Libre albedrío

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Una de las quimeras que nos hace ser felices, creyendo que somos libres, es la del supuesto libre albedrío. Varias discusiones he cruzado con ciudadanos creídos de que son libres, cuando discutimos si una encuesta o sondeo político está o no sesgada, si no manejada, por el encuestador. La gran magia de todo es que preguntando a 1000 personas se tiene una foto, aunque sea borrosa, de un colectivo de millones de personas, con una precisión mejorable en función de la técnica de la pregunta y la metodología para conseguir la aleatoriedad. Si salen uno o dos diputados más o menos de lo previsto en cualquier formación, se considera un fallo porque no pensamos en la casi magia de que una población millonaria, una vez enfocada por el detector de mentes, pueda cantar lo que piensa con errores inferiores al dos por cien, tan sólo con preguntar a un uno por cien mil de sus componentes de la forma correcta. Es como hacer un análisis de sangre, estudiando unas gotitas sabemos lo que ocurre en el cuerpo entero. Y cuando se le pregunta a un anarquista por quién va a votar, y contesta que todo es una porquería, que va a romper la urna o a votar en blanco, da igual: también él es parte de un cuerpo social que va a ser dirigido desde arriba (no desde la elite, que es un número más, sino desde un arriba leviatánico, lo que en mi teoría filosófica denomino ser superior), y está tan integrado dentro del cuerpo social como lo está el que vote como un robot al partido que saque la mayoría. Las variaciones y alternancias no son de los ciudadanos en sí mismos, sino que las ordena y guía el cuerpo social leviatánico. Si el cuerpo social, a su vez, ve que esa votación democrática cansa, no tiene problemas, se encargará de autoinflingirse una purga o enfermedad y se quita la democracia a sus individuos, sobreviene un totalitarismo, y luego ya se cambiará cuando toque. Pero todo está predeterminado, las acciones de los individuos están predeterminadas por el cuerpo social o ser superior, como lo está el momentum y el desplazamiento en el espacio colectivo de cada célula del cuerpo humano o de cada abeja del enjambre o de cada oveja del rebaño. Cada humano es una comparsa, un espectador, una bacteria de la colonia.


Estatualibertad

La Estatua de La Libertad, en isla de Manhattan




Una prueba científica más de que esto es así la ha parido una fórmula matemática que refleja la probabilidad de escoger una u otra opción dentro de un colectivo biológico, estudiada por Gonzalo García de Polavieja, investigador del CSIC, y publicada en la revista “Proceedings”, de la Academia Nacional de Ciencias. La probabilidad de escoger una opción, dice el estudio, está determinada por, entre otros parámetros, “el número de individuos que han escogido esa opción previamente frente a los que han escogido Y”, a lo que se añade el nivel de información sobre las opciones a elegir. La fórmula es: Px = (1+ (1+ as) / (1+ (1+as)) donde en el numerador hay un exponente –(n sub x – kn sub y) y en el denominador otro exponente –(n sub y – kn sub x), y todo elevado a la menos 1. No nos paramos, evidentemente, en el desarrollo de la fórmula, igual que no nos paramos en el desarrollo estadístico de la fórmula que nos da el parámetro de que con 1000 encuestas podemos predecir la intención de voto de millones de personas. Solo reparamos en el hecho de que todos los individuos ejecutan acciones que están ya predeterminadas por algo superior a ellos y que biológicamente los envuelve y obliga. Bien, el estudio de García de Polavieja partió de experimentos realizados con peces cebra, hormigas argentinas y peces espinosos (Danio rerio, Lineptithema humile, y Gasterosteus auleatus), y arroja “el comportamiento óptimo que debe tener cada individuo dentro de un grupo. Nuestros experimentos reflejan que el comportamiento de estas tres especies se ajusta mucho a dicho modelo”, lo que demuestra que “diferentes especies utilizan diferentes mecanismos sensoriales y fisiológicos para tomar decisiones, pero, finalmente, todos ellos aplican la misma fórmula”. Esto es una bomba de relojería en la concepción del mundo del albedrío, si se sacan las suficientes conclusiones: el albedrío no es libre, sólo es una ilusión oculta por las leyes de los grandes números. Y la única manera de escapar de este lío, metiéndose en otro mayor, estaría en “De incertitudine et vanitate scientiarum atque artium declamatio invectiva”, de Cornelio Agrippa. Tal vez con ello recobraríamos el libre albedrío. Pero no va a ser.

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