Yo he visto cosas que vosotros no creeriais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Replicante Roy Batter. Blade Runner (Escena final).
Buenas tardes a todos. Gracias por asistir a esta presentación de la que supone la última publicación del filósofo Juan Ezequiel Morales, de título Filosofía y Transhumanismo: Hacia una nueva Transontología y en adelante, nombre con el que siempre me gustó llamarle, Ezequiel. Antes de meternos en faena, permítanme una anotación anecdótica, pero que ya conforma la intrahistoria de nuestra relación: Conozco a Morales hace más de cuarenta años largos. Hemos estado relacionados en varios proyectos literarios, artísticos y hasta periodísticos. Y mientras compañeros varios, y yo mismo, en los inicios de la década de los setenta (pasado s. XX), nos decantábamos por disciplinas como la literatura, el arte, el teatro y otras formas intelectuales al uso; Morales, que entonces era, antes de la llegada de Carlos Ramos, el más jovencito de todos, con pinta, aunque ahora no lleguen a adivinarlo, de ángel querubín –ojos azulados verdosos, melena revuelta y rubia, tez blanquecina casi traslúcida y nariz aguileña de veedor–, se inclinó por la contemplación y, sobre todo, la sonrisa perenne. Con una sentida afección por Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda y adjunta, su devoción por El Libro tibetano de los muertos, del Bardo Thodol. De ahí, con apenas 22 añitos, llegaron sus viajes sucesivos a India y Nepal, solo y con ojos asombrados. Más tarde, Morales se decantó definitivamente por la Filosofía, digo que cursó estudios reglados universitarios con máster incluido, faltaba más, y constituyó siempre la ‘rara avis’ del grupo. Grupo heterogéneo y heterodoxo que, a vuela pluma, según recuerdo y documento fotográfico de la boda de doña Soledad Quesada, lo conformábamos: Ángel Sánchez, poeta y erudito –hoy Premios Canarias de Literatura–; Alfonso Crujera, artista visual y teatrero; Agustín Hernández, pintor; José Carlos Suárez, actor de teatro y biohumanista; Antonio Perdomo, narrador; alguna que otra vez, por animosidad, los Hernández, Juan y Pepe, pintores ambos; más adelante, traído por Crujera y para siempre, Carlos Ramos, poeta y teatrero, y con él la rápida proximidad de Rafael Franquelo, intelectual poliédrico y ubicuo; y algo más tardíamente, Emilio González Déniz, novelista y ganador continuo de premios literarios en aquella época. Decirles que Morales, algo más adelante, fundó empresas, editoriales –publicándonos a todos y a otros más– y revista de filosofía, como es de menester. Pero, asunto curioso, con todo este bagaje vital a la espalda de ambos, jamás le había presentado un libro suyo. Tal vez por aquello tan socorrido de que, quién es un poeta y cómo se atreve a hacer presentación de un libro de un filósofo. Verdad es. Pero pasados los tantos años ahora parece que sí, que ya he conseguido el suficiente rodaje como para osar y acometer tal tarea.
Les adelanto que ese prefijo TRANS incorporado al título del libro me llevó rápidamente al estado obsesivo del que obtiene entendimiento del mundo por la escritura y, rápidamente, tuve dos visiones: una, la literaria, pero sobre ella, la musical: el primer atisbo socorrido que me vino a la cabeza fue una vieja canción de la segunda mitad de los años setenta, ejemplo revolucionario de la electrónica de la época, me refiero a Trans-Europ-Express, del grupo alemán Kraftwerk, modelo quizá de lo que ya supondría la trans-música moderna popular. Reconocerles que todo el texto referido al estudio del libro de Morales está escrito oyendo sistemáticamente, obsesivamente y bajo su influjo, música del citado grupo: por lo que suponía de estado robótico, trasunto cibernético, entronque biónico y de futuro posible donde sólo sonara este avance de música y nos olvidáramos, espero que definitivamente, del hip-hop, del rap y, sobre todo, del horrendo reguetón. Aunque Morales siempre fue más, no sé si de Tangerin Dream, pero seguro que sí de Led Zeppelin, Matallica o incluso Jethro Tull.
