Juan Ezequiel Morales
La lucha de clases dialéctica se ha mutado, entre otras ramificaciones, en lucha del sujeto histórico feminista. La cuestión trae consigo un movimiento pendular que, al intentar romper límites, utiliza todo lo que tiene al alcance, y sólo se piensa en el objetivo, casi en un fin sin importar los medios: “cum finis est licitus, etiam media sunt licita”, como decía, en 1650, el teólogo jesuita alemán Hermann Busenbaum para justificar el conseguir una meta por cualquier medio.
Uno de los elementos que se intenta usar torpemente, es el lenguaje, haciéndolo artificialmente inclusivo, contra una de las características naturales del mismo, su economía para ser más eficiente. Se ha introducido la coletilla en los manuales de estilo de los políticos, y estos intentan hablar para masculinos y femeninos, siendo que como han sobrevenido más géneros, por no decir cuantitativamente una profusa y nutrida cantidad pangénero, ocurre que los discursos se van ampliando, como en los cómicos balbuceos del estilo de “niños, niñas y niñes”, etcétera, y no como producto de que quienes lo pronuncian así sean bigardos con boca de profetas mal hablados que solo saben emitir parrafadas en vocativo. No.
Esto no es cosa solo de nuestro país, se trata de un vendaval mundial, podríamos decir que importado de EEUU, así como hemos importado la Coca Cola y el tabaco. No se ha tratado de cosecha nacional, lo cual, al menos, haría delicias de contraste con genios de un lado y otro, sino que es una vulgar y mala copia.
En Francia ha pasado lo mismo y ¿qué tenemos? Principios de mayo de 2021: el Gobierno de Francia considera que el lenguaje inclusivo es un obstáculo para el aprendizaje de los alumnos y no debe ser usado como alternativa en la feminización de la lengua. Prohibido: “constituye un obstáculo para la lectura y la comprensión de la escritura”. En una sesuda circular, dirigida a rectores de la academia y al personal del Ministerio, el ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, explica que el lenguaje inclusivo no respeta reglas básicas de concordancia, afecta a la lectura en voz alta, y afecta a la pronunciación, cuando se trata de intentar expresar oralmente las grafías consensuadas por los inclusivadores, con la @ y demás signos utilizados al respecto. El ministro llama “aberración” al lenguaje inclusivo, y lo considera dañino especialmente para niños discapacitados o con problemas de aprendizaje. Quedan prohibidas las expresiones del tipo de “les députées”, que, en francés, combinan el masculino plural (députés) con el femenino plural (députées), y que intenta anular el masculino, que se impone cuando la palabra se pronuncia en plural. Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones, pero no como una obligación legal, sino como opinión de expertos, que de viejo ya vienen abroncando en Francia estas pretensiones inclusivas, por ejemplo, la Academia Francesa de la Lengua, que tilda el uso de estos signos así: “La multiplicación de marcas ortográficas y sintácticas conduce a una lengua desunida, dispar en su expresión, creando una confusión que roza la ilegibilidad”. Como siempre, estos intentos de normalizar la forma de actuar de los ciudadanos desde arriba, es una de las consecuencias del crecimiento anómalo de los estados por encima de los individuos, del retroceso en los avances conseguidos desde el Siglo de la Ilustración para proteger al ciudadano del estado Leviatán.
Ya en 2015, España, a todos los niveles (comunidades, diputaciones, provincias, estado) disponía de 100.000 leyes, con diversas contradicciones entre sí, pero siempre intentando ordenar en todas las esferas vitales, lo que pueden o no pueden hacer o comerciar los individuos, y anualmente se publican 900 leyes con casi un millón de páginas regulatorias más. Ahora se ha introducido en ese Leviatán el lenguaje inclusivo y, a través del comisariado político de la Igualdad, también una serie de ordenamientos sexuales, trans, LGTBi-etcétera, que ahorman cualquier conducta, ya no atinente a los sujetos protegidos, sino a la libre expresión de terceros, en ese ánimo de legislar todo, cual si los ciudadanos fueran robots sometidos a un trayecto determinado en sus formas de actuar y expresarse, hasta ahora guiadas por el sentido común natural.
La ideología comunitarista, socialista, es como una religión que vela por el bien común aplastando el bien de los individuos.
Por ejemplo, en un gobierno socialista como el de Nueva Zelanda, dirigido por Jacinda Ardern, ya se ha puesto en marcha el plan “Smokefree 2025”, año a partir del cual se prohibirá la venta de cigarrillos a todo nacido después de 2004, en un acto más de decir qué hacer y cómo vivir a los ciudadanos.
Los efectos de estas leyes antinatura, legisladas por los enemigos de la libertad, hacen que éstas se intenten bordear, y así tenemos, desde hace ya años, casos como el de México, que tiene cuotas para el nombramiento y elección de diputados transgénero, de forma que, en 2018, en Oaxaca, el Instituto Electoral del Estado canceló provisionalmente las candidaturas de 17 hombres que se hacían pasar por mujeres transgénero a fin de poder entrar en la competición política. Hay que contextualizar en este caso que en Oaxaca existen zonas, como la muxe de Juchitán, en las que el “tercer género” es tradicional desde hace siglos en la cultura local.
Pero a lo que vamos es a las contradicciones continuas de los artificios de esta época en la que cortarse las manos con un cuchillo, como Marina Abramovic, es arte, pero luego se prohíbe a Shakespeare u otros autores griegos clásicos en universidades de EEUU por heteropatriarcales y raciales, o se defenestran estatuas de Colón o Fray Junípero por genocidas. Empero, amigos, las aguas siempre vuelven a su cauce. A no ser que este plasma en el que todo vale y todo se legisla, pueda ser, quizás, el cauce del futuro.
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