Juan Ezequiel Morales
Sofía Mazagatos es una modelo, que se hizo famosa por la anécdota de cuando aseguró que uno de sus autores favoritos era Mario Vargas Llosa, y lo defendió así: “Le sigo desde hace tiempo, pero aún no he leído nada suyo”.
En varias ocasiones he recordado el preclaro texto de Manuel Ojeda-Deurvan Artiles, sobre el obispo Miguel Serra, llegado a Las Palmas en noviembre de 1923: “Doña Isabel González, que venía del sermón que el obispo había pronunciado en nuestra Catedral de Santa Ana, arrebujada en su mantilla, con pasito ligero, corto y cara arrebolada, pasó de largo ante las vecinas con las que se cruzó, entre ellas mi tía Quica Artiles que le dijo: Isabelita, ¿no nos dice nada de cómo estuvo el sermón? ¡Ay, mi niña!, contesta: Estuvo precioso, el señor obispo dijo unas palabras muy bonitas que hizo llorar a todos los presentes; estoy emocionada, me he venido secando las lágrimas. ¿Y qué dijo, Isabelita? Y esta contestó: Chiquilla, estaba tan lejos y con esta sordera, apenas oí nada. ¡Pero qué verdades dijo!”.
Pablo Iglesias, del imberbe partido político Podemos, estuvo en la Universidad Carlos III, en noviembre de 2015, en un debate con el periodista Carlos Alsina de moderador, y al final del mismo uno de los alumnos pidió que recomendara un libro, siendo que Iglesias, que ha ejercido de profesor universitario, recomendó “Ética de la razón pura”, de Immanuel Kant, un libro inexistente, que se inventó sobre la marcha para no reconocer su ignorancia, ya que probablemente quiso decir “Crítica de la razón pura”, o quizá quiso aludir al otro texto kantiano sobre ética, “Crítica de la razón práctica”.
Consideremos ahora este discurso, donde se cita a Hegel: “Es tan importante, tan poderoso en nuestras vidas, en el lenguaje que utilizamos, lo que significan las palabras… tendríamos que reflexionar qué significan cuando las lanzamos. Qué tipo de energía tienen, que nos parece que desaparecen, o que son inocuas, y no lo son, qué tipo de respuesta respetuosa esperamos de quien se las lanzamos a la cabeza, y por último, casi en términos hegelianos: ¿qué ocurre cuando yo digo algo, alguien contesta algo, si no concluimos algo?... estoy verdaderamente preocupada por esto”. Es parte de la conferencia de la vicepresidente del gobierno, Carmen Calvo, en el acto de presentación en la sede del Instituto Cervantes de Madrid del anuario "El español en el mundo. 2019". Recuerdo la indignación, en agosto de 2018, del periodista Santiago González, cuando Carmen Calvo acudió al discurso del 23 de abril de 2004, en la entrega del premio Cervantes al poeta Gonzalo Rojas: "llevas el mejor nombre: Cervantes. Hay que proteger a don Alonso, pero también a Sancho, a Aldonza y a Dulcinea, porque no hay mejor cultura que la igualdad". Y se indignaba González: “Virgen Santa, ¿pero Aldonza Lorenzo y Dulcinea del Toboso no eran la misma persona?”. Hay muchas más frases calvinas, como “yo he sido cocinera antes que fraila”, graciosa, o “el español está lleno de anglicanismos”, confundiendo indoctamente el anglicismo con el anglicanismo, o “me gusta madrugar para poder pasar más rato en el baño: allí leo el periódico, oigo la radio, oigo música y hablo por teléfono con alcaldes en bragas”, frase baturra en la que no se reconoce si las bragas eran las de ella o las de los o las alcaldes, o “estamos manejando dinero público, y el dinero público no es de nadie”, grandiosa y freudiana, o “el Rocío es la explosión de la primavera en el Mediterráneo”, para un cero en geografía, cuando Huelva está frente al Atlántico, o “deseo que la Unesco legisle para todos los planetas”, también emulada por Leire Pajín con las “conjunciones planetarias”… en fin, Carmen Calvo se doctoró en Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. La sostiene políticamente un presidente copión.
En 2015, año de la gran entrada de los indigentes intelectuales en política, la candidata del PSOE al Gobierno de Canarias, Patricia Hernández, interrogada sobre si sabía cuánto era el PIB canario, intentó salir airosa del trance y dijo que a ella lo que le importaba era ver que “una línea que sube, sube, sube… y luego baja, baja, baja…, vuelva a subir, subir, subir… hasta que se junten”. Hay que verla y oírla para que nos embargue la vergüenza, pero enfrente de ella, mientras decía esta memez, estaban Pedro Sánchez, doctor en economía y plagiario, y José Miguel Pérez, doctor en Geografía de los serios, que le aplaudían a rabiar como si estuvieran frente a Ortega y Gasset.
Ada Colau colgó en su web sus notas de estudiante de filosofía en la Universidad de Barcelona entre 1992 y 1999, y con la asignatura de Filosofía Política II aprobada en el curso 2005. Tras trece años, no terminó los estudios. Estuvo en Milán con una beca Erasmus, trabajó de encuestadora, azafata, animadora infantil, y a los 33 años entró en el Observatori DESC, una ONG catalana. Félix de Azúa la tildó de inútil para ser alcaldesa, partiendo de lo obvio, y en la misma época, y le cayeron todos los males.
Félix de Azúa Comella, filósofo y Catedrático de Estética en la universidad catalana, y director del Instituto Cervantes de París, y luego académico de la RAE, se trasladó a París en el ambiente del mayo de 1968. Karina Sainz Borgo, en Vozpópuli, le hizo una entrevista al académico: “Un idiota era una pobre persona que creía en todas las promesas de felicidad. Le prometían la revolución proletaria y que todos seríamos felices y se la creía. Le prometían la revolución a través de las drogas y se la creía. Y así todas y cada una de las revoluciones; se las creía todas. Poco a poco, con el paso del tiempo, aquel que creyó, se dio cuenta de que era un imbécil. Creerse las promesas colectivistas es propio de imbéciles. No ha cambiado nada. El imbécil actual sigue siendo el mismo imbécil de mi época”.
En estos días, se discute la denominada Ley Celaá de educación, en acrónimo la Lomloe, donde se facilita el paso de curso sin haber aprobado una o varias asignaturas, además de mezclar niños con discapacidad con niños capaces, para respetar una igualdad, aunque esa igualdad iguale en indigencia intelectual. La concepción no jerárquica de la enseñanza, un oxímoron, es propia de lo más desastroso del concepto de política, ejercida por quienes menos capacidad creativa tienen respecto al orden de los grupos sociales. Ahora vivimos un tiempo en el que la extensión de la ignorancia como derecho de todos, el ser iguales por abajo, da votos. Es esta nefasta legislación el origen de esta ignorancia omnipotente, esta conjura de necios, perillanes, zurupetos, escuincles, malandros y pelmazos, aptos para himplar y para el rebuzno, protegidos por la incolumidad de una población que se los merece porque los ha votado o ha permitido que hagan trampas con los votos, lo mismo da.
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