Kulturmarxismus y el mercado de la culpa

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     En la última película de Sorrentino, “Silvio”, una parodia sobre Berlusconi, en la que descolló la crítica, se representó al líder democrático como un compulsivo admirador y degustador del cuerpo femenino libérrimo y orgásmico, como un perfecto utilizador del poder del dinero para comprar todo lo materialmente comprable (voluntades mercantiles, funcionariales y políticas), y como un mago para estar siempre en el poder, visible a través de los “mass media”, o invisible a través de una continua conspiración, convertida ésta en morbosa forma de gobierno en sí misma. Una descripción perfecta de lo que es una democracia moderna, al punto en que en esa misma película se entiende cómo todo ese oropel del poder mediático y conspirativo ha poseído, por ejemplo, al actual bisoño primer ministro español, haciendo que sus viajes en avión presidencial, sus gafas de diseño, sus estadías en los mejores palacetes del Estado, y la megalomanía de sus ofertas políticas, hayan propulsado al dudoso doctor en pelele de su propia “vanita vanitatis”. La inescrupulosidad o la ignorancia, por tanto, no atañen a las cosas del poder. Es más, aquel que esté bien formado y sea culto, puede que lleve consigo una carga insuperable para poder gobernar, pues gobernar implica no tener límites éticos. La cuestión aquí es advertir que dos cosas determinan actualmente un cambio de ciclo de la democracia como forma de gobierno: la explosión informativo-demográfica y la deriva poblacional. 


     Nunca, como ahora, las masas han estado tan inmediatamente informadas o desinformadas (se trata del mismo hecho), y tampoco nunca, como hasta ahora, las derivas poblacionales, migratorias, han sido tan numerosas en términos absolutos hasta empezar a constituir un problema de presión. ¿Podríamos detectar, no obstante, una explicación de lo que está pasando, al menos en términos filosófico-políticos dentro de este "mare magnum"? Probablemente sí, si acudimos al “marxismo cultural” y las diversas contraposiciones que está generando. 


     La técnica posibilitó que, a principios del siglo XX, la propaganda cayera en manos de elites que indicaban apodícticamente a las masas, a través de medios escritos, audibles y visuales, lo que tenían que hacer, y la masa, de naturaleza psicológicamente gregaria, obedecía en un grado superior al visto hasta entonces. Aquel cambio fue acompañado de eslóganes liberadores, los eslóganes comunistas y socialistas, defensores “per se” del pueblo y, por tanto, marcos hipnotizadores de las comunidades. Y se generaron, por pura dialéctica, otro grupo de eslóganes, los eslóganes fascistas, que no hacían llamamiento a la distribución de la comida, sino al valor y el honor, incluidos en el ser humano y en la nación. 


     El partido comenzó, duró medio siglo, generó una guerra fría, sustentada psicológicamente en el complejo militar-industrial, y por cansancio en la moral comunista, a causa de sus malos resultados, exclusivamente operativos en tiempos de guerra y miseria y no en tiempos comerciales y de abundancia, ganó el bloque de la civilización occidental y liberal. Hasta los filósofos cantaron, metafóricamente, “el Fin de la Historia”, en sentido hegeliano y más allá: la democracia occidental y el liberalismo, habían ganado la batalla. Pero las batallas siempre vuelven, el mundo nunca para. En todo este mecanismo de eterno retorno, nos encontramos con que Occidente fue infiltrado por el bolchevismo cultural de la Escuela de Frankfurt, los perdedores, pero sin embargo, sabios, listos, cultos, y que sí conservaron consigo el título de los reyes de la metafísica y la dialéctica. El marxismo práctico fue perdiendo todas las batallas, demostrando que era una catástrofe para la subsistencia, una mera estructura válida sólo para la guerra y el sometimiento atroz de la masa, una máquina de acaparamiento de poder por una élite sin valores transcendentales, solo valores para el Pueblo, el objeto hipnótico más eficaz para abatir a las masas. ¿Y qué mejor nuevo candidato para una nueva contraposición al liberalismo occidental, ganador, que el marxismo cultural? Efectivamente, la fuerza expositora de la Escuela de Frankfurt ocupó las mentes de la juventud: para las explosiones hormonales nada hay mejor que una promesa de continua revolución. Ya el fascismo vigésimo-secular había definido el “Kulturbolschewismus” como movimiento denunciable por abandono del mundo de los valores y la autoridad, en favor del nihilismo. En el bloque soviético, el otro compañero del fascismo, el comunista Stalin, se encargó, también, de demonizar las artes nihilistas, en favor de las artes realistas. 


