Hoy toca ponerme sentimental en la elección del tema, en honor a la partida al Más Allá de mi compañera. En la hermosa literatura heteropatriarcal, los caballeros Lancelot y Tristán son los modelos de un amor pasional y, si hace falta, adúltero, que salta por sobre la monotonía social del matrimonio. El amor cortés se presenta normalmente como una relación desigual entre un caballero y una dama, ésta de condición social más elevada, con lo que se invierte la relación del vasallaje, y por ello a la dama amada, en muchos de los poemas, de le invoca en masculino. De forma sabia, los arquetipos occidentales reconocen las dos energías en esa especie de reina sabia, de papisa, de sacerdotisa, en la que se convierte el objeto por el cual surge en el hombre la obsesión por lo desconocido placentero, por un nirvana que empieza hormonado, pero que termina más allá de la química, y hace posible llegar a misteriosas zonas del Más Allá. Ésta es la definición.
Pero vamos a mostrarnos filosóficos y aprovechar el sorprendente libro de la filósofa Ilaria Gaspari, “Seis semanas con los filósofos griegos” (2019, Giulio Einaudi editores). Gaspari forma parte de esa nueva hornada de filósofos y filósofas que huyen del aburridísimo pensamiento clásico como foto estática y tradición inamovible, y piensan que la filosofía debe ser más práctica. De forma muy clara Gaspari nos presenta un liminar: “Vano es el discurso de aquel filósofo por quien no es curada ninguna afección del ser humano”, frase de Epicuro que incita a buscar en la actitud filosófica algo que conmueva al humano, y no solo le dé qué pensar. Sigue Ilaria: “la filosofía era en primer lugar una elección, una forma de vida, y de hecho se practicaba en las escuelas; y las escuelas no eran lugares donde uno estudiaba y punto. Constituían auténticas comunidades, libres asociaciones en las que los discípulos se reunían alrededor de un maestro que hablaba, no para construir sorprendentes estructuras conceptuales ante sus ojos, sino para formarlos”. Ilaria Gaspari cita a Pierre Hadot: “todas las escuelas filosóficas de la Antigüedad se negaron a considerar la actividad filosófica como puramente intelectual. La filosofía no era un mero ejercicio especulativo, sino un compromiso espiritual”. Es decir, ante todo, la filosofía era un arte de vivir, un “Primum vivere, deinde philosophare”, una “eudaimonía”, que buscaba la correcta postura del cuerpo y de la mente. Ilaria se pregunta por qué hoy “en este momento temporal alejado casi años luz, no podemos intentar esa empresa también nosotros”. Ése es el “quid” de la cuestión.
The Accolade (1901), por Edmund Leighton
La experiencia de Ilaria Gaspari hay que contarla. Después de varios años su relación amorosa se rompió y entró en crisis. Ilaria estudió Filosofía en la Escuela Normal Superior de Pisa y obtuvo un doctorado por la Universidad de París I Panthéon-Sorbonne. Y ya en 2018 publicó “Ragioni e sentimenti”, un cuento filosófico sobre el amor. La cuestión no es el cuento, la novela o el relato de amor, de los que hay tantos como seres en el mundo, sino el enfoque práctico que da Ilaria a la filosofía, buscando las filosofías de los antiguos, de aquellos que tenían escuela formativa, los griegos, los inventores de algo que, después, se convirtió en un test continuo de intelecto, se convirtió en mera palabrería intelectual de hombres, olvidando que la vida es más que pensamientos, los cuales constituyen, acaso, la punta del iceberg de todo lo que existe. La filosofía antigua se transformó para Ilaria, pues, en curativa, en sanadora, por el medio de utilizarla en sus respectivos consejos, en función de las escuelas, durante una semana cada filosofía y sus preceptos. Este experimento existencial lo llevó a cabo con precisión filosófica y, a la vez, femenina, libre: “En la semana escéptica no me puse las gafas, lo veía todo un poco borroso, y así desconfiaba de mi propia percepción”, por ejemplo. Es así que la ansiedad, la felicidad, la amistad, van desbrozándose en cada semana experiencial, una semana pitagórica, una semana eleática, una semana escéptica, una semana estoica, una semana epicúrea y una semana cínica. El libro de Gaspari está lleno de sorpresas, íntimas y generales, pero que intentan buscar en las filosofías la practicidad.
No está de más citar aquí a Mónica Cavallé, Cencillo de Pineda y al origen de la moderna filosofía práctica, el filósofo alemán Gerd Achenbach, fundador del concepto “orientación filosófica” dentro de un contexto cristiano, quien en 1981 propuso “Philosophische Praxis”, en Bergisch Gladbach, cerca de Köln, donde luego, al año, creó la Sociedad Internacional para la Orientación Filosófica. Mónica Cavallé fue quien trajo a España exitosamente esta forma de ver la filosofía como práctica a partir de contrastar la vivencia y experiencia del “filosofado” con los textos filosóficos que el “filosofante” estima convenientes para la ocasión. Fue en la Fundación Cencillo de Pineda, y con la colaboración de este gran maestro, discípulo en su día de Heidegger y otros (que se nos presentaba con la corbata pintada de los nombres de quienes habían sido sus maestros), donde se generó una buena escuela de filósofos prácticos. Mónica Cavallé, palmera de origen, es, además, doctora por sus planteamientos filosóficos sobre el vedanta advaita, con lo que demuestra que un filósofo occidental que no vaya a recoger la sabiduría oriental, es como si usara sólo la mitad de su cerebro.
Pues eso, son mujeres las que, principalmente, se dan cuenta de ese salto a lo no apalabrable para conocer y practicar la vida y descubrir el misterio al cual, entre el nacimiento y la muerte, estamos sometidos y no solo se desbroza hablando, leyendo y escribiendo, sino haciendo algo más, que el ser es muchísimo más completo. Loor, pues, a la sabiduría de las papisas, las sacerdotisas, en fin, las mujeres, que se nutren de la actitud “advaita”. Y loor a mi compañera, que demostró que cuando uno coge un buen tranco al galope es difícil tener parada de burro. Y para eso, hay que parar el diálogo interno y atreverse a ser extraordinaria.
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