Juan Ezequiel Morales
Un informe elaborado por la ONG “Freemuse”, consultora de la Unesco, comentaba que, en 2019, se coartó hasta 711 veces la libertad artística en 93 países diferentes, y afirmaba su coordinador en España, Alberto González, que: “Actualmente, España es el país con más penas privativas de prisión del mundo. En concreto, 14 son los actualmente procesados". España se sitúa, en dicho informe, por encima de Irán, con 13, de Turquía, con 9, y de Rusia, con 4. Decir que la libertad de expresión artística en España es peor que en Irán, Turquía o Rusia, es cinismo y mala fe. Tanto cinismo como decir que, por ejemplo, el rapeo de Pablo Hasel o Valtonic es “arte”. Hasta la “Merda d'artista”, de Piero Manzoni, expuesta el 12 de agosto de 1961, se hacía en un contexto más elaborado, y como llamada de atención a los pensantes.
En el caso de Hasel, Valtonic y demás patulea, lo que hay es rebuznantes, y presento mis excusas a los pollinos. Es nítida, para dar una semblanza sobre este tema, la réplica del concejal Enrique Gómez, del Ayuntamiento de Torrelavega, al respecto de una moción sobre Libertad de Expresión: “Lo que dice esta moción es que yo ahora puedo injuriar gravemente, insultar, amenazar de muerte, todo lo que quiera, lo puedo hacer mientras lo cante, lo rapee o lo escriba en un libro… caso como el de los políticos presos, que los llamas presos políticos y queda más bonito… este no es un artista criminalizado, es un delincuente disfrazado de artista”. Se refería a Valtonic, autor de: “Queremos la muerte para todos estos cerdos… llegaremos a la nuez de tu cuello, cabrón… que explote un bus del PP con nitroglicerina… Sofía en una moneda, pero fusilada”. El tipo penal que recae sobre estas amenazas es el del código penal de 1995, con el presidente socialista Felipe González, cuando la desfachatez no había hecho presa aun del gobierno.
El concejal Gómez terminó con la manifestación siguiente: “los jóvenes deben aprender a pensar y actuar como una masa, es criminal pensar como individuos, el odio es el elemento central de nuestra lucha, el odio tan violento que impulsa al ser humano más allá de sus limitaciones naturales convirtiéndolo en una máquina de matar violenta y a sangre fría; nuestros soldados tienen que ser así”; se trata de frases de Che Guevara, que creó campos de trabajo para homosexuales con el lema “el trabajo os hará hombres”.
El reciente encarcelamiento de Hasel, en busca y captura, ha provocado manifestaciones violentas de miles de personas en Barcelona, Lérida, Valencia, Baleares, Granada, Madrid... la jauría humana, la misma que va a contemplar la lapidación a las adúlteras o el ahorcamiento a los homosexuales, hace catarsis de su malestar aplaudiendo siempre la tortura, humillación o muerte de las víctimas y jaleando la crueldad y victoria de los victimarios. Una reacción plenamente freudiana y esperable del “pueblo” que, según Che, ha de actuar como una masa odiante. Recientemente paramos cuatro amigos a tomar un tentempié previo al toque de queda dictado para luchar contra la peste de la sindemia mundial del siglo XXI, y empezamos a discutir acerca del delito de odio como arma constreñidora de la libertad de expresión. Llegamos casi a las manos por la diferencia de criterios, provocada la situación sobre todo por mi intransigencia absoluta para con lo políticamente correcto, y para con el dolor de los ofendiditos y de la industria del victimismo, como en estos casos en los que los pseudoartistas himplan y reblan con éxito por el exclusivo hecho de que insultan a las fuerzas del orden, a las víctimas del terrorismo y a la monarquía, cosa muy fácil de hacer al contrario.
El rebuznante Hasel, por ejemplo, ha dicho: “no me da pena tu tiro en la nuca, pepero”, “que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono” o “donde muchos comunistas ni conocen a los Grapo, yo sí respeto a quien más de un cerdo mató”, “Ojalá vuelvan los Grapo”, o “merece que explote el coche de Patxi López”, lo que es fácil tornar a la inversa: donde dice pepero poner comunista, donde dice José Bono poner Echenique o Iglesias, donde dice Grapo poner Gal, o donde dice Patxi López poner Pablo Hasel. Y todos empatados en el mar de la libertad de expresión de los rebuznantes. Se confunde hasta el concepto de libertad de expresión. La libertad de expresión no es gritar “¡Fuego!” en medio de una función teatral, en el ejemplo clásico de la discusión del tema.
Keith Flint, fallecido líder de Prodigy
Libertad de expresión es poder hablar de todo, argumentando, y buscando una meta final, como en el “J´accuse”, de Emilio Zola, alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, publicado por el diario L'Aurore el 13 de enero de 1898, y seguido por intelectuales como Anatole France o Claude Monet, hasta un total de 1482 firmas. Agrede a la inteligencia, por lo demás, que se llame artistas a escuincles, vagarosos, malandros y pelmazos como Pablo Hasel o Valtonic. Así que grité: "Hasel, pequeño lucifer, compárate con Prodigy, verdaderos artistas, y vete a la mierda con ese ruido basura", y me cayeron encima dos amigos del hamponato comunista, ante lo que tuve que ejercer mi defensa, se formó una Blitzkrieg, y conseguimos que nos echaran del bar. En peleas de burros no se meten los pollinos. Mi comparativa estaba en que malandros como Hasel, cantan a la ignominia, pero también lo hacíamos nosotros de jóvenes, con un bagaje de lecturas y conocimiento expresivo, en el lenguaje esópico, aún dirigido hacia la utopía del edén prolapsario, en lo que todavía hoy es arte, y no un vómito rojo, barato, candidato al exterminio, como los de Valtonic o Hasel, cuyo lugar propio es la mamadera de gallos.
Hasta al comparar esas canciones hechas de hez, con la cara al sol o las filas prietas, la balanza de la estética indica lo que es arte y lo que es un mero "flatus vocis", un pedo hablado que merece los calabozos por malos y molestosos ¡Que eso no es arte! ¡Es un ridículo delito aplaudido por el lumpen!
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