La gestión del odio

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Pongamos el ejemplo de un líder histórico del que se dicen maravillas y se le enarbola como guía a la libertad, Simón Bolívar (Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, descendiente de españoles y canarios). El catedrático Pablo Victoria en su libro “El terror bolivariano” (La Esfera de los Libros, 2019) habla de cómo Bolívar mantuvo presos a mil soldados “españoles o canarios” a los que, enfermos, mandó a matar en las cárceles de Caracas, a machetazos, o con sables y picas, para ahorrar munición, en 1814. El objetivo en las denominadas guerras de emancipación era eliminar “la malvada raza de los españoles”. Simón Bolívar cuenta hoy con estatuas o placas conmemorativas en varias ciudades de España, incluido Teror. En una entrevista, el catedrático Pablo Victoria señala: “Que los españoles dediquen estatuas a un genocida de su pueblo, artífice de un antecedente claro del holocausto judío, me deja verdaderamente sorprendido”. Tras estudiar cartas y documentos de Bolívar: “en mi investigación demuestro que aspiraba a establecer una dictadura en los territorios americanos. Es más: quería, con el apoyo de Inglaterra y de algunas provincias de América, coronarse emperador del continente”. 



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Pablo Victoria, economista y filósofo 




Y para demostrarse una vez más que la historia no es una ciencia, hoy en día Karl Marx y Simón Bolívar, salen de la boca de sus seguidores bolivarianos (venezolanos y españoles) con una misma admiración. Sin embargo, uno de los trabajos del joven Marx, en 1858, fue una entrada para la “New American Cyclopaedia”, sobre Simón Bolívar, fallecido veintiocho años antes, y del que dice que fue un cobarde huyendo de Ocumare a Bonaire, dejando a sus tropas abandonadas. Más adelante lo trata de sarcástico y mezquino. 


Las verdades históricas sobre los hombres son mudables, o sea, son verdades relativas, no desde luego de lógica proposicional y de primer orden. La Ley de Memoria Histórica y la, ahora posterior, Ley de Memoria Democrática, son leyes oxímoron, generadas por una parte del electorado que ocupa el momento gubernamental. Son leyes dimanadas de un fenómeno más general denominado revisionismo histórico. La historia no es una ciencia, puesto que el material histórico no es reproducible en laboratorio y, además, llega viciado, sin posibilidad de contrastación, excepto por el acercamiento a documentos o restos a partir de los cuales se hacen conjeturas y se muestra la reconstrucción más plausible, pero nunca la verdad, porque ésta carece de testimonios contrastables, perdidos en el fluir del tiempo. 


Asumido que Franco no fue gracioso, quienes oponen hoy en día las bondades de Largo Caballero, Indalecio Prieto, Juan Negrín o Luis Companys (causantes de miles de asesinatos mientras estaban en el poder), argumentan bajo verdades históricas que han mutado en el periodo democrático español, así como fueron torcidas a favor del régimen anterior por quienes gobernaron en el franquismo. 


Si nos mudamos a bandos contrarios resulta aleccionador leer al filósofo Giorgio Agamben informando sobre el origen de las fotos de los masacrados por el dictador comunista Caucescu en Timisoara antes de ser fusilado. Escribe el filósofo Agamben: “Por vez primera en la historia de la humanidad, cadáveres que habían sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en las mesas de las morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado a legitimar un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos como la realidad real en las pantallas de televisión, era la absoluta anti-verdad y, aunque la falsificación era a veces evidente, fue de todas maneras autentificada como real por el sistema mediático mundial”. 


Innumerables fotos de genocidio atribuido a los serbios se ha descubierto posteriormente que habían sido producidas por los contrarios albaneses, y nunca terminaríamos, incluso en la contemporaneidad, pues se trata de métodos de desinformación, de fabricación de falsedades, terrorismo de la indignación y provocación para el desencadenamiento de la guerra. 


Hoy día hay técnicas para proponer la historia contrafactual, es decir, la historia reconstruida para el caso de que no hubiera ocurrido un suceso detonante cualquiera. Este tipo de técnicas se utilizan en las propuestas de instauración de Memoria vía legislaciones, sólo que en vez de preguntar “¿qué habría pasado si...?”, se da por hecho que todo hubiera sido mejor si…, aludiendo siempre a una supuesta legitimidad que, previamente, había sido vulnerada. Hay corrientes de revisionismo histórico no sólo en España, sino en Argentina, en Francia, en Estados Unidos, en México, en Rusia, en Alemania… pero cuando pasan de la historiografía al código penal, ni siquiera se está haciendo historia, sino aplicando un derecho pseudo-probatorio. Si de por sí la historia no es ciencia, en este caso se pasa a impedir la libertad de expresión y de pensamiento, lo más horrible que se puede hacer sobre un ser humano democrático: ordenar su memoria a través de leyes. 


Se atribuye a un cuento árabe el siguiente relato: dos amigos se pelearon, y al final de la pelea, uno de ellos escribió sobre la arena “mi amigo me pegó”; siguieron y llegaron a un lago en el que se bañaron y entonces el que había sido agredido empezó a ahogarse y fue salvado por el otro amigo. Entonces el salvado volvió a escribir con un estilete en una piedra “mi amigo me salvó la vida”. El salvador le preguntó por qué al principio lo escribió sobre la arena y ahora sobre la piedra, y contestó el primero agredido y luego salvado: “Cuando un amigo nos ofende, debemos escribirlo en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargará de borrarlo, pero cuando nos pasa algo grandioso debemos grabarlo en la piedra de la memoria y el corazón, donde ningún viento en todo el mundo pueda borrarlo”. Pues eso, dejar las ofensas al albur del viento del olvido es socialmente sano, y lo contrario es socialmente patológico. 


Las leyes de Memoria son instrumentos gestores del odio, y patológicas para una parte de la población. Caen especialmente en manos de perillanes, zurupetos y sinsorgos, por propia naturaleza. En un momento histórico en el que un Papa como Bergoglio incita a no olvidar en su panfleto "Fratelli Tutti", los tiempos que acechan serán patológicos, la ira despertada se expandirá secularmente, destruyendo símbolos como Colón, Fray Junípero o David Hume, apartándolos de la memoria colectiva por odio, en perfecta comunión con los destructores de los Budas de Bamiyán, la Puerta de Tombuctú, el Arco de Palmira, las estatuas de Nínive... y ahora el Valle de los Caídos. Esa ira se nos mostrará en su naturaleza plena, como el odio, irracional. Y lo irracional no es justo sino desequilibrante, como los seísmos y las catástrofes. No queda otra que soportarlos y esperar a que pasen. Pero pasan, y decía el chotis: "No pasarán... pues ya hemos pasao".

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