En 1989, año de la caída del Muro de Berlín, el francés Dominique Noguez escribió “Lenin Dadá”, en el que informaba y recreaba el encuentro entre Lenin y Tristan Tzara, en Zurich, entre 1916 y 1917. Y veinte años más tarde, en 2009, se publicó “The Posthuman Dada Guide: Tzara & Lenin play chess”, cuyo autor es Andrei Codrescu, ahondando en el tema metafórico de las jugadas de ajedrez entre ambos sujetos. Son bien conocidos los textos de Vladimir Ilianovich Lenin sobre el marxismo, por ejemplo, “Materialismo y empiriocriticismo”, de 1909, una obra principal del materialismo dialéctico, fundamento de la filosofía marxista-leninista. Y es que a finales del siglo XIX y hasta un poco más de la mitad del XX, los obreros y los revolucionarios, eran leídos, discutían con base, había que ver cómo los componentes de la Hoac cristiano-comunista, por ejemplo, en la España de la época de Franco, estudiaban a fondo los textos publicados en editorial ZYX, las mejores y más sesudas obras sobre dialéctica y marxismo.
Luego llegaron al Partido Comunista una serie de gandules iletrados como Cayo Lara (incluso más espabilado que Garzón), que tomaba los textos para sus discursos de internet, por no hablar de la casi enorme lista de ignorantes que pueblan el partido socialista, antaño lleno de intelectuales de valía, y ahora con su primer representante, el presidente copión, con un dudoso doctorado.
Varios correligionarios bolcheviques llegaron exiliados a Zurich: Vladimir Lenin, Karl Radek, Grigori Zinoviev y Nadezha Krúpskaya; y durante 1916 y 1917, vivieron en Spiegelgasse, número 9, muy cerca del Cabaret Voltaire, el centro dadaísta por excelencia: Spiegelgasse, número 1. El historiador Dominique Noguez señala que Tristan Tzara y Vladimir Lenin cultivaron amistad. En 1916 habían abierto en Zurich el primer Cabaret internacional, Hugo Ball, Tristan Tzara y Jean Arp, donde el arte de vanguardia se experimentaba al límite. En aquel momento parecía que los dadaístas y los bolcheviques rechazaban las guerras clásicas, de las que la Primera Guerra Mundial era el canon de lo que no querían. Se dice, según Noguez, que en una de las reuniones, un tal Huelsenbeck empezó a golpear un cajón, y Tristan Tzara y Lenin gritan: "¡Da! ¡da! ¡Da! ¡da!", locuciones que corearon desde el público: "¡Da! ¡da!", "¡Sí! ¡sí!". La sospecha arranca de que, en ruso, “sí” es “da”. Evidentemente, dice Andrei Codrescu, que Tzara y Lenin “compartían un profundo sentido de las injusticias. Sin embargo, discrepaban en el enfoque de cómo enfrentar la situación. Por un lado, en Tzara imperaba el caos, la libido, la creatividad y el absurdo mientras que, en Lenin, prevalecía la energía de la razón, el orden, las estructuras sociales”.
Tristan Tzara
La relación del dadaísmo con los espartaquistas y Rosa Luxemburgo unía más esas dos corrientes en aquella época. Fueron los últimos coletazos del arte con la revolución, luego llegó Stalin, y todo se convirtió en una desgracia asesina, el comunismo con su rostro práctico y verdadero.
Trotsky, en el exilio mexicano, expulsado por los estalinistas, escribió, en tierras de libertad, junto a André Breton, “Manifiesto por un arte revolucionario independiente”: los artistas debían ser independientes del estado, libres en su ejercicio y destruir las reglas de la burguesía. Era una intención de libertad que el comunismo no podía permitir, pues de la libertad, la igualdad y la fraternidad, el comunismo no resiste la libertad, como tampoco el mérito, son sus dos enemigos principales, y los acomplejados y despersonalizados intelectuales de hoy día también la consideran, a la libertad, el mayor enemigo de la igualdad. El verdadero “Manifiesto por un arte revolucionario independiente” se llevó a cabo en las tierras capitalistas, en las tierras burguesas, donde la libertad y el mérito siempre fueron valores principales. Escrito por Breton, corregido por Trotsky, y originado en un diálogo entre ellos dos y el muralista Rivera, en México, en 1938.
Allí se vio el desprecio de Trotsky, un intelectual expistolero, por los sueños o la escritura automática surrealista, ligada al psicoanálisis que se desarrollaba, también, en la misma época, pero que a un comunista vacuo, clásico, le venían mal dados. Breton intentaba encontrar en la superestructura del arte algo más que una dinámica económica, pero el comunista era, lógicamente, incapaz de pensar en otra cosa que en la lucha de clases, aunque cayó en la evidencia de que el arte o es libre o no es: “Toda libertad en el arte. Reconocemos, naturalmente, al Estado revolucionario el derecho de defenderse de la reacción burguesa, incluso cuando se cubre con el manto de la ciencia o del arte. Pero entre esas medidas impuestas y transitorias de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer una dirección sobre la creación intelectual de la sociedad, media un abismo. Si para desarrollar las fuerzas productivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen socialista de plan centralizado, en lo que respecta a la creación intelectual debe desde el mismo comienzo establecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna coacción, ni el menor rastro de mando!”.
En fin, hoy tenemos una deriva intelectual falta de todo contenido, en todo el planeta no encontramos un político culto como lo fue Lenin, quien al menos escribió su obra él mismo, sólo encontramos a Pedro Sánchez y una serie de clones como él, todo lo más, algunos sabios en finanzas, o algún ministro alemán discípulo de Rawls. Ahora el marxismo cultural de la Escuela de Frankfurt ha sido sustituido por el marxismo incultural. La burricie ha conquistado el poder. Y el poder fagocitará a los burros: ya los burros, aquí y en todas partes, han inventado la Memoria Histórica, para que no se les pueda, en libertad, discutir de lo que no tienen ni idea. Entre Lenin y Tristan Tzara, pues, han ganado los matones. Y nuestros matones, además, son muy burros.
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