El título de la columna de hoy está tomado del último artículo de Francis Fukuyama en “Foreign Affairs” (Julio y Agosto 2020), cuya frase completa es “La pandemia y el orden político”. Quito pandemia porque esto se trata de otra cosa, de una especie de cambio de fase en la historia del humano parecido al que se da en el agua cuando pasa del estado líquido al sólido, o viceversa. La multiplicación, a nivel de plaga, de los humanos, al tender hacia un número de diez mil millones, provoca una masa crítica que conlleva un desarrollo en serie de la inteligencia artificial, que la coloca fuera de control, así como la colateral velocidad en el intercambio de información provocará, por su parte, una vigilancia (blockchain y 5G son inicios) sobre cada cuerpo, nuda vida, como jamás se habrá visto. Esto proseguirá hasta romper la estructura democrática, que será sustituida por un voto online permanente, así como una intervención global de todos los valores vinculados a cada uno de los ciudadanos, da igual que de capitalismo de estado que de comunismo o capitalismo corporativo.
Francis Fukuyama ha sido siempre, desde los años ochenta del Siglo XX, preclaro al analizar qué va ocurriendo en el mundo sociopolítico: ya marcó con su famoso fin de la historia la terminación la lucha dialéctica, el fin hegeliano, entre el marxismo y el capitalismo, con la victoria de este último, sin que este último se sepa nunca ni donde está ni quién es, pues se trata del desenvolvimiento del flujo de los símbolos de propiedad dinerarios llevados por la naturaleza de las cosas.
Francis Fukuyama
Fukuyama, investigador en el “Freeman Spogli Institute for International Studies” de la Universidad de Stanford, y reciente autor de “Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment”, nos dice: “Las crisis importantes tienen consecuencias importantes, por lo general imprevistas. La Gran Depresión impulsó el aislacionismo, el nacionalismo, el fascismo y la Segunda Guerra Mundial, pero también condujo al New Deal, el ascenso de los Estados Unidos como una superpotencia global y, finalmente, a la descolonización. Los ataques del 11 de septiembre produjeron dos intervenciones estadounidenses fallidas, el ascenso de Irán y nuevas formas de radicalismo islámico. La crisis financiera de 2008 generó un aumento del populismo anti establishment que reemplazó a los líderes de todo el mundo. Los historiadores futuros rastrearán efectos comparablemente grandes a la pandemia actual del coronavirus; el reto es averiguarlos con anticipación”.
Y añade Fukuyama: “Las consecuencias políticas podrían ser aún más significativas. Las poblaciones pueden ser convocadas a actos heroicos de sacrificio colectivo por un tiempo, pero no para siempre. Una epidemia persistente combinada con una profunda pérdida de empleo, una recesión prolongada y una carga de deuda sin precedentes inevitablemente creará tensiones que se convierten en una reacción política, pero contra las que aún no está claro”. Por tanto, está por ver contra quién termina la reacción popular atacando o señalando como culpable. La dicotomía entre un pronóstico sombrío y otro esperanzador no la soluciona Fukuyama, no la tiene clara: “Las pandemias pasadas han fomentado visiones apocalípticas, cultos y nuevas religiones que crecen alrededor de las ansiedades extremas causadas por dificultades prolongadas. El fascismo, de hecho, podría ser visto como uno de esos cultos, saliendo de la violencia y la dislocación engendrada por la Primera Guerra Mundial y sus secuelas… La indignación popular crecerá, y las crecientes expectativas de los ciudadanos es en última instancia una receta clásica para la revolución. Los desesperados tratarán de migrar, los líderes demagógicos explotarán la situación para apoderarse del poder, los políticos corruptos aprovecharán la oportunidad para robar lo que puedan y muchos gobiernos reprimen o colapsen. Mientras tanto, una nueva ola de intentos de migración del sur global al norte, se encontraría con aún menos simpatía y más resistencia esta vez, ya que los migrantes podrían ser acusados de manera más creíble ahora de traer enfermedades y caos”.
Sin embargo, la conflagración global no es una previsión de Fukuyama: “El auge del nacionalismo aumentará la posibilidad de conflicto internacional… Aun así, dada la continua fuerza estabilizadora de las armas nucleares y los desafíos comunes a los que se enfrentan todos los principales actores, las turbulencias internacionales son menos probables que las turbulencias internas”. Fukuyama, contra sí mismo, ya que él fue uno de los gurúes del liberalismo de los ochenta, dice: “Esto podría poner fin a las formas extremas del neoliberalismo… Durante la década de 1980, la escuela de Chicago proporcionó justificación intelectual para las políticas del presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher, quienes consideraron que un gobierno grande e intrusivo era un obstáculo para el crecimiento económico y el progreso humano. En ese momento, había buenas razones para reducir muchas formas de propiedad y regulación del gobierno. Pero los argumentos se endurecieron en una religión libertaria, incorporando hostilidad a la acción del Estado en una generación de intelectuales conservadores, particularmente en los Estados Unidos”.
Fukuyama reniega ahora de aquella doctrina exitosa: “Dada la importancia de una acción estatal fuerte para frenar la pandemia, será difícil argumentar, como hizo Reagan en su primer discurso inaugural, que el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema”. Simultáneamente predice una división darwiniana, la de los países con liderazgo y la de los países sin liderazgo, se queja del actual líder norteamericano como radicalizador de su sociedad, sin fijarse en que, en todo el planeta, ocurre lo mismo, la sociedad se polariza, sea con populismos o con socialdemocracias, se trata de un “Volkgeist”.
Un Fukuyama esperanzado pero muy tímido cree que “el mundo se está moviendo hacia una larga y deprimente deficiencia. Saldrá de ella eventualmente, algunas partes más rápido que otras. Las convulsiones globales violentas son poco probables, y la democracia, el capitalismo y los Estados Unidos han demostrado ser capaces de transformarse y adaptarse antes”. Gris destino en el que, sin embargo, es difícil pensar que no surgirá un rey del mundo, el resultado esperable en el desarrollo bio-ontológico de un ser superior del que seremos meros individuos zombies, para el caso de que estemos ante un cambio de fase. Cuestión de tiempo.
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