     ¿Qué tuvieron, pues, que hacer los nihilistas? Huir a Occidente, a la Europa Occidental y los Estados Unidos. Ahí, sobre todo en los ociosos medios universitarios, y en base al mercadeo de la culpa, ha pervivido ese mito de que la izquierda, el progresismo, y el desarrollo y defensa de las minorías. Dentro de esas minorías se incardinan, evidentemente, las derivas migratorias y las formas atípicas de sexualidad. Pero toda acción tiene su reacción. Desde 1990, en EEUU y en Europa, se ha generado una defensa de los valores tradicionales que ha dividido esquemáticamente a la sociedad en dos bloques: de un lado los blancos, heterosexuales y patriarcales; y de otro lado el multiculturalismo, los homosexuales-transexuales-bisexuales-intersexuales-queer, el feminismo, etcétera, que, en tanto sujetos políticos, han constituido bloques ideológicos con la pretensión de desbancar del poder y destruir a sus contrarios. Todo ello ha producido una dinámica jurídica de protección y derechos, que comienza a perturbar la convivencia, y a la que se han añadido religiones fundamentalistas y paleocomunistas. La paz que ha reinado durante más de 70 años está amenazada, por pura ciclicidad histórica. 


Olavo de carvalho


El filósofo brasileño Olavo de Carvalho


     Mark Horkheimer, Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Erich Fromm o Juergen Habermas, pilotaron, dentro de la universidad occidental ese principio marxista cultural de derruimiento de toda la cultura tradicional burguesa. Un punto de partida reactivo lo señaló el texto de 1992, de Michael Minnicino, en la revista del “Schiller Institut”: “The New Dark Age: The Frankfurt School and 'Political Correctness”. Ahí se señalaba que la Escuela de Frankfurt ha pretendido destruir la civilización occidental, promovió las artes pesimistas, o propició la industria de la droga. Como en toda nueva era las contradicciones se van generando y se van superando, y la adscripción a ideas comunes, de un lado y de otro, se simplifican y adquieren velocidad. El caso de Bolsonaro, en Brasil, ha sido el último que ha mostrado la irritación de una mayoría de la población para con ese mecanismo de libertinaje sin otros principios que los de discutir siempre a la autoridad como culpable de los males, un principio que vegeta en la metodología marxista-leninista de cuanto peor mejor, pues el fin sustituye a los medios, y el mejor medio es el desequilibrio y la inestabilidad económico-política. Es así que Bolsonaro ha ganado y tiene un pensador que da voz a sus decididas formas de aplastar al contrario. El filósofo, no académico, Olavo de Carvalho, según informa Pablo Stefanoni en “Nueva Sociedad”, considera que el “marxismo cultural” es el enemigo a batir. Olavo perteneció, cómo no, al Partido Comunista de Brasil y ahora reniega de él, en un acto biográfico muy común entre los intelectuales contemporáneos. En 1996 publicó “O imbecil coletivo. Atualidades inculturais brasileiras”, donde, por ejemplo, explica: “Los marxistas pensaban que destruyendo la propiedad privada se iba a destruir la familia. Pero destruir la propiedad privada no resultó fácil… entonces, ¿qué hicieron estos hijos de puta? Invirtieron 180 grados la teoría marxista de la estructura y la superestructura. En lugar de destruir la propiedad privada para destruir la familia, promovieron la destrucción de la familia para, en algún momento, destruir la propiedad privada”. La confrontación sigue, pues, subiendo la temperatura por ambas partes.


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