“We Can Do It!”, traducido “Podemos hacerlo”, fue el eslogan de una campaña publicitaria de Westinghouse Electric en 1943, en plena guerra mundial, creado por J. Howard Miller. Se inspiró en una trabajadora de la fábrica de Michigan, Naomi Parker, y la imagen ha pasado al imaginario feminista como lo que hoy se denomina, en lenguaje progresista, “empoderamiento”. Imaginemos por un momento a cualquier emperador, por ejemplo, Alejandro Magno, o Napoleón, expresándose así: “Puedo”, “Me empodero”. Inmediatamente nos chocaría, y pensaríamos que le falta un hervor, que duda de si tiene poder, y que, por eso, en una reacción psicológica simple, lo verbaliza, a ver si termina creyéndoselo. Es por eso que, en la época en la que en un EEUU lleno de resabios minoritarios, pasó tal exigencia a formar parte del batiburrillo de lo “políticamente correcto” o “progresista”, más o menos los años ochenta del siglo XX, tomadas las universidades por ese agitprop en el que todo lo minoritario o discapaz se convirtió en objeto de culto académico, se redescubrió, cómo no, el “We Can Do It!” como icono femenino de una trabajadora fuerte produciendo en tiempos de guerra.
De ahí se pasó a casi logo del feminismo y, en 2008, se incorporó a la campaña de varios políticos norteamericanos, y en especial de la de Barack Obama, quien usó el eslogan “Yes We Can”, traducido “Sí, se puede”, aprovechando la publicación de esa canción en Youtube, dirigida música y video por el hijo de Bob Dylan. Apropiado el video por los seguidores de Obama, fue apoyado por un sinnúmero de artistas afines, entre los que estaban Scarlett Johansson o Herbie Hancock. La canción siguió rulando y fue aprovechada pocos años después, en plena crisis política española, por “Podemos”, que incluso dio ese nombre al partido, asumiendo esa especie de esfuerzo de autoayuda, para “empoderarse” ante el abuso de los de arriba.
“Sí, se puede”, al igual que “El pueblo unido jamás será vencido”, son afirmaciones compensatorias, frecuentes en el comportamiento cognitivo-emocional de las sectas, y utilizadas para reforzar el amor propio, un rasgo que forja la personalidad, lo que implica, de entrada, que dicha personalidad no está forjada. Se trata de algo que está intentándose, no como cuando se ve un perro haciendo de cuerpo, arrastrando sus partes por el suelo hasta lograrlo, en tanto su faz aparece congestionada, sino con el mismo ímpetu pero tratando, el protagonista (votante político, ciudadano, súbdito ofendido por algo) de sacudirse de encima, justamente, la carga por la cual “no puede”. Necesita el protagonista ser aceptado, respetado, tener autopercepción de ello, y por eso se motiva diciendo, gritando: “¡Podemos!”, “¡Sí, se puede!” “Yes We Can!” “We Can Do It!”. En términos más derrotistas se puede pronunciar “Me lo merezco”, etcétera, para lo cual existe un sinfín de frases hechas para ayudar a elevar el amor propio del desapropiado, por ejemplo: “aprecia lo increíble que eres”, “no puedes estar cómodo si no te aceptas como eres”, etcétera.
Can en posición "We Can", es decir, "Sí, se puede!"
Pero ¿qué ha ocurrido con esta actitud, a nivel social? Que nos han invadido los legos, y el tema está para alquilar balcón. Veamos. Basándonos en “¡Sí, se puede!” los gobiernos han sido tomados por gente incapaz e iletrada, no analfabetos puros, pero sí funcionales, por la parte más inútil e incapaz de la sociedad, justamente, por aquellos que, a falta de razonamiento o retórica, tienen que tirar del trazo grueso y el insulto grave, para poder hacerse un hueco notorio. Ante esta invasión las personas acostumbradas a alambicar y enriquecer sus relatos, como Félix de Azúa, se sorprenden, lo dicen, y son atacados inmediatamente por una jauría indocta a la que no queda otra que pararles el trote.
Es el caso de Carlos Yárnoz, Defensor del Lector de “El País”, que arremete contra el intelectual ya histórico (Félix de Azúa nació en medio del Mayo de 1968 francés), cuyos epítetos descriptivos molestan a algunos lectores, profesionales del ofendidismo. El 3 de enero citaba el Defensor del Lector que Azúa a la bachiller Adriana Lastra, alto cargo socialista, la llamaba “mujer talluda” y “cuarentona indocta”, ha dicho del Gobierno que es “caótico y trapacero”, también ha dicho que los integrantes del Ejecutivo son “rancios ideólogos del chavismo, del peronismo y del nacionalismo”, así como que ser progresista es “apoyar a los herederos del terrorismo”. Evidentemente lo quieren echar de ese periódico, pero no dejan de ser meras descripciones de hechos y situaciones. Félix de Azúa ha dicho lo propio de Ada Colau y de Carmen Calvo, conocidísimas, asimismo, por su escasez intelectual, chaporreantes de “flatus vocis” (locución latina que significa “pedo oral”) y estupideces mostrativas de una incapacidad funcional para expresarse correctamente, como se exigía hasta hace cuarenta años a los políticos de turno. Azúa responde: “He vivido bajo el franquismo y conozco demasiado bien el uso de la autoridad que gastan algunas personas sin derecho al respeto. De entonces me viene esa quizás censurable agresividad contra quienes hacen un uso abusivo, tramposo o embustero de su poder. Me recuerdan demasiado a los jefes del Régimen que entonaban una retórica adormecedora para cometer sus atropellos. La falta de respeto es, por así decirlo, el aviso de que por lo menos una persona no los cree".
El mismo día un gobernante del partido político “Podemos”, Mario Herrera, estampó su vehículo a altas horas de la noche contra un árbol, en pleno toque de queda. Lo que necesitamos saber es que este individuo trinaba en sus Twetts: “En España nos faltan dos cosas para estar al nivel de Europa: Guillotinas y haber quemado más iglesias” (julio 2013), o “Querida Cospedal, lo cierto es que tienes una piel muy bonita. De hay (sic) se podria (sic) sacar un precioso abrigo de zorra” (10 mayo 2012). Es un ejemplo que da pleno permiso a la teoría de que el “We Can” se trata de una falla psicológica aprovechada por bribones y tunantes, que se han encargado de convertirlo todo en un circo para el que hay que alquilar silla.
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