De Galdós al reggaeton

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Una de las ventajas de la era de la computación básica es que la idiotez puede medirse con un error de ajuste aceptable. Los estudiosos del lenguaje como materia objetiva, no filosófica, saben que en el habla cotidiana usamos alrededor de unas 300 palabras del total de las 280.000 que tiene el idioma correspondiente (en este caso el español, el castellano). Podemos decir, por tanto, que utilizamos un 0,1 por cien del total de palabras a nuestra disposición en un idioma. Si el hablante es culto usa unas 500 palabras en su conversación cotidiana, y si es un profesional de la escritura, escritor o periodista, usa unas 5 veces más de vocabulario. 


Cervantes utilizó unas 23.000 palabras diferentes en “El Quijote”. Corresponde aquí traer la obra investigadora de Estelle Irizarry, una erudita costarricense que enseñó en la Universidad Georgetown, y que en su texto “Estilo y cambio en 39 años de narrativa en Benito Pérez Galdós” (Revista “Hispania”, número 74; 1991), mapeó cuantitativamente el corpus de 27 novelas de Galdós, en las que encontró una media de 1.254 formas usadas una sola vez. Por comparación a otros 30 novelistas españoles, sólo 11 lo superaban en riqueza léxica (Azorín, Cunqueiro, Espina, Gironella, Gómez Ojea, Goytisolo, Granell, Marsé, Miró, Pérez de Ayala y Valle-Inclán). 


En una entrevista a Fabio Capello, un famoso entrenador de fútbol, éste, para hacer su trabajo, manifestaba que necesitaba unas 100 palabras del idioma inglés (él era italiano): “Si necesito hablar de economía u otras cosas no puedo hablar. Pero cuando se trata de táctica en el fútbol, no se requieren muchas palabras. No tengo que decir muchas cosas diferentes. Como máximo utilizo cien”. Entendido. 


Un niño de dos años usa unas 100 palabras de vocabulario en la construcción balbuceante de sus frases. Los perros, en laboratorio, pueden entender cerca de unas 1.000 palabras. 


GabrielRufianAlfon


Gabriel Rufián y Alfon (condenado como portador de artefactos explosivos)

 15 de marzo de 2019 en cuenta Twitter de Rufián.


Y al final llegamos a los jóvenes de hoy, representantes de la cultura de fondo. Al estar generándose la inmersión en las denominadas nuevas tecnologías, tienden a usar comodines para optimizar la labor comunicativa, pero sus sentimientos son muy romos: amor u odio, tristeza o alegría, sin matices, de forma que se generan frases muy cortas que tienden a simbolizarse. De ahí el éxito de los denominados emoticonos, o de la extensión de Twitter, donde lo que se encierra en 280 caracteres es mayormente el insulto o un “bla bla” inequívocamente ignaro. Un estilo en el que son ganadores Gabriel Rufián o Willy Toledo, cuyas famas devienen, en gran parte, de la empatía que despiertan en la población afín, cuando hablan parco y mal, pero sobre todo insultando, una deriva patológica de los actos de habla locutivos a los ilocutivos o perlocutivos, en la jerga científica de John Searle. Lo que nos demuestra que estamos ante una catástrofe léxica está en que, hoy día una canción de reggateón tiene un promedio de 30 palabras, y que, de las 300 palabras utilizadas por un joven, unas 78 son groserías y unos 14 son emoticones (en España, pues, según una investigación de la Universidad de Michigan, en Francia son casi 60, en USA son 30, en Rusia 40, etc). Ahora bien, si yo fuera un gobernante tendente a la “auctoritas”, este panorama no me entristecería, sino que, al contrario, me tranquilizaría, porque utilizando los medios psicosociales adecuados, dispondría de una substancia altamente metamorforseable y obediente a la voluntad del líder.

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