Juan Ezequiel Morales
Philip K. Dick publicó, en 1964, “La penúltima verdad” (“The Penultimate Truth”).
Obras como las de Aldoux Huxley o George Orwell, que parecían en su momento distópicas, pero que ya no lo son, e incluso dan una semblanza muchos menos cienciaficcionada que la de la realidad actual, se escribieron desde los años 30 del siglo vigesimónico. “Un Mundo Feliz”: publicado en 1932; “Rebelión en la granja”: publicado en 1945; “1984”: publicado en 1950. La obra de Philip Dick es de 1964, apenas cuatro años antes del mayo de 1968 que, a pesar de ser contestatario y revolucionario, ya es tildado por los perroflautas de hoy como movimiento jipi-pijo.
Philips Dick
El argumento de “La Penúltima Verdad” se contextualiza en una Tercera Guerra Mundial, en 2025, guerra que había empezado en 2010, y los seres humanos han tenido que refugiarse en inmensos tanques-factorías donde malvivían para evitar radiación y gas nervioso. El trabajo de los seres humanos en esos tanques-factorías es el de fabricar robots para la guerra, lo cual hoy día sería lo propio. El argumento novelístico indica que uno de los jefes mecánicos de uno de los tanques-factorías enferma, y hay que conseguir para él un páncreas “Artif-Org”, una versión mecánica de un órgano humano, también propio de esta época en la que falta poco para conseguir ese tipo de productos artificiales, es más, la versión actualizada sería un “mix” entre mecánica y biología, más parecida a la “Art-Derm”, o piel artificial, de la que habla Dick en otras novelas. Ocurre entonces que el presidente de uno de los tanques-factorías, Nicholas Saint-James, sube a la superficie a conseguir el “Artif-Org” en algún hospital militar de los que están para gestionar los heridos de la guerra mundial tercera. Dos robots dirigidos por Inteligencia Artificial intentan asesinarle al llegar arriba, lo cual será, también dentro de poco, el panorama dentro del cual viviremos los humanos. Nicholas los destruye.
En el ambiente distópico y mad-maxista en el que se desarrolla la aventura, Nicholas se encuentra con grupos de fugitivos, y le revelan la realidad: la guerra duró solamente dos años y el planeta está repartido entre dos hegemones, dos imperios, dos bandos de elite que se unieron con el común interés de disponer de una masa inferior que trabajara inane en las gigantescas factorías. Philip Dick, en “La Penúltima Verdad”, sigue informando de que la población de los tanques-factorías subterráneos ha sido engañada durante décadas a través de la televisión, donde se les informa con un robot, de nombre Protector Yancy, de los sucesos de la Gran Guerra Tercera. Los guionistas de ese robot Yancy, Josephs Adams y David Lantano inician una guerra entre ellos. David Lantano es propietario de la tierra bajo la cual está el tanque del que salió Nicholas, e intenta apoderarse de una máquina del tiempo, de la que es dueño Stanton Brose, un anciano que se ha apoderado de armas de guerra y “Artif-Orgs”, y que quiere cambiar el pasado para poder encarcelar a un rival político. Adams baja con Nicholas al tanque para contar la verdad, pero al ver el mensaje de Yancy comprenden que ha vencido David Lantano, y al final la verdad va a ser conocida por todos los tanqueros.
Gracias a la televisión, han engañado durante trece años a los de abajo una clase feudal que tiene a su servicio a otra clase funcionarial que administra una superficie planetaria verde, feraz y despoblada, haciendo creer a los tanqueros que arriba es invivible por las radiaciones y el gas.
La pandemia de coronavirus19 ha sido mucho más eficaz que la ficción de Dick, pues en una sociedad ya vigilada desde todos los ángulos, con millones de cámaras de vigilancia en red por todo el planeta, la amenaza de un virus de cuya letalidad nunca se ha sabido a ciencia cierta, comenzó con encierros brutales en las cárceles domiciliarias equivalentes a los toques de queda de los estados de guerra civil, supresión de todos los derechos civiles de inviolabilidad de los domicilios o libertad de tránsito, y todo impostado a través de los mecanismos de comunicación y propaganda mundiales, que penetran en cada hogar o en cada individuo a través de su móvil, y cuya visión unidireccional y de relato único esparcieron primero en las películas de contagio global para preparar el inconsciente colectivo, luego propalaron el miedo a un virus intransparente, y finalmente impusieron la dictadura sanitaria, implantándose una visión ficticia del mundo, un contexto mental a través del cual se gobierna en todos los países con la contraprestación del control de cada individuo y su marcaje con vacuna. Cualquier información disidente es aplastada, silenciada, ridiculizada. El muñeco-robot de “La Penúltima Verdad”, a través de la televisión, informaba, a través del mismo aparato que reparte ocio, negocio e información para todos los ciudadanos.
Los sermones de los expertos, intelectuales, políticos y científicos, todos con el sello de la bestia gobernante, clavetean hora a hora, minuto a minuto, la capacidad de reflexión de los ciudadanos. Se dicta si se trabaja o no, si se trabaja a distancia telemática o no, si se puede pasear, si se puede pasear con tapabocas o no, si se puede hacer una fiesta en casa o no, si se puede viajar por los alrededores o por el mundo, o no se puede. El Gran Hermano felicita a los ciudadanos por ser sumisos y obedientes, y una gran mayoría asienten, agradecen y aplauden, e insultan a los que no asienten y agradecen y aplauden.
Ni siquiera son ovejas, son una plaga, como una plaga de Langosta Gregaria.
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