Pero la segunda visión vino precedida del orden lingüístico, del manejo del lenguaje, el simple conteo de vocablos y ahí me ven buscando todas las posibles voces que empezaran por el prefijo TRANS y este fue el resultado –proyectar y comentar (rojos y azules / mayúsculas y cursivas). Observen la cantidad y variedad
Luego ya me sobrellevó la concreción de la terminología Transhumanismo y su relación con el mundo de la Filosofía, y allí que Mamá Internet me desglosó las tantas variantes, la puesta al día, su rabiosa actualidad y la necesidad de que la propia Filosofía acabara por ocuparse de su estudio, asunción y valoración. Y allá que me aparecieron varias cosas: el símbolo gráfico/visual de reconocimiento del movimiento: una hache plus minúscula encerrada en un círculo abierto, azul. Y surgieron nombres, para mí desconocidos, de pensadores, filósofos, científicos, genetistas, ingenieros y otros técnicos, preconizadores, defensores y veedores de sus teorías y de su aplicación, no ya futura sino de orden inmediato. Desde Julian Huxley, hermano del gran Aldous, parece que ‘bautizador’ y creador del término, entrando por los filósofos Peter Slodertdijk y Max More, pasando por el ingeniero Raymond Kurzweil, y concluyendo en el también filósofo y parece que aglutinador actual del movimiento, Nick Bostrom. A medida que me adentraba en el inmediato, sucinto y superficial entendimiento de los preceptos del Transhumanismo me daba cuenta que hacía gestos y regañisas inconscientes de desaprobación y rechazo a lo que la ideología parangonaba. Definitivamente, no me gustaba nada lo que proponían y preconizaban sus teorías para el futuro de la Humanidad: Futuro de una humanidad, que asistida por la ciencia y la tecnología –en sus variantes biónica, robótica o cibernética–, concluiría en un estado nuevo del hombre donde desaparecerían las enfermedades, la vida podría prolongarse casi hasta la inmortalidad, la mejora del ser humano entraría en todos los órdenes de su vida, y se pasaría, por tanto, no al Superhombre que propaló Friedrich Nieztche, sino al transhombre o trasnhumano, aún superior al anterior.
Por tanto, estábamos a las puertas de la desaparición del hasta hoy socorrido homo sapiens, así, simple, sin tan siquiera llegar al sapiens sapiens ni al sapiens tecnológicus, y entraríamos en una nueva concepción del hombre, en parte, mitad o incluso entero, asistido por la robótica, la cibernética y otras nuevas nanotecnologías todavía no al alcance de la actualidad, porque es evidente, esta historia ya no crece en sentido aritimético ni geométrico sino exponencial. Y toda esta gente preconizaba un futuro así. Y, claro, ese nuevo futuro necesitaba ser estudiado desde un estado filosófico distinto, diferencial, analizado con una nueva propuesta ontológica al estudio del ser a razón de ese nuevo ente por llegar. La verdad, no cabía en mi perplejidad y sumada desazón. Y todo esto, aún sin acometer la lectura del libro de mi preciado amigo Ezequiel Morales.
