, pero al final reconocen que un 95 por cien de esa energía procede de centrales de carbón. Lo que hacen es tapar el ingente gasto energético con propaganda, para cumplir con los principios ecológicos de las Greenpeace y demás oenegés del coche eléctrico, alimentando así un gigantesco negocio más contaminante si cabe que el que ya estaba en marcha. Gibbs-Moore comienzan entonces a analizar los costos contaminantes de los parques eólicos y de placas solares construidos al albur de ese nuevo negocio, así como el origen de los biocombustibles o el hidrógeno, y siempre encuentra la base en una energía original que es la fósil.
Resulta interesante y aplastante en el filme la aparición del investigador Ozzie Zehner, autor de Green Illusions, que advierte de que se dice que los paneles solares se fabrican con arena, pero muestra que al final se usa cuarzo extraído y carbón de muy alta calidad, que se funden a 1.000 grados, y entonces se precisa de más carbón para la mezcla, desechándose altísimas cantidades de dióxido carbónico, para finalmente obtener los metales siliconados.
Los grupos ecologistas siguen contando una historia diferente: que el 25 por cien de las minas de carbón están cerrándose, pero realmente se está reemplazando cada planta de carbón por dos plantas de gas natural, y de hecho, esta campaña sustitutiva ha provocado mucho mayor gasto y contaminación de energía fósil a través del gas natural superando con creces los despilfarros de energía fósil de los años setenta. Además, estos sistemas se enfrentan a la intermitencia irregular de la energía eólica y solar, que provoca que la energía clásica fósil tenga que encenderse y apagarse generando un mayor gasto de combustibles. Dice Zhener: "Sería mejor que simplemente se limitaran a quemar el combustible fósil en vez de fingir esta comedia". La producción de coches de Tesla, dice Zhener, causa residuos radiactivos, se construyen con aluminio, lo que requiere ocho veces más energía que con el acero. Siliconas, polímeros, plata, cobalto, grafito, tierras raras, acero, níquel, azufre, cobre, cemento, litio, fósforo, galio, arsénico, indio, cadmio, petróleo... y cuando el resultado de todo este desastre depredatorio llega a la planta de ensamblaje de Tesla: disponemos del coche más moral que se haya fabricado nunca, el coche de la moral del pensamiento único ovejuno, probablemente sólo comparable en gasto contaminante al coche Ford de energía nuclear? que afortunadamente nunca se llegó a fabricar.
Dice Gibbs: "Lo que llamamos energía verde, energía renovable y civilización industrial son la misma cosa", y se pregunta: "¿Es posible que máquinas hechas por la civilización industrial nos saquen de la civilización industrial?". Ahora Naomi Klein y todo el lobby ecologista protestan y piden que se prohíba este filme de Michael Moore, que lleva en cuatro meses diez millones de reproducciones. Peligran sus subvenciones y toda la economía parasitaria generada alrededor de la moralina del postureo de la denominada izquierda. La moral de Greta Thunberg se revuelve, con su eterno ceño fruncido y sus cálculos tramposos, para imponernos su particular solución y evitar su particular apocalipsis, pero tengamos por seguro, si lo que revela El Planeta de los Humanos es cierto, que con sus soluciones llegaremos antes al final de mundo que sin ellos.
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