Ahora que la epidemia del virus es el plato informativo principal de los colectivistas, de los partidarios de la mente de enjambre, me hace observar un amigo escritor cómo tales mentes han olvidado el que denominan lenguaje inclusivo; enfermos y enfermas, médicos y médicas, contagiados y contagiadas… no se oye, y es que la mente de enjambre es incapaz de poner atención en varias cosas a la vez. Pero, pasado este foco de atención, tornarán de nuevo con el mantra y, entonces ¡Prepárese, Monseñor! En efecto, el nuevo Obispo de la diócesis canariense, José Mazuelos, médico, teólogo y especializado en bioética, tan pronto fue nombrado, fue señalado por uno de los órganos de comunicación de los partidos del enjambre: “En un vídeo compartido en Twitter se oye a Mazuelos decir que el feminismo es la nueva lucha de clases y que odia a la familia porque no le interesa que haya células en la sociedad donde uno pueda crecer en libertad". En el video se escucha al Obispo: "Ahora el opresor es el macho heterosexual patriarcal. En cuanto eliminemos a ése, encontramos la panacea y el paraíso". Mazuelos afirma que "Al marxismo le encanta atacar a la familia. Lo lleva en los genes".
Monseñor José Mazuelos Pérez, Obispo de Canarias, con Bergoglio
Monseñor Mazuelos no hace ahí sino defender el núcleo de libertad que significa la familia, respetada por las ideologías conservadoras o eclesiales, pero que es justamente, desde “El Manifiesto Comunista”, la línea roja que cruzan las ideologías del enjambre, a fin de apoderarse directamente de los individuos y mantenerlos cautivos. La familia es el mal burgués.
El revolucionario ruso David Riazánov, que estuvo en los principios del marxismo, desde el Congreso de Bruselas de 1890, con la II Internacional, y a quien Lenin encomendó en 1921 la puesta en marcha del Instituto Marx- Engels, escribió “Los puntos de vista de Marx y Engels sobre el matrimonio y la familia”, en 1927, y ahí informa que Marx y Engels, hacia 1846 se emplearon en constituir círculos en medios obreros de Alemania, Francia e Inglaterra, y “al cabo de dos años de trabajo, consiguieran unir a todos estos círculos y hacer la Asociación de los Comunistas”. En una estructura de círculos, como los empleados modernamente por los podemitas españoles, Marx fue encargado de elaborar el programa: “A la pregunta 19: ¿Cómo organizaréis la educación de los hijos en la época transitoria?, sigue la respuesta: Todos los niños, desde la edad en que puedan prescindir de los senos maternales, serán alumnos y educados en las instituciones del Estado... La pregunta 20 se resume así: Con la abolición de la propiedad privada, ¿será proclamada la posesión en común de las mujeres?”, y la 21 es reveladora: “¿Qué influencia ejercerá el régimen comunista sobre la familia?” Responde Engels que las relaciones de sexo son privadas, pero quedarán transformadas una vez abolido el sistema capitalista, para lo cual los niños serán educados por la sociedad comunista. Es la idea de que los niños no son de los padres, sino del Estado.
Engels quiere suplir una moral individual, la eclesial que penetra los cerebros a través de la fe religiosa, por otra moral colectiva, la comunista, que igualmente penetra los cerebros a través de la fe colectiva. El fin es el mismo.
Hoy día las marxistas recalcitrantes, que aún siguen con el ejercicio de la lucha de clases como lucha de la mujer contra el patriarcado, no obstante sus correctos razonamientos desde una filosofía dialéctica, aclaratoria de ciertos rasgos del machismo y el patriarcado como un problema de acaparamiento de fuerza de trabajo, están anticuadas, han quedado obsoletas. Realmente sólo podrán buscar bronca con Monseñor Mazuelos, pues los discursos de ambos y ambas son conmensurables. Pero el mundo ha cambiado incluso para ellas, y ahora es tiempo del transfeminismo o transgenerismo. Todo se ha mezclado, todo es posible, las líneas rojas han desaparecido, y lo mismo brotan formas femeninas en lo masculino, o viceversa, que saltan a los cuerpos y en todo se genera un melting pot, del cual las más avispadas y anticuadas de las feministas saben que resulta un problema grave y, en cierto sentido, su desaparición.
La palabra “familia” proviene del latín “conjunto de esclavos”, y venía a definir la suma de esposas, hijos y esclavos, los componentes de la “res familiaris” sometidos a la patria potestad. Evidentemente, la etimología ya lo plantea casi todo. De “familia” procede también “fámula”, la criada de toda la vida, como con la que cometió adulterio Karl Marx, vaya.
Una teórica feminista, Teresa C. Ulloa, en su texto “Transactivismo & Feminismo”, señala al transactivismo como un movimiento extremista que ayuda a tapar el trato vejatorio a la mujer, e impide la lucha “contra la prostitución, la pornografía, la trata sexual, la maternidad substituta, las violencias y las distintas formas de explotación”, y así como hay que abolir esto, también hay que usar el mismo enfoque el transactivismo y el transgenerismo. El tema es viral, pero el transgenerismo y el transactivismo es un transhumanismo, es la llegada de “todo vale” contra la que, tanto los monseñores como las feministas, han quedado obsoletos y obsoletas, porque es un cambio de mentalidad, una entrada en un mundo dialéctico, pero en un orden más allá del género, donde la batalla del sexo como identidad se ha perdido, y ya no da combustible a los viejunos, sean la iglesia o sean el denominado nuevo sujeto histórico feminista. Ulloa informa de cómo, en Nueva York, una persona puede ser multada hasta con $125,000 dólares por no designar correctamente y en repetidas ocasiones el pronombre de alguien, algo parecido a lo que ocurre en Canadá y otros lugares. Cuando la fluidez y abolición de conceptos entran en las leyes y en las salas médicas, significa que se ha construido algo artificialmente. No hay derechos, los derechos se piensan, se generan y se imponen, no son naturales. Pero sí que se advierte quién gana la batalla. En este caso, ni Monseñor, ni las feministas. Ambos juegan con reglas decimonónicas.
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