Cuando doy por reconocido el sendero que me lleva a la contemplación de la nueva tendendia, de la próxima disciplina, del advenimiento futurista, decido acometer la lectura del citado libro, que nos trae a colación, y entonces… entonces ya se produjo el acabose. Pues este opúsculo, que Ezequiel cataloga de conferencia, conferencia cifrada en nada menos que unas cien páginas, me obligaba de nuevo a una parada por cada párrafo comprendido y asumido: la obligatoriedad de plantearme y plantear al autor una demanda cada página leída y una montaña rusa de dudas y nuevas demandas bifurcadas como en el ‘Jardín de los senderos…’ del querido Borges. Aun con todo, y tras dos lecturas concienzudas, tengo testigos, logré dar fin al libro, y ahora estoy aquí, en esta misma mesa donde radica nuestro invitado con casi capacidad para desglosar con él toda la diatriba que me surge motivo de las lecturas. Y con todo, también, ante la evidencia de la cargazón de demandas que sus propuestas ocasionaban, hice el concienzudo esfuerzo de resumirlas a pregunta por capítulo, si no, esta presentación se haría interminable y, seguro, a ustedes debe quedarles tarde para mejores menesteres que sumarse al caos que yo sugiero a esta presentación. Así que más que establecer argumentario propio del opúsculo quiero, me apetece establecer, encendida conversación / discusión con el autor con el fin de subsanar esta lectura.
El libro, adelanto, queda estrucuturado en nueve capítulos, que van precedidos de una Introducción harto sui géneris. De entrada comentaré que Ezequiel, siempre le pudo ese gustillo, tiene una tendencia divertida, aunque algo insana, por epatar, por dejar boquiabierto no más dar inicio a un propósito y aquí, y desde la Introducción, carga las tintas en esta aseveración. Por tanto le preguntaré: ¿Qué persigue para descompensarnos el pensamiento con estas fotos desazonadoras que usted presenta nomás abrir el libro y qué relación le traen con el Trasnhumanismo?
La primera resolución que decanté fue que los diversos y viariados preconizadores del Transumanismo daban por certera y veraz la llegada del mismo porque, previamente, ya tendrían resueltos todos los males que asuelan el mundo: guerras, hambruna continua y continuada, enfermedades resistentes y redivivias, de un lado. Del otro, desastroso estado medioambiental, con incendios colosales nunca antes vistos, deforestaciones a mansalva distinguidas ya desde la Estación Espacial Internacional, desequilibros climáticos y supuesto calentamiento; males avenidos producto de la mala administración de la globalización –intercambio de productos y materias, sí, pero también de enfermedades geolocalizadas ahora ya mundiales–y, desde luego, esa ya catalogada Isla del Plástico que parece se asienta en los mares del Pacífico Norte e ‘increscendo’. ¿Será así estimado filósofo y entonces ya podremos acometer el asunto de la transhumanización?
En este punto, indefectiblemente, me arrebato y me declaro poeta privado de la capacidad del discurso filosófico que atienda más allá de lo que es el humano, muy humano y sin mediar otra capacidad, ninguna nueva dimension: ese humano desnortado, incapacitado las más de las veces para mirarse hacia adentro, saberse en el otro, entenderse en mitad de los muchos como él o declarse lobo insolidario, no por otra razón que la de no ser semejante al rebaño: igual a su otro yo en sí mismo tan errático. Y, desde luego, y defintivamente, condenado a desaparecer tras la llegada de este ser pulcro y pulido, mejorado y aumentado, dado en llamar transhumano.
Avanzo en la lectura del libro y de nuevo la duda me limita y me obliga a nuevas demandas. Porque siempre tengo claro que quienes se benefician de las bondades inmediatas de la ciencia serán los humanos, directamente. Eso, al margen, de que ya nos suponemos en un mundo donde los androides, los robots, los cíborgs, las máquinas robotizadas habrán hecho aparición y conviviremos con ellos; asimismo, la inteligencia artificial será cosa del día a día y las nuevas ciencias cognitivas y sus aplicaciones humanistas se estudiarán en los colegios. Todo eso a lo largo, parece ser, del presente siglo XXI. Pero, estimado filósofo Morales: ¿Quiénes y en qué mundo, primero, segundo o tercero, serán los beneficiarios de este parangón: la Humanidad toda, entera, sin distinción de raza, situación geográfica, disposición económia, trasuntos políticos o situación de legalidad?
Retrocedo a la miserable actualidad presente y me llega, y me llaga, la noticia de este incauto y entrometido ignorante muchacho, a la sazón “misionero”, que pretendió “evangelizar” a esos nativos de una isla perdida en un archipiélago de la India y, claro, fue abatido por su sinrazón. Entonces, surge rápido la pregunta: ¿Desaparecerán, cree usted, para ese entonces, estos residuos tribales de homo sapiens rezagados, en las distintas partes del mundo? Vaya, se extinguirán en aras del transhumano nuevo y universal.
Desde luego, y eso me llena de regocijo, no seré yo quien dude que la utilización de la tecnología y la medicina produzca grandes y beneficiosas ventajas en la salud del ser humano. Que personas que han sufrido un quiebro físico, lo que produce el inmediato emocional, puedan ver sus vidas mejoradas a través de la ayuda de las nuevas disciplinas tecnológicas y entre ahí la biónica, aportando seres humanos con características compartidas; la robótica, sumando seres humanos con rasgos semejantes; la cibernética, añadiendo seres humanos en esa dimensión; pero de ahí a suponer que esa intervención externa dará seres diferenciales y de nuevo orden, me parece un exceso a cuidar. Opino, desde el total desconocimiento, que el nuevo orden del ser humano sobrevendrá cuando éste sea capaz de superar desde su condición interna al humano actual cargado de excesivas dependencias.
Y este transhumano, cargado de capacidades innúmeras que le permiten la ciencia, estimado Morales, desde luego dotes físicas superiores, inmunes a enfermedades, ajenos a ácaros alojados en inverosímiles partes de sus cuerpos, como en los nuestros ahora, con dotación ultrasensorial, estado cognitivo elevado, capaz de, si aún no la inmortalidad, sí una vida longeva más allá, tal vez, de los 300 años, ¿en qué empleará esa vida? En quitar razón a Sócrates, a través de Platón, cuando en Fedón aduce aquello de: “(…). Llegados a este punto se deduce necesariamente que cuando el alma perece, lleva puesto el último traje que ha tejido y que es el único antes del cual muere, mientras que, cuando el alma ha perecido, el cuerpo, muestra inmediatamente su debilidad natural y se disuelve deprisa pudriéndose. Por lo tanto no podemos aún tener confianza, basándonos en este argumento, en que nuestra alma, después de nuestra muerte, subsista en algún sitio…”. Darle razón definitiva a Sören Kierkegaard, cuando en su Tratado de la desesperación, se siente un ser minimizado por, precisamente, no poder demostrar la existencia de Dios a través de la Filosofía o la lógica del pensamiento racional. Entonces: ¿En conocer definitivamente la trascendencia del alma y la existencia de Dios?
Así me vi, y lo digo literal, con diferentes tongas de libros sobre mi mesa de trabajo que me acercaran a la temática, van: Lenguaje y silencio (de G. Steiner); Silogismos de la amargura (de E. Cioran); Sabiduría de la ilusión (de R. Argullol); Elogio de la ociosidad (de B. Russel); Tratado sobre la tolerancia (de Voltaire); En defensa de la intolerancia (de S. Zizek); ¿En qué creen los que creen? –ya por creer en algo– (de U. Eco y C. Mª. Martini) o el propio Fedón (de Platón), entre otros. Nunca ninguno de las tres Haches: ni Husserl, ni Heidegger, ni Hartmann, por ser yo un ignaro de las disciplinas que éstos ponderan. Y ninguno, o casi, me sirvió de nada, pues en ellos lo transhumano no hacía acto de presencia ni era razón o asunto de análisis o preocupación. Y ya enterrado, al fondo de la tonga, quedaba el libro de Ezequiel que hube de rescatar. Por tanto, estimado: ¿Transvasará el transhumano esta condición del pensamiento y todo el nuestro, vertido en grandes tomos hasta ahora acumulados –pienso en el Tractatus Logico-Philosophicus, de su venerado Ludwig Wittgestein–, se convertirán, desde luego, en mero papel mojado; azucarillos de un pensamiento infantil y baldío del humano?
Sí encontré, sin embargo, acudiendo a la Internet, unos cuantos artículos sobre el tema en revistas y prensa. Seleccioné tres: “Transhumanismo y Filosofía”, de Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, que atacaba el tema con bastante carga irónica y descreimiento. “Frente al transhumanismo, retorno a las humanidades”, de José Antonio Marina, filósofo, ensayista y pedagogo, discípulo de Husserl y de su corriente Fenomenológica, que no ocultaba su malestar por la desaparición de la Filosofía como enseñanza reglada en el aprendizaje escolar y, sobre todo, humano; y “Transhumanismo y post-humano: principios teóricos e implicaciones bioéticas”, de Elena Postigo Solana, catedrática en Filosofía por la Universidad del Sacro Cuore de Milán y doctora en Bioética por la misma Universidad en Roma; un artículo más extenso y profundo y con un contenido decidido de confrontación a la corriente transhumanista. Me gustó mucho la parte del artículo donde afirmaba que Jürgen Habermas se declaraba contrario a la teoría y, socarrón, me dije para mí: [Hombre, un viejo sabio que se viene a mi cuerda. Como si yo supiera algo de todo aquello]. En este mismo sentido, sí que me tropecé con un fondo bibliográfico extensísimo relativo a la temática: Transhumanismo, del citado Antonio Diéguez; La revolución transhumanista, de Luc Ferry; Lo posthumano, de Rosi Braidotti; Transhumanis-mo y fascinación por las nuevas tecnologías, de Tangy Marie Puliquen, y otro largo etcétera bibliográfico que se me ofertaba impuesto a los ojos cada vez que abría Internet en consulta sobre la temática, ya casi me daba miedo entrar, por lo que sucediera. La verdad, es que aun no quepo en mí sobre la cantidad ingente de información referida al asunto [alguna con atisbos incluso extraterrestres], y que yo ignoraba a carta cabal. Pregunto, entonces a Ezequiel: ¿Tanto es el seguimiento y la fascinación que se practica por esta rama del pensamiento actual como solución a todo lo futurible relativo al ser humano?
Avanzo en el propósito del libro y observo que, en realidad, Ezequiel Morales cuanto expone, por ejemplo, en el capítulo 4: Más allá de la especie; no da otra razón al discurso que el conocimiento de ciertos planteamientos acerca de la modificación asistida y externa a la mejora de los seres humanos. Tal vez la biogenética como solución a los tantos homo sapiens que salimos fallidos. A colación: Por estos días ha salido en la prensa la intervención médica de un par de científicos genetistas chinos que han generado un cambio en unos gemelos recién nacidos, les han modificado genéticamente para que no contraigan el virus del SIDA en un futuro. E imagino que así, tras la llegada del Transhumanismo nadie adquirirá ninguna efermedad común y vulgar o de las que pudieran diezmar al ser humano. Pregunto entonces: ¿Una vez más allá de la especie dejarán de tener el transhumano conciencia o necesidad de pertenencia? O sea, ¿acabará por no identificarse con familia, lugar, espacio mental y sentimental, comunidad, patria, estado, bandera, fronteras; más, sentimientos, religión, creencias, esas cosas tan importantes que ahora parece conforman la clave de existencia del ser humano, todavía y que en el futuro pudieran carecer de total importancia?
Pero hay un capítulo concreto, el cinco, que me desazona más que el resto y es aquel donde el filósofo plantea el advenimiento de un Transhumanismo Colectivo: como en las colmenas o en los hormigueros, imagino, donde todas trabajan en aras de un bien común y superior, aun del todo inconscientes de ello; o en las plagas de langostas y las riadas de ratas, donde todas van hacia una destrucción común y general, aún también con la misma inconsciencia. ¿Quién ordenará la madriguera, el hormiguero, el destino, la finalidad de la humanidad TRANS? ¿Quizá una interconexión sobreTranshumana, aún inconscientes? Ya nadie tendrá necesidad de aquello llamado libre albedrío, no quedarán seres aislados, fuera de contexto, ajenos al manejo social o civil, finalmente, humanos independientes que rechacen la colectividad o, más simple, decidirán ser al margen de sus parabienes sin ser parias. ¿Será tal que así, Ezequiel?
Repasando en las notas previas a la factura de esta Alocución casi diatriba, observé, a bote pronto, que me había dejado fuera o atrás unos cuantos puntos que me fueron surgiendo sueltos y que ahora observaba la dificultad de darles hilazón en un discurso común para plantear precepto. Eran temas relativos al escarnio o la sorna, muchos de ellos referidos, por ejemplo, a la ciencia ficción: al inevitable principio de la robótica planteado por Isaac Asimov y sus tres puntos claves en la relación robots-humanos. Se quedaría obsoleto porque, ¿quién se consideraría que y quién, o quién miraría a quién como qué o quien? O aquel otro referido a la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? O lo que es decir: ¿Gozarán los transhumanos de ácaros transarácnidos? [Blade Runner]
Pero ya sin ironía, preceptos claves del pensamiento filosófico histórico sí que se verían alterados. Veamos, ¿mantendría su sentido aquello de ‘Mens sana in corpore sano’? Todas serían transsanas y transcorpore y más allá; más transéticas y transrreligiosas. O el principio por el que el gran René Descartes sigue vivo filosóficamente aun hoy entre nosotros: “Pienso, luego existo”. ¿Qué es existir si se existe ya para siempre? Ya no se existe, se es. ¿Y pensar? ¿Cómo será pensar si se logra la capacidad de pensarlo todo en una única eclosión? No se piensa, se es pensmiento. Cierro aquí el desglose del inventariado demandante, inquiriendo a Ezequiel, definitivamente: ¿Eres seguidor de la teoría. Crees lo que preconiza. Te parece la solución definitiva al futuro de la especie humana? ¿Se cumplirá?
Aunque, en verdad, el libro de Ezequiel ni entra a discutir ni se declara a favor o en contra de lo que es el centro de su discurso y propósito de razonamiento. Toda la perorata de su libro-conferencia persigue una única y direccional finalidad: hacernos entender que ante la llegada inminente de un transhumano, para su conocimiento, para el entendimiento del ente, de su razón per sé, habrá que dar cabida a, también, una nueva Ontología, séase, una Transontología que asiente y dé razón a la esencia de ese, ya nuevo, transente. Aunque en este sentido a Juan Ezequiel Morales, tal como consta en la tapa del libro, se le fue el punto intelectual y cayó en la redundancia, igual por querer ser él también tan trans/trans, que se prefijó el estudio de una Nueva Transontología, yendo por tanto no más allá de la metafísica, sino atravesando el campo que abarca la transmetafísica.
Con todo, aclararé, que la lectura del libro de Ezequiel me ha servido para ponerme al día en, al menos algo de la novísima terminología que hoy maneja la Filosofía, porque yo que llegué hasta los maestros del postmodernismo y me jactaba de hasta entender, en parte al menos, los preceptos planteados por Foucault, Baudrillard, Lyotard, Deleuze o Derrida, en la Escuela Francesa, me declaro lego total de cuál y hasta dónde cubrirá este nuevo precepto del Trasnhumanismo. Por tanto, les convido a que compren el libro, lo lean con fruicción, anoten en los márgenes, emborreguen con aceite de palma sus páginas y si alguno, alguno quizá, es capaz de leerlo del tirón sin acudir a la diatriba, por favor, me lo hagan saber, porque entonces será evidente que estaremos ante el primer ser Transhumanus endémicus canariensis, y eso será digno de tener en cuenta para nuestra transhistoria insular. Sin más, hasta aquí llego. Gracias a todos, por la transgentileza y la transpaciencia.
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