Lo más vistoso, cuando se trata de recordar la quema de libros, como reacción de gobernantes fanáticos, políticos o religiosos, contra minorías molestas, es el momento, el 10 de mayo de 1933, en el que los nazis quemaron más de 25.000 ejemplares, como resultado de la campaña "Aktion wider den undeutschen Geist", liderada por la Unión Estudiantil Nacionalsocialista, en contra de los escritores judíos, marxistas y pacifistas, seguido el ejemplo por 21 universidades alemanas más, lo cual tuvo lugar en la Opernplatz, ante 40.000 personas, y presidido el acto por Joseph Goebbels.
La práctica es sempiterna y se remonta la memoria a la Biblioteca de Alejandría, donde el cristiano Teófilo arrasó la biblioteca del Serapeo, en el año 391, y Cirilo, sucesor de Teófilo, mandó a matar a Hipatia, en el año 415, por proteger ésta libros.
El carpetazo final, cómo no, lo dio el general al As, cumpliendo órdenes del califa Omar, poseído por el pensamiento único o el libro único de su época: “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos”.
Los libros son información, y da igual que ésta transcurra libre por pergaminos, por ondas de radio, por internet, o por DVDs. Al final se trata, en la acepción afortunada de Richard Dawkins, de “memes”, unidades de información que se replican, y son perseguidas por otros “memes” gobernantes cuando se consideran peligrosas.
En 212 antes de Cristo, en China, Qin Shi Huang mandó quemar libros y los intelectuales desobedientes fueron enterrados vivos; el emperador Constantino I, en el año 333, mandó quemar los libros de Arrio; en 1242, Luis IX de Francia, quemó 24 carros cargados con ejemplares del Talmud; en 1258, los mongoles quemaron la biblioteca de Bagdad; en el siglo XV, en Florencia, Savoranola quemó multitud de libros señalados como inmorales; en 1499, el Cardenal Cisneros quemó miríadas de manuscritos nazaríes de la biblioteca de Granada; en 1562, el sacerdote Fray Diego de Landa quemó en Yucatán innumerables códices mayas; en Argentina, a partir del golpe de estado de marzo de 1976, se ordenó la quema de más de un millón de libros, entre ellos de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry o Galeano; una anécdota que corre por Chile es la de que los militares de Pinochet quemaron libros de cubismo de la biblioteca de Neruda pensando que ”cubismo” venía de “Cuba”, la Cuba castrista.
Una nueva forma de censura es la de generar índices de libros prohibidos, como en las previsiones de leyes como la de la Memoria Democrática auspiciada en España por el gobierno socialista. El “Index librorum prohibitorum”, era el índice que gestionaba la Iglesia Católica, desde el Concilio de Trento, en 1564, para ordenar a la población lo que se podía o no se podía leer. La última edición fue la de 1948, con 4.000 obras. Con anterioridad habían sido prohibidas las obras de Martín Lutero, en 1523, por el emperador Carlos V. En el “Index” entraron Rabelais, La Fontaine, Descartes, Montesquieu, Giordano Bruno, Copérnico, Kepler, Zola, Balzac, Víctor Hugo, Montaigne, Pascal, Spinoza, Hume, Kant, Berkeley, Condorcet, Bentham, Maeterlinck, Anatole France, André Gide, Sartre. Este tic de la bibliocastia es eterno.
El historiador Francesc Tur hace un recorrido por las quemas de libros de la España nacionalista: en Córdoba, el 19 de julio de 1936; en Palma, el mismo día; en Soria; en Cáceres; en Sevilla por orden del general Queipo del Llano; en Badajoz, por soldados del general Yagüe; el 11 de agosto, en Pamplona, los falangistas quemaron todos los libros en euskera; en La Coruña, mil libros quemados frente al Club Náutico. Todas estas quemas, y muchas más, se llevaron a cabo en agosto de 1936, en medio de la fulgurante guerra civil. El 23 de diciembre de 1936, la Junta Técnica del Estado promulgó un Decreto que declaraba ilícitas todo las publicaciones socialistas, comunistas, libertarias, pornográficas y disolventes, so pena de cierre de negocios o pérdidas de empleo público. Es de hacer notar que, al igual que ahora, en 2021, con la enseñanza masturbatoria para niños, o las de interés Lgtbi, o las últimas de manuales para practicar sexo con drogas, todas subvencionadas por el estado, en la República se propaló todo tipo de publicación de sexo libertario, como contrapeso probable a la represión religiosa y moral. El cerebral Ramón Serrano Súñer, el 23 de abril de 1938, impulsó la Ley de Prensa, para que los españoles leyesen “noticias basadas exclusivamente en la verdad y en la responsabilidad”. Y volvemos de nuevo al momento actual, 2021: la Ley de Memoria Democrática pretende lo mismo que Serrano Súñer, pero al revés, con la única diferencia de que ahora lo auspician hordas de ignorantes.
Pero ¿fueron los falangistas los únicos incendiarios? No. El historiador Pío Moa habla del bando socialista y comunista republicanos: “Los incendios cundieron los días siguientes por Andalucía y Levante, dejando un balance final de unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza… Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas, etcétera; o la del Instituto Católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes”.
Obelix, en "Asterix y los indios", libro quemado por las hordas de Suzi Kies,
en Canadá, por ser ofensivo el escote de la indígena que lleva de la mano a Obelix
En fin, la bibliocastia es una enfermedad universal, cultivada siempre en el fanatismo ideológico o religioso. Y actualmente es una enfermedad muy estúpida, por los temas prosaicos que toca. En Canadá, casi 5.000 libros infantiles han sido destruidos, enterrados o retirados de las bibliotecas, gracias a la iniciativa de Suzy Kies, copresidenta de la Comisión de Pueblos Indígenas del Partido Liberal, que cogobiernan Canadá con el afirmacionista primer ministro Trudeau, lo cual se ha efectuado a través de un proyecto de ceremonias de quema de libros considerados perjudiciales para los aborígenes. Esto fue llevado a cabo desde 2019. Entre los títulos cancelados, “Tintín en América”, por contener un lenguaje inaceptable, desinformación, y representación negativa de los pueblos aborígenes; también se censuraron tres títulos de Lucky Luke, por retratar a los nativos como los malos; la abominación de Astérix, en “Astérix y los indios”, lo era por la sexualización de las mujeres indígenas, cuando Obélix se enamora de una joven vestida con escote pronunciado y minifalda, lo que se considera “una imagen de las mujeres indígenas como mujeres fáciles”, según Kies.
La estupidez es, pues, una substancia entrópica y universal. Pero el Orden y el Caos se van, eternamente, alternando, y la lucha de “memes” va y viene, como las mareas alta y baja en la orilla del mar
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