En “Galdós y el siglo de las ideologías”, de Óscar Sánchez Vadillo, leemos: “Precisamente porque las ideologías del diecinueve vienen a ocupar para el hombre culto -pero también en gran medida para el hombre común- el papel que anteriormente desempeñaba Dios, la novela se constituye como el espacio en que la Conciencia de la Palabra humana utilizada deliberada y concienzudamente sustituye a su vez a la Divina Providencia, que era la manifestación en el logos del designio histórico de Dios”. Ese era el poder del relato de lo imaginario en aquel tiempo, lo cual hoy día se ha perdido absolutamente, después de degenerar en novela ruralona, o de realismo mágico, pero ya transmutada en un lenguaje del que, tanto el continente como el contenido, han perdido casi todo su valor para la elucubración de las masas.
Pero en el Siglo XIX y principios del siglo XX, igual que era de gran peligro el que cayera el “Manifiesto Comunista” en manos de un obrero, porque se lo leía, o se esforzaba en leerlo, y lo intentaba llevar a la práctica, también era de gran influencia una novela, en tanto que transgredía un contexto estrictamente vigilado por la fe. De ahí que el intelectual, incluso en algo tan prosaico como una novela, un cuento, pasara a ser un líder incluso político, un Honoré de Balzac o un Benito Pérez Galdós, por ejemplo.
En ese contexto podemos entender la fuerza de la cultura, como destructora, en aquellos tiempos, de la fe religiosa, que por entonces representaba el prurito del “statu quo”. Pero la cultura debía apoyarse en la ciencia y en la filosofía, y de ahí su éxito.
Hoy día, una novela y un novelista, todo lo más implican ocio. Alguien que se ponga a versear el “Cantar de Mio Cid”, da la risa. Los tiempos han cambiado, y los lenguajes son distintos, los relatos influyentes ya no son los escritos en papel.
Pero, por entonces, Galdós venía a ser como el Cervantes de su tiempo. Lo que nos interesa aquí es hacer una semblanza de qué columnas del Templo abatió, y, consecuentemente, en la estadía actual, a qué equivaldría su contemporáneo atrevimiento colosal a revolverse contra el “statu quo” de la fe religiosa.
Sánchez Vadillo sigue: “Que el siglo XIX es ya el siglo del ateísmo consumado en Europa lo muestra el hecho meramente cronológico de que cuando en el último cuarto de siglo Nietzsche diga aquello de Dios ha muerto, en realidad toma ese pensamiento de Hegel, que lo había concebido muy al principio, en la década de los ´20. El detonante de todo este proceso de secularización acelerada de las ideas (filosóficas, pero también económicas, científicas, artísticas, etc.) y de las transformaciones históricas correspondientes había sido, naturalmente, la Revolución Francesa. El marxismo, el anarquismo, el positivismo, o, en menor medida, el imperialismo y el darwinismo social son los gigantescos movimientos filosóficos de la segunda mitad de siglo. Son, ya digo, movimientos masivos que involucran a todos, no únicamente corrientes de pensamiento para los selectos”.
Si contextualizamos a Galdós en la deriva del pensamiento de su tiempo, nació 5 años antes de 1848, del “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels. Y 16 años antes de “El origen de las especies”, de Darwin, 1859. Con un padre militar, y nieto de un secretario de la inquisición, en medio de la plena revolución del pensamiento, y harto de la ignorancia que excretaba la fe religiosa, paralizadora del “Sapere Aude!” dictado desde la segunda mitad del siglo XVIII, era más que previsible que pivotara al anticlericalismo. En 1863 mantiene en Madrid una tertulia canaria con Luis Francisco Benítez de Lugo, Plácido Sansón Grandy, creador de la Revista del Movimiento Intelectual de Europa, y Fernando León y Castillo. Llega “Guerra y Paz”, de Tolstoi, “Crimen y Castigo”, de Dostoievski, y Galdós traduce el complejo “El Club Picwick” de Dickens. Viene inmediatamente después “Das Kapital”, de Marx, en 1868.
