Cuando se tiene un grano en el cogote, duele, y ese dolor abstrae de lo importante, de lo trascendental. Eso mismo pasa con las cuitas políticas locales y nacionales, que no dejan ver el bosque, sino que nos fija hipnóticamente en un punto, igual que el grano en el cogote, alejando así la clarividencia y la amplitud de miras. Por eso hoy nos vamos a elevar lejos, más allá de la estratosfera, y vamos a mirar el planeta más allá del tiempo y el espacio cercanos. Nos remontaremos a 1917, de la mano de Rudolf Steiner, y en base a un texto que me ha hecho llegar mi amigo y colega el doctor Óscar González, filósofo y especialista en Rudolf Steiner y Emanuel Swedenborg, quien ha logrado introducir en la academia el debate sobre el misticismo y la filosofía desde el idealismo de Johann Gottlieb Fichte.
El 7 de octubre de 1917, en Dornach, Suiza, y en medio de la crudeza de la Primera Gran Guerra, dictó Steiner un discurso titulado “La caída de los espíritus en la Oscuridad”. Faltaba justo un mes para la revolución bolchevique y su gran baño de sangre. Guerra y revolución inundaban el ambiente. En su conferencia, Steiner dijo que: “la gente percibe el mundo que los rodea, en la medida en que es perceptible para los sentidos, de una manera bastante diferente a la de los antiguos griegos, por ejemplo. Los griegos también veían colores y oían sonidos; pero todavía veían entidades espirituales a través de los colores. No se limitaron a pensar en entidades espirituales, porque allí se dieron a conocer a través de los colores… La gente moderna piensa en pensamientos. Los griegos no pensaban los pensamientos en el mismo grado; veían los pensamientos que les llegaban del mundo que percibían a su alrededor. En lugar de ser simplemente azul o rojo, el azul y el rojo en el mundo a su alrededor les expresaron los pensamientos que luego pensarían. Esto creaba una relación íntima con el mundo”. Steiner detectó una variación de lo cognitivo y lo perceptivo en función de las épocas, considerando que podía haber una especie de evolución histórica de ambas cualidades antropomórficas: cognición y percepción.
Goetheanum, en Dornach, Suiza, donde Rudolf Steiner dio el discurso en 1917
Steiner, en medio de su discurso aludió al filósofo Franz Brentano, fallecido en ese momento hacía seis meses, epónimo de la ontología moderna, y fijándose en la concepción brentaniana de “genio”, sacaba la siguiente conclusión: “Alguien que ve el mundo con el ojo del espíritu ve a muchas personas hoy en día que simplemente no son ellas mismas. Los cuerpos caminan alrededor, y el alma no está completamente dentro de ellos. ¿Por qué? Porque ya no es tarea del alma entrar plenamente en el cuerpo, que está empezando a desmoronarse”. Este desmoronamiento des-almado lleva a la siguiente fase: “una investigación concienzuda y oculta dirigida a penetrar en las leyes de la evolución humana revela una verdad que bien puede causar consternación a primera vista. Muestra que, en un tiempo no tan lejano, posiblemente tan pronto como en el séptimo milenio, todas las mujeres en la Tierra serán infértiles. El marchitamiento y el desmoronamiento de los cuerpos humanos llegará tan lejos que esto sucederá. Solo piensen: si las relaciones que solo pueden llegar a ser propias entre la vida interior y el cuerpo físico continúan sin cambios, la gente ya no encontrará nada que hacer en la Tierra... los seres humanos tienen que encontrar una forma diferente de relacionarse con la existencia terrenal”.
Y sigue Steiner con la contraposición material-espiritual: “Con el alma humana retirándose cada vez más del cuerpo, el cuerpo está cada vez más en peligro de ser llenado con otra cosa. Y si los seres humanos no están preparados para tomar impulsos que solo pueden provenir del conocimiento espiritual, el cuerpo se llenará de poderes demoníacos”.
En 1917 esta difracción existencial humana tenía ya un efecto: “los eventos de la guerra lo dejan muy claro. El caos está surgiendo porque la realidad ha cambiado”. Y definitivamente, llegará un momento en el que se dirá: “es patológico que la gente piense incluso en términos de espíritu y alma. La gente sana no hablará de nada más que del cuerpo. Se considerará un signo de enfermedad el que cualquiera pueda llegar a la idea de algo como un espíritu o un alma. Las personas que piensen así se considerarán enfermas y pueden estar seguros de que se encontrará un medicamento para eso… la gente inventará una vacuna para influir en el organismo lo antes posible, preferiblemente tan pronto como nazca, de modo que este cuerpo humano ni siquiera tenga la idea de que hay un alma y un espíritu… A los médicos materialistas se les pedirá que expulsen a las almas de la humanidad”.
Trasladándonos de 1917 a 2020, podemos terminar recordando la obra de Dean Hamer, “El gen de Dios”, que prevé que el gen VMAT2, que codifica una hormona monoamina que produce experiencias de autotrascendencia, es el que está en la base de la espiritualidad, pues somos solo materia. Como podemos ver, falta poco para lo que previó Steiner hace cien años en su discurso de Dornach de 1917.
Escribe tu comentario