En España, entre tanto, a piñas entre monárquicos y republicanos. Entra el General Prim, admirado por Galdós, en 1868, y lo matan en 1870. En 1869, se aprueba una nueva Constitución. Pi y Margall propone un modelo republicano. En 1873, se proclama la Primera República. En 1875, se restaura la monarquía con Alfonso XII. Un sinvivir. En 1879, se funda el PSOE, y en 1888 la UGT. En 1898, España entra en guerra con los Estados Unidos y pierde sus casi últimas colonias.
Entre todo este “mare magnum”, en enero de 1901, se estrena “Electra”, y Galdós se convierte en el faro del anticlericalismo, en el símbolo anti-carlista. La obra no es nuclearmente anticlerical, pero es escogida como símbolo. En el estreno Galdós salió 14 veces a escena. La Iglesia le atacó furibundamente y, a la contra, se agredía a los jesuitas, a los conventos y a los religiosos católicos en general.
Entre tanto, el adentramiento en un nuevo esquema científico del mundo no paraba. 1905: Einstein y su Teoría de la Relatividad, y un año después el español Ramón y Cajal recibe el Premio Nobel de medicina por descubrir las neuronas. Galdós entra plenamente en política y se hace republicano, le eligen diputado, y vuelve a ser reelegido en 1910 junto al socialista Pablo Iglesias. En 1914 es elegido diputado republicano por Las Palmas. Se inicia la Primera Guerra Mundial, y Galdós se apunta a los aliados en medio de una situación social efervescente. Andreu Navarra Ordoño explica: “En agosto de 1914, ante el inicio de la Primera Guerra Mundial, el rey Alfonso XIII declaró fuera de la ley a todo aquel que realizara abiertamente proselitismo en favor de alguno de los bandos contendientes. Sin embargo, la medida fue considerablemente ineficaz, puesto que la opinión pública se fracturó en diversas corrientes que llenaron de tensión el espacio público español. Los cines cerraban para evitar peleas. Los intelectuales se enzarzaban en polémicas insólitas, de una violencia inusitada. Algunos políticos y escritores fueron agredidos en la calle repetidas veces”.
En medio de la Gran Guerra sobreviene, en 1917, la revolución rusa, ya Galdós no dura mucho, y muere en 1920. Se convirtió en el símbolo de la vanguardia progresista, republicano y anticlerical, y fue odiado históricamente por los clérigos como símbolo de herejía. Es de notar, por ejemplo, la animadversión del que fue Obispo de la Diócesis de Las Palmas, Pildain Zapiain, quien, en 1964, en plena dictadura, se dirigió al mismísimo Franco para evitar que se abriera la Casa Museo Pérez Galdós, un personaje que, a juicio de Pildain, era "autor de obras cuyo sectarismo anticlerical y heterodoxo le constituyó en el portaestandarte y símbolo de una de las infames campañas perpetradas en España contra la Iglesia Católica". El Obispo escribió estas diatribas desde la cama de la Clínica Cajal, donde estaba internado por haber sufrido dos infartos, y advirtió al presidente del Cabildo, Díaz Bertrana: "como continúe abierta dicha casa-museo ruego a esa Corporación que se sirva no asistir a la próxima procesión del Corpus, ni a la función en la catedral, ni a la basílica del Pino, ni otra iglesia de esta Diócesis, rogándole cierre la referida casa-museo". También fue amenazado el alcalde Ramírez Bethencourt, y se señaló que los que permitieran los libros de Galdós, carentes de “Nihil obstat” y del “Imprimatur”, pecarían mortalmente. El autor de tamaña chifladura (a cuatro años vista del mayo del 68 fuera de las fronteras españolas) Antonio Pildain y Zapiain, que durante 30 años fue Obispo de Las Palmas, había sido, entre 1931 y 1933, diputado vasco en el Congreso de la República. Había estudiado Filosofía en Vitoria, y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y fue catedrático de Lengua Hebrea e Historia de la Filosofía y Teología Dogmática en Vitoria. Era un furibundo independentista, se refería al estatuto de Estella así: “Vamos a pedirlo en nombre de la Libertad vasca, en nombre de la libertad de Euzkadi; que está por encima de los Parlamentos de todos los Estados y de todas las Constituciones españolas y no españolas, habidas y por haber”. Insultaba al resto de España así: “no estamos dispuestos a entregar nuestro culto en manos de esas hordas que incendian bárbaramente, más que africanamente porque, en esta ocasión, el África empieza en Madrid”. Y su racismo incluía un antisemitismo propio de fanáticos. Al defender a la Compañía de Jesús: “Pildain afirma que las riquezas que los jesuitas poseen en cualquier nación no llega a la mitad de lo que pertenece a cualquier multimillonario, a cualquier judío de esos” (intervención de Pildain en las Cortes el 4 de febrero de 1932, descrita por José Martín Brocos Fernández).
Los años finales del siglo XIX fueron una fiesta para el mundo del pensamiento, de la filosofía, de la antropología, y de la resituación del humano, con voz propia, en medio del entramado del Universo, hasta entonces gobernado por los sacerdotes de Dios, autoerigidos en condotieros de lo que podía pensarse y de lo que no. Era una sensación similar a la que se vivió en los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando España parecía perderse la fiesta del pensamiento democrático occidental, enquistada en un erial que, luego, ha significado un tiempo de ayuno que hizo mejores ciudadanos, y más felices y divertidos a la hora de salir a la libertad.
A finales del siglo XIX, en España, los sectores católicos más tradicionalistas censuraban, en la época de Isabel II, todas esas elucubraciones que venían a acabar con los cinco mil y pico años que el humano, desde Adán, llevaba sobre la Tierra, creado por Dios. La primera traducción de “On the Origin of Species” al español fue en 1877. Darwin, Ernst Haeckel (introductor de la clasificación ontogénica y filogénica en las especies), Herbert Spencer (el evolucionista comtiano que introdujo el evolucionismo en todos los órdenes de la naturaleza y la sociedad), o las discusiones con el transformista Lamarck, aderezadas por el advenimiento del krausismo naturalista al pensamiento español, significaron el festín evolucionista y científico que abatían el pensamiento único del catolicismo tradicional y cerril.
En medio de todo ello Galdós colaboró y se sumó a esa deriva del pensamiento, y eso conllevaba una adscripción al republicanismo, pues, como en todo grupo social, los partidarios del “statu quo” se refugiaban en la monarquía y la religión católica, y para oponerse a su inmovilismo filosóficamente autolítico, no cabía otra que adherirse a la contra: la república y el laicismo. Existe un reciente estudio de un autor inglés acerca de las concomitancias de los escritos de Galdós con Darwin, de T. E. Bell, “Galdós and Darwin” (Woodbridge, Suffolk, UK ; Rochester, NY, Tamesis, 2006), en el que se analiza esa fuente nutricia que, desde la ciencia, significó para Galdós un apoyo que luego él utilizó en sus novelas y escritos para expandir una visión curiosa del mundo. Karl Marx dedicó “Das Kapital” a Charles Darwin, y escribía a Engels, en 1862: “Es notable el hecho de que en los animales y en las plantas Darwin reconozca a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, competición, la apertura de nuevos mercados, los inventos y la maltusiana lucha por la existencia (…) es el bellum omnium contra omnes de Hobbes y hace pensar en la Fenomenología del Espíritu cuando configura la sociedad burguesa como reino animal ideal, en tanto que en él, el reino animal se configura como sociedad burguesa”. Advirtió con claridad que estaba ante un hecho natural, el de la lucha de clases como correlato de la lucha por la supervivencia. Ante esto, Sánchez Vadillo sentencia: “O sea: el darwinismo social sería algo curioso, puesto que, según Marx, no haría más que devolver a su punto de origen a la biología darwiniana. Charles Darwin, inconscientemente, habría tomado sus ideas científicas de la práctica real de la economía de la Inglaterra de su tiempo, y la aplicación social del darwinismo posterior a Darwin se limitaría a cerrar el círculo. Galdós, en Miau, de 1888, caracteriza a muchos de sus personajes con atributos animalescos, propios de una teórica lucha por la vida desarrollada en el marco social, pero no porque comparta la visión de Spencer. Al contrario: yo creo que es porque la detesta, porque la crueldad natural extrapolada al mundo social es justamente el objeto de su crítica”.
Pues hoy día, justamente, el paso post-galdosiano está en ese que marcó Spencer: a la crueldad natural no se la critica, sólo hay que describirla para aprovecharse de su existencia y característica, y poder manejarla “pro domo sua”. Puro darwinismo: ciento treinta años después de “Miau”, la moral ha muerto, y por eso la novela